Drogadicción, pandillerismo y violencia intrafamiliar: las problemáticas de la hacinación

Por: Carlos Alejandro Rosas Espinosa

La hacinación es un fenómeno común, pero que desemboca en graves problemas sociales que resultan difíciles de resolver. Problemas como el pandillerismo, la violencia intrafamiliar, la drogadicción, son comunes en unidades habitacionales como las del infonavit y que son muestra de esta realidad.

Es común el paisaje aquel de largas filas de casas diminutas y que se extienden al horizonte en la periferia de las ciudades. La arquitectura mexicana ha normalizado esos edificios pequeños de tres o cuatro pisos. Son casas y departamentos de 40 metros cuadrados rodeados de la nada y que no parecen un hogar para quien vive en ellas.

Jesús Enrique de Hoyos, maestro de tiempo completo en la Facultad de Arquitectura de la UAEM, empieza por decir que estos sitios que no cuentan con una extensión optima son tipificados como “vivienda”. Y para él, estas no son un hogar para quien las habita: “una casa nos debería invitar a estar, y una casa de 40 metros cuadrados nos invita a salir. Estamos produciendo espacios para dormir, no para vivir”.

Aclara que el término “vivienda”, es para referirse al espacio que uno compra porque es para lo que le alcanza. Esta muchas veces no cuenta con satisfactores de necesidades que hacen que la calidad de vida de los habitantes sea decadente. Y el principal problema de estas edificaciones, es que en ellas viven hasta cinco o seis personas: un espacio reducido con mucha gente en él genera fricción.

Daños personales y sociales del hacinamiento

La gente que vive en el hacinamiento sufre por esa falta de espacio. Está comprobado que el hacinamiento puede crear trastornos mentales tales como la depresión, la ansiedad y el estrés. El constante contacto con los demás habitantes y las condiciones precarias, que es común verlas en este caso, genera una fricción que conlleva a la violencia en pareja o infantil. Además de afectar directamente a los niños y jóvenes en su rendimiento; esto por la falta de privacidad en una edad que suele ser difícil psicológicamente.

Y este fenómeno suele generar otros problemas que son más fortuitos, por ejemplo, la fácil propagación de un virus o una enfermedad o que el reducido espacio sea el mismo que provoque los accidentes domésticos.  Pero este fenómeno tiene daños colaterales tanto a nivel individual como en lo social.

Lo jóvenes huyen de esta problemática, de este encierro casi involuntario e inevitable. Encuentran libertad en las calles, una que no encuentran en la casa. Pero estos jóvenes que, de manera contradictoria, se refugian en las calles y muchas veces adquieren las actitudes y los vicios que miran en la calle y que reproducen ya sea por ser aceptados en el grupo o por decisión propia.

Esto por supuesto no afecta solo al individuo que se inserta en la violencia o las adicciones del entorno en el que se desarrolla, sino que también genera un deterioro del entramado social que sufre directamente de estas derivaciones.

La separación y el abandono

Cuando se habla de separación en estas nuevas formas de habitar, se refiere a la separación de las tres actividades principales que hace el individuo: el habitar, el trabajar y la recreación o el ocio.  Al construir las unidades habitacionales lejos de la ciudad, donde se da el trabajo y el ocio, las casas se convierten, según Jesús Enrique, en una vivienda que solo es eso, un sitio que sirve únicamente para dormir, y todo lo demás sucede lejos de ahí. Son, regularmente, calles deshabitadas, cuando lo común es que haya tránsito, o que haya comercio en las calles.

Existen también problemas derivados de la lejanía de estas unidades, el primero de ellos es la movilidad. Al ser sitios nuevos y a veces remotos, hay escasas formas de llegar a ellos. Otra es, por supuesto, la inseguridad y falta de servicios; al ser nuevos, carecen de la estructura y el apoyo gubernamental para solventar estos problemas. Una última es la sensación de invasión que sienten los pobladores aledaños a estas unidades. Perciben a los nuevos pobladores como un peligro pues son extraños y se sienten amenazados.

Sobre el abandono, las personas que están acostumbradas al ritmo y formas de vivir en la ciudad, o que realmente perciben los problemas de la hacinación, suelen dejar sus casas en un total abandono. Esto provoca, principalmente, el deterioro en el paisaje. Las casas abandonadas no se ven bien, “afean” la vista de los vecindarios y hacen que disminuya el valor de las casas.

En conclusión, debe haber regulación en la construcción que no permita que se genere el hacinamiento. Resultaría más económico para el gobierno empezar a tomar medidas en la construcción que después pretender solventar todas y cada una de las problemáticas que se producen por el hacinamiento.

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