COLUMNA: SOBRE EL CAMINO
Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
El funeral del PRI…
Querida sociedad, ¿en qué momento supimos que era el fin del PRI? ¿Cuándo sentimos que ese coloso que una vez gobernó con puño de hierro comenzó a resquebrajarse desde adentro? Tal vez fue en 2018, cuando la campaña de López Obrador marcó no solo una elección, sino una sentencia histórica. Desde entonces, el PRI no volvió a ver la luz. Lo que siguió fue una descomposición en cámara lenta, un derrumbe político en cascada que ni sus más fieles militantes pudieron detener.
El 2021 solo fue la confirmación de su acta de defunción. En Sinaloa, la derrota del viejo bloque empresarial —ese que se alimentó durante décadas del erario público y del amparo del poder tricolor— fue el golpe de gracia. Se rompió el pacto sagrado entre el dinero y la política, y con ello, se extinguió la última flama que mantenía con vida al dinosaurio.
Hoy, lo que queda del PRI es un cascarón hueco, un eco de glorias pasadas. Se revuelcan en las migajas del poder, disputándose con dientes y uñas las posiciones plurinominales que ya no significan representación, sino simple supervivencia. Son un ejército sin soldados, sin credibilidad, sin causa. Nadie los sigue, nadie los escucha. Solo se escuchan entre ellos, en el eco de su propio mausoleo político.
Su lucha actual no tiene propósito porque su discurso está contaminado de contradicciones. Pretenden criticar al gobierno mientras asesinan su propia autoridad moral desde dentro. Hablan de ética y corrupción los mismos que destruyeron la suya. Hablan de renovación los mismos que se niegan a soltar los viejos privilegios. No mudan la piel, solo se tapan con la misma cobija raída que un día les dio identidad.
El PRI se ha convertido en un elefante blanco, una ruina arquitectónica de lo que alguna vez fue el edificio del poder. No hay ironía en esta afirmación, solo realidad. Es el fin de una era que se negó a evolucionar, a desprenderse de su propio pasado corrupto y decadente.
Hoy, sus líderes —nacionales y locales— viven sumergidos en un pantano político del que no podrán salir, porque cada intento de rescate los hunde más. Los mismos apellidos, los mismos rostros, las mismas promesas recicladas. No hay aire fresco, no hay oxígeno.
El PRI murió el día que perdió la vergüenza. Y lo más alarmante es que aún no lo saben. Caminan entre nosotros como fantasmas políticos, hablando de redención cuando lo único que ofrecen es su propia extinción.
Hoy, ese cascarón llamado partido deambula sin alma, cargando un ataúd lleno de culpas y simulaciones. Pretende seguir respirando entre alianzas sin moral, buscando resucitar con los mismos fantasmas que lo enterraron. Pero ya no hay regreso, no hay cura para un cuerpo podrido que se negó a amputar su propia gangrena.
GOTITAS DE AGUA:
La historia será cruel, sí, pero también justa. No recordará al PRI como el arquitecto del México moderno, sino como la maquinaria que destruyó la confianza ciudadana. Será el emblema de cómo el poder sin conciencia se convierte en enfermedad terminal. Y así, en su última exhalación, el viejo partido morirá sin ruido, devorado por el silencio del pueblo que un día lo sostuvo, pero que hace tiempo dejó de creerle. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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OV El Analista: https://ovelanalista.com/columna-sobre-el-camino/
