Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Hola, México. Hola, Sinaloa…
La política no es un duelo de santos ni de demonios, sino un reflejo brutal de la sociedad que la sostiene. La competencia empresarial puede ser saludable porque genera innovación y progreso, pero en política la división social no produce más que veneno: estereotipos que se multiplican, discursos que se radicalizan, y un terreno en el que lo que menos importa es la verdad, y lo que más importa es quién se atreve a narrar y con qué moral lo hace.
Ese es el verdadero dilema de nuestro tiempo: no es la crisis lo que debilita al ciudadano, sino el pánico que los actores políticos propagan en torno a ella. Y mientras unos pregonan la debacle y otros la victoria absoluta, lo que queda al final del día es un pueblo atrapado en medio de dos relatos diseñados para manipular emociones y no para resolver problemas.
Hoy, la oposición en Sinaloa es la radiografía de su propio pasado: un océano turbulento de indignación popular que no se apaga porque la corrupción y la impunidad siguen dejando cicatrices abiertas. Y aunque algunos de sus cuadros más emblemáticos hoy enfrenten a la justicia, eso no limpia la memoria colectiva de décadas de saqueo. Por eso su voz crítica suena hueca, porque el pueblo no olvida de dónde viene cada palabra y cuál es el precio de cada discurso.
El PRI y el PAN, juntos o separados, hoy no ganarían ni la elección de un comité vecinal. Su calidad moral se ha erosionado con la misma fuerza con la que amasaron fortunas al amparo del poder. Y sin embargo, la política nunca es lineal. Su apuesta es clara: esperar al desgaste del gobierno, jugar a que la inflación, la inseguridad y los errores de la administración del gobernador sinaloense Rubén Rocha Moya hagan el trabajo sucio de desfondar la confianza social. Mientras tanto, recitan el viejo rosario: “ellos no saben gobernar”.
Pero aquí está el verdadero punto de reflexión: ¿queremos como sociedad que nuestro destino se decida entre el fracaso del presente y la esperanza en los errores del adversario? ¿Es esa la calidad de debate que merece Sinaloa, o vamos a seguir atrapados en la estrategia de esperar que al otro le vaya mal para que, por default, alguien más pueda ganar?
La política de desgaste es un arma de doble filo. Funciona cuando hay memoria corta y resignación colectiva, pero se vuelve inútil cuando la sociedad comienza a exigir soluciones y no narrativas. El problema para la oposición es que ya no basta con esperar, ni basta con señalar. La credibilidad se construye con acciones, no con letanías.
Y el problema para el gobierno es otro: cada error, cada omisión y cada contradicción se convierte en la moneda con la que la oposición compra oxígeno. Por eso, más allá del juego político, lo que Sinaloa necesita es una ciudadanía que no se deje arrastrar ni por el discurso de la catástrofe ni por el canto triunfalista del poder. Porque al final, el verdadero árbitro no es el gobierno ni la oposición, sino el ciudadano que observa, recuerda y vota.
En política, como en la vida, la verdad no es suficiente. Lo que realmente importa es quién tiene la autoridad moral para pronunciarla sin que su voz suene a eco de un pasado corrupto o a excusa de un presente fallido.
GOTITAS DE AGUA:
Porque, al final, la política no es más que un espejo que devuelve lo que somos como sociedad: si elegimos ciegamente, cosecharemos farsas; si toleramos la corrupción, legitimamos al corrupto; si nos conformamos con la retórica vacía, terminamos viviendo de discursos y no de realidades. La verdadera pregunta que debemos hacernos no es quién ganará el 2027, sino quiénes seremos nosotros cuando llegue esa hora: ¿ciudadanos capaces de exigir con memoria y dignidad, o espectadores pasivos que celebran la caída del otro sin advertir que, en el fondo, todos caemos juntos? “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…