Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Navolato: el municipio donde la política decidió encenderse…
Dicen que el trabajo dignifica, y no es una metáfora vacía. Es una verdad que habita en los detalles cotidianos, en los actos pequeños que no hacen ruido pero transforman realidades profundas. En un país donde el descrédito hacia la política ha dejado cicatrices hondas, encontrar signos de sensibilidad gubernamental es como toparse con un manantial en medio del desierto. Es raro. Es necesario. Y, sobre todo, es valiente.
En medio de la monotonía gris del desencanto político, hay lugares donde aún se cree que el servicio público tiene alma. Y uno de esos lugares es Navolato. La reciente remodelación del estadio “Alfredo Valdez Montoya” —con su nuevo alumbrado, sus postes, sus luminarias LED— podría parecer un hecho menor para quien sólo ve cifras, pero es un acto profundamente simbólico para quien sabe leer entre líneas.
Ahí, donde la caña de azúcar crece entre los surcos del esfuerzo agrícola, encender una lámpara es también encender la esperanza. Es decirle a una comunidad que su existencia importa. Que sus noches pueden ser iluminadas no sólo por bombillas, sino por la certeza de que alguien se acordó de ellos. Que un espacio para jugar béisbol o hacer zumba no es un lujo, sino un derecho que restituye humanidad.
Lo que está haciendo el alcalde Jorge Rosario Bojórquez Berrelleza no es únicamente gestionar. Está interpretando. Está leyendo con el corazón los vacíos de su comunidad, y respondiendo con acciones. ¿Puede una techumbre cambiar una vida? Puede. Porque en ese techo no solo hay sombra: hay posibilidad. Hay un “sí se puede” tejido con voluntad y compromiso.
Y eso es lo que debería ser la política: la capacidad de sembrar dignidad donde antes había abandono. El alumbrado del estadio es también una pedagogía social: enseña que gobernar no es solo mandar, sino acompañar. Que hacer política no es administrar papeles, sino convocar a la corresponsabilidad, tender puentes entre lo público y lo comunitario. No es el acto grandilocuente lo que transforma; es la constancia invisible del funcionario que no olvida a su gente.
Iluminar un estadio es también iluminar la memoria. Es decirle al pueblo que no está solo. Que el gobierno no solo existe para las promesas electorales, sino para las noches comunes. Y sobre todo, que nadie —ni en Navolato ni en ningún rincón de México— debería vivir en la sombra de la indiferencia institucional.
Porque el futuro no se espera: se construye. Como bien lo dijo el propio alcalde: “El futuro es hoy”. Y tiene razón. Porque cada acción pública con sensibilidad ética es un ladrillo más en la casa de la esperanza. Cada luminaria encendida es una semilla de seguridad. Cada espacio recuperado es una trinchera contra la violencia.
En tiempos donde muchos políticos optan por el encierro del poder y el silencio ante la realidad, hay quienes aún caminan las calles, escuchan, actúan. Esa es la política que vale la pena. La que no busca el aplauso, sino el bien común. La que no tiene miedo de ensuciarse los zapatos en la tierra de su pueblo.
GOTITAS DE AGUA:
La dignidad no se otorga, se construye. Y se construye así: poste a poste, lámpara a lámpara, decisión a decisión. En un país donde la oscuridad ha sido metáfora y realidad, necesitamos más líderes que entiendan que gobernar también es encender luces. Porque a veces, un simple acto de alumbrado puede ser una declaración política: nadie merece vivir en la sombra. Y si un día se apaga la luz, será porque alguien la apagó al salir… no porque nunca se encendió. “Nos vemos el lunes”…