Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Los últimos cañonazos del imperio Labastida…
Hay batallas que parecen legales, pero en el fondo son profundamente morales. Y hay apellidos que, por más que intentan camuflarse en la narrativa de “lo correcto”, cargan con décadas de privilegios, poder y oportunismo. En Sinaloa, el caso de la planta de metanol verde Mexinol destapó una cloaca política donde la familia Labastida vuelve a ser protagonista. Como siempre, no por construir… sino por estorbar.
El gobernador Rubén Rocha Moya hizo lo que pocos se atreven: señalar con nombre y apellido a quienes han convertido a Sinaloa en un tablero de ajedrez donde el pueblo es peón y ellos juegan de reyes. Señaló a Francisco Labastida Gómez de la Torre, hijo del exgobernador y excandidato presidencial Francisco Labastida Ochoa, de promover un amparo para frenar la construcción de una planta que busca producir metanol verde, una tecnología clave para la transición energética. ¿Motivo? No es por amor a la tierra. Es por codicia. Por negocios. Por perder poder en una zona que por décadas han manejado como si fuera su rancho.
Y es que en el norte de Sinaloa, particularmente en Topolobampo, los megaproyectos no son nuevos. Lo que sí es nuevo es que ahora el gobierno asegura estar haciendo las cosas con consulta, con legalidad, con responsabilidad social. ¿Perfecto? No. Pero mucho más transparente que cuando los Labastida y otros de esa estirpe política movían los hilos entre el Senado y la oficina del Gobernador, dejando fuera a los pueblos originarios, pisoteando los derechos de las comunidades y firmando contratos entre copa y copa.
Aquí no se discute solo una planta. Se discute el derecho del Estado a transitar hacia una nueva era sin seguir pagando tributo al viejo régimen.
Porque, ¿qué representa el amparo promovido por los Labastida? Representa el último suspiro de un modelo económico y político agotado, en el que unos pocos herederos del poder se resisten a perder control sobre el territorio, los recursos y los megaproyectos. Lo disfrazan de legalidad, lo visten de preocupación ambiental o de “procesos irregulares”, pero no hay que ser ingenuos: lo que quieren es seguir cobrando peaje.
Y sí, hay que hablar también del pasado reciente. Porque la planta de amoniaco (GPO) también fue polémica, también enfrentó resistencias y también fue símbolo de cómo se pisoteaba la voluntad indígena en nombre del “progreso”. Rocha Moya lo admite, aunque deslinda su gobierno del anterior. La diferencia, dice, es que hoy hay consulta, hay intención de hacer las cosas bien, y sobre todo, de que no sea otro el que se enriquezca a costa del Estado.
Ahora bien, el metanol verde no es un capricho. Es una apuesta global. Es una alternativa real al petróleo. Es parte del cambio que urge si no queremos terminar devorados por la misma contaminación y dependencia que ya nos está matando. Que ese cambio tenga como obstáculo a una familia política enquistada, retrata con precisión quirúrgica la enfermedad de México: los dueños del pasado que no permiten que llegue el futuro.
GOTITAS DE AGUA:
Esta historia no va a salir en Netflix, pero podría llamarse “Los amparos del privilegio”. Porque mientras los pueblos esperan desarrollo, mientras el planeta exige energías limpias, mientras los jóvenes piden trabajo digno… los Labastida ponen abogados.
Y entonces queda una pregunta para el lector: ¿De qué lado estamos? ¿Del lado del desarrollo con responsabilidad o del lado de quienes siempre han vivido a costa del freno?
En la tierra de la esperanza, el que bloquea el camino ya no es adversario: es enemigo del porvenir. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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