Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Mientras arde Sinaloa, el gobierno caza fantasmas en la consola…
Por décadas, la política en México ha sido el espejo más brutal de nuestras contradicciones. Decimos aspirar a la paz, pero construimos discursos desde el miedo. Prometemos futuro, pero gobernamos desde la nostalgia o la ignorancia. Hoy, la presidenta Claudia Sheinbaum elige un enemigo tan absurdo como conveniente: los videojuegos. Es decir, los píxeles, las historias ficticias, las batallas virtuales… mientras la sangre verdadera mancha las calles del país.
Nombrar a los videojuegos como chivos expiatorios y no aptos para las juventudes no solo es una muestra de ignorancia técnica y sociológica, es un insulto a la inteligencia colectiva. Es querer venderle al pueblo la idea de que la violencia que carcome a México viene de una consola y no del abandono sistemático del Estado. Es fingir que el problema está en los dedos que pulsan botones y no en los dedos que jalan gatillos reales amparados por la impunidad.
Desde 2018, la izquierda mexicana ha caminado entre la esperanza y la decepción. Nadie puede negar que se ha democratizado el acceso a ciertos derechos, ni que hubo un cambio en el tono narrativo del poder. Pero con la misma fuerza, debe reconocerse que esa narrativa ha ido mutando en dogma. Un dogma que ya no cuestiona al poder, sino que se protege a sí mismo. Y eso, desde cualquier trinchera ideológica, es peligroso.
Hoy, el discurso se vuelve moralista, simplista, y sobre todo, profundamente evasivo. Mientras en Sinaloa los balazos suenan más que las campanas, en Palacio Nacional se habla de Fortnite o Call of Duty como si fueran el nuevo Satán. Es como si, incapaces de enfrentar la realidad, decidiéramos pelear contra hologramas. Contra lo simbólico. Contra lo que no responde.
Esa es la gran tragedia de nuestra política: se ha vuelto simulacro. No se gobierna la realidad, se gobierna la percepción. No se combate al crimen, se condena a la cultura. No se enfrenta al narco, se culpa al gamer.
¿Y la oposición? La derecha sigue jugando a ser alternativa sin dejar de parecer pasado. No ha entendido por qué perdió, ni ha sabido construir una narrativa que no huela a moho. Sigue apostando por figuras huecas, por discursos reciclados, por promesas que ya no emocionan ni a sus propios cuadros. La derecha no incomoda al poder porque no propone otra visión; solo quiere volver a ser el poder. Y eso no basta. En Sinaloa, por ejemplo, claramente se observan a los mismos de siempre, claro, hay excepciones.
México no necesita más discursos que infantilicen a su gente. Necesita una política adulta, valiente, con ética y con visión. Una que deje de buscar culpables ficticios y comience a desmontar las redes reales de corrupción, crimen e impunidad. Una política que entienda que los videojuegos, como cualquier forma de arte o entretenimiento, pueden ser válvulas de escape, no detonadores de tragedia.
GOTITAS DE AGUA:
Presidenta Sheinbaum, apague la consola del populismo barato. El enemigo no está en las pantallas, está en la complicidad institucional. El verdadero juego mortal no se juega en línea, se juega en las oficinas donde se pacta con el crimen, se juega en los cuarteles donde se ignora el dolor civil, se juega en los juzgados donde la justicia se arrodilla.
La ciudadanía ya no quiere explicaciones cómodas, quiere valentía. Ya no quiere relatos prefabricados, quiere verdad. Ya no quiere líderes que señalen hacia afuera, quiere líderes que miren de frente al caos y se atrevan, por fin, a enfrentarlo.
Y si no se atreven, entonces sí: que apaguen la luz al salir. Porque lo que no necesitamos más… es oscuridad. “Nos vemos mañana”…