Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Liliana Cárdenas Valenzuela: la virgen del PRI…
Saquen sus palomitas, queridos lectores. En el municipio de Salvador Alvarado la historia vuelve a repetirse con el mismo guión, los mismos actores y el mismo cinismo, solo que con distintos escenarios y trajes planchados para aparentar pulcritud política. Hoy, Liliana Angélica Cárdenas Valenzuela, la ex alcaldesa que alguna vez tuvo el municipio en sus manos —y también sus cuentas—, pretende ahora venderse como verbigracia de transparencia y virtud desde la secretaría general del PRI en Sinaloa. Que ironía más grande: quien un día administró la opacidad, hoy pretende impartir lecciones de honestidad.
Liliana Cárdenas, exalcaldesa de Salvador Alvarado y hoy flamante secretaria general del PRI, se vende como ejemplo de honestidad… cuando su gestión fue un festival de subejercicios, favoritismos y millones perdidos.
De vivir en renta pasó a presumir lujos inexplicables. De cerrar las puertas de su oficina al pueblo, ahora presume humildad. De ser señalada por la ASE, hoy da discursos sobre ética.
Porque si la memoria política de los sinaloenses aún sirve, recordarán que durante su administración (2014–2016) en la llamada “Tierra Santa”, lo único santo fue el milagro de su repentino enriquecimiento. De vivir en renta, pasó en cuestión de cuatro años a ostentar propiedades, vehículos y lujos que ni de lejos corresponden a los ingresos de una servidora pública. ¿Un golpe de suerte o el reflejo de una maquinaria de poder que supo cubrir su espalda?
Las cuentas públicas de su gestión fueron aprobadas, sí, pero bajo el manto cómplice del aparato que suele maquillar cifras y limpiar pecados políticos. La Auditoría Superior del Estado (ASE) dejó claro el caos financiero y administrativo que imperó en su mandato: subejercicios millonarios, adjudicaciones directas amañadas y favoritismo descarado hacia un pequeño círculo de constructores privilegiados. En palabras simples: el dinero no fluyó donde debía, sino donde convenía.
El dato es demoledor: de las 31 obras contratadas entre julio y diciembre de 2016, 15 fueron asignadas directamente, sin licitación ni invitación. Más del 53% del presupuesto de obra pública fue a parar a solo dos contratistas, Sergio Alberto Román Ríos y Fernando Martínez Avendaño, los favoritos de la entonces alcaldesa. ¿Y qué quedó para el pueblo? Calles inconclusas, obras a medias y una administración con olor a corrupción institucionalizada.
A eso se suma un capítulo todavía más indignante: los 9 millones de pesos en pagos de indemnizaciones y riesgos laborales que autorizó para sí misma, su síndico y regidores en su último año de gestión. Una burla descarada al erario, una bofetada a la ética pública y un retrato perfecto de su estilo de gobernar: primero el bolsillo, luego el pueblo.
Pero lo que más ofende no son las cifras, sino la desmemoria fingida. Liliana Cárdenas pretende ahora presentarse como una heroína política, una guía moral dentro del PRI, como si la historia pudiera borrarse con discursos y poses en conferencias. Esa misma mujer que cerraba las puertas de su oficina al pueblo hoy abre los micrófonos para hablar de cercanía ciudadana. Esa misma que manejó el poder con soberbia hoy se disfraza de servidora humilde.
El problema no es solo el pasado, sino su ambición presente: sueña con ser diputada local o federal pluri, con volver a la arena pública para seguir viviendo del erario. Una especie de reencarnación política donde los errores no pesan, las auditorías no existen y la impunidad siempre tiene padrino. Preguntenle al jefe del denominado grupo “Chilorio Power” en la época del Peñanietismo (David López Gutiérrez el Pecuny)
Liliana Cárdenas no representa la renovación del PRI, sino su persistente decadencia. Es el espejo más fiel del partido que ha perdido la brújula moral y se aferra a los rostros de siempre, aunque esos rostros estén manchados por los años de corrupción que los hicieron sobrevivir. ¿Acaso tienen calidad moral para criticar detrás de un micrófono al gobierno en turno?
Porque en política, la memoria ciudadana suele ser corta, pero no tanto como para olvidar quién ordeñó el presupuesto en la “Tierra Santa” Alvaradense y hoy pretende vestir el manto de la pureza.
Y mientras ella posa para las cámaras y reparte discursos sobre ética y compromiso, allá en Salvador Alvarado las obras inconclusas y los recuerdos de su soberbia siguen hablando más que mil ruedas de prensa.
GOTITAS DE AGUA:
Liliana, la del verbo fácil y las cuentas oscuras, parece haber olvidado que la santidad política no se predica, se demuestra. Y en su caso, los hechos —y los millones desaparecidos— ya la condenaron hace tiempo. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
Comentarios