Por Socorro Valdez

Y la duda flota. El silencio es total. Las órdenes que giraron son: ¡No dar detalles ni informar qué o por qué pasó! Ellos, aseguran un muerto, ella vió y constató ¡Cuatro! ¿Cuál es la verdad? Nadie dice, pero ella, narra su versión.

Saludó a todos. Sonríe. Son aún jóvenes. Me saluda y se dispone a comer sus tacos. No los conozco, ellos, no me conocen. Intercambiamos nombres. Ellos no sabían de mi profesión ni yo la de ellos. Platicamos de todo. Reímos y ¡Sorpresa! Salió el tema del choque del Metro Tacubaya. Ellos auxiliaron. Estuvieron ahí. Fueron testigos de la vida y de la muerte. Su semblante cambió. Su sonrisa desapareció y mostró seriedad en el rostro. Él, él guardó silencio de inmediato.

No hubo lágrimas, pero evidenció tristeza, pesar. Su juventud, incluso su inexperiencia, no le daba esa rudeza ni el carácter que se forja con el tiempo. “Íbamos preparados para todo, pero no me esperaba esa escena”. Aún al narrar mostraba dolor y fresca la imagen en su mente. En mi corta labor de policía, nunca me había tocado tanta desorganización, y esa escena de ¡Muerte! La ví aferrarse a ella. Aún la abrazaba y era evidente que la cubrió con su cuerpo. Era su pequeñita de tres años. Se afianzó a ella. Se notaba golpeada por el impacto. No la quería dejar. La protegía. Ella, su madre, llevó todo el golpe. Se veía lastimada, pero era evidente que no le importó el dolor ni aún muerta, porque la protegía.

La abrazaba, era como de tres años. Dolía ver cómo se aferraba aún inerte. No la quería dejar, ¡no la dejó! Era su madre, y luchó, luchó hasta el fin para cuidarla. La protegió a costa de su vida. Que amor, que fuerza para que todavía muerta no la soltara.

Llegaron otros compañeros al auxilio, pero la escena también los paralizó. Provocó que escaparan lágrimas de mujeres y hombres policías. La pequeña todavía respiraba, ¡tenía signos de vida! Flotó alegría y la acción inmediata. Literal, la “arrancaron” de los brazos maternos y.. ¡Murió! Junto con su madre (su hermanito o hermanita -estaba embarazada-) y un conductor de uno de los convoyes que iba a Tacubaya. La pasajera no perdió a un hijo, perdió dos, se fueron tres.

Ella estaba gestando, era notorio su embarazo. Todo fue tan raro. Hasta la llegada de la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, que arribó de inmediato, con ese semblante de frialdad y “muy, muy arreglada” para la hora. Nos sorprendió. Ya era la media noche, “que raro”, comentamos en voz baja policías de la PBI, auxiliares y nosotros. También criticamos que no había orden, todo muy desorganizado. No sabían ni cómo atender esa emergencia. Se veían unas bolitas y un compañero reaccionó y fue cuando aventó a todos.

Alcanzó a sacar a algunas personas. Incluso a la señora; a ella le tuvo que quitar el fular -una especie de rebozo moderno- de ahí sacó a la pequeña de tres años que aún dejaba escapar signos de vida. Su madre, quedó en estado fetal, abrazada a su hija. La vi, me conmovió, me hizo llorar. Nunca como policía había pasado eso. ¡Qué tristeza. Qué dolor, nos pusimos a llorar!

Trataron de darle los primero auxilios, pero al quitarle los brazos de su madre, ¡murió! El operador ya estaba muerto. Me puse nerviosa. Varios del agrupamiento mostrábamos nerviosismo. Por radio se habló de tres bajas, y luego se dio la orden de no dar información. Nuestros mandos no se organizaban, no sabían ni qué ni cómo hacer.

No hubo buena coordinación. Ni en los reporteros. Ellos ni se acercaron, los mantenían a raya. No fue un muerto y 15 heridos, fueron ¡cuatro! La señora embarazada, su hija de tres años, su bebé en gestación y el conductor.¿Un sólo muerto?, no, ¡cuatro! Nuevas mentiras, nuevas omisiones. Nuevas negligencias. Y nuevos riesgos. Trenes sin refacciones y rearmados con los otros inservibles. Centrales de control -que advierte por dónde van los trenes- obsoletos y algunos sin operar; otras líneas del Metro, como la siete, incomunicadas y en riesgo de coalición. Y mucho, mucho ¡Silencio! De lo que realmente pasó.

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