Por Socorro Valdez Guerrero

Bebo café en ese parque, mientras analizo cómo no perder la fe, la conciencia ante una realidad que lacera.
Escucho el trinar de pájaros y disfruto el sol, con la timidez de un aire que empuja a pensar en esa mezcla de creencias.
De necesidad de ¡Esperanza!, y de confiar que todo estará mejor. Que habrá ¡Rumbo!

Los pájaros trinan y el rostro infantil de aquella pequeña que disfruta el vaivén en el columpio que da el ¡Contraste!
Afuera comerciantes de evidente rostro desesperado, ¡no hay ventas!
Adentro, en ese jardín comunitario nuevos contrates.

Jóvenes enamorados, risas de niños y frente a ellos, a mi, dos aún adolescentes, hombre y mujer, que miran con sus mente aturdida por el activo que inhalan.

Los observó también y que difícil hablar de fe, de conciencia, de esperanza y de creencias, cuando quisiéramos gritar: ¡Crucificadle!..

No a ellos, crucificar a quien no ha logrado modificar en la vida que te lleva a perder la conciencia y hasta el ¡Temor! A un Dios, a un castigo divino.

En ese parque escucho a la Santanera. La llevó hasta ahí un taxista que se dio un respiro para disfrutar el momento.
Doy el sorbo al café y no dejo de pensar en la fe, mientras escribo, con un poco de temor, de conciencia para cuidarme.

Volteo para todos lados. Estoy alerta ante un arrebato de celular, que triste perder la ¡Confianza!
Miro e insisto en tener fe, que se trunca en una en vida cotidiana, tan cruda como la de ellos, que se drogan para no tener conciencia.

¿Cómo pensar con claridad y cómo mantener la fe, cómo impulsar al bien? Con esa juventud que pierde la conciencia en las adiciones, otros en el alcohol, en los ¡Delitos!

¿Cómo creer en él? Cuándo la vida cotidiana te sacude, te ubica y hoy la muerte, te arranca la esperanza.
Cuando volteas y siempre invaden los judas, los ¡Traidores! Los que te vende, los que te arrebatan la fe en otros, en él.
La vida, las experiencias, los sufrimientos, llevan por esos caminos en que se resquebrajan las creencias.
Provengo de familia, incluso religiosa. Con una abuela que todos los días era de rosarios, de iglesia muy de mañana, de ¡Fe!

De miedos que compartía para obligarte hacer el bien, para imprimir el temor a él, y sacudir tu conciencia.
No era tan inmaculada tampoco, como no lo son muchos que hablan de Dios, que dicen tener fe.
Era, como muchos, golpes de pecho por las mañanas y noches, y críticas al prójimo.

Un Dios, que sólo está en su mente, y no en ¡Acción! En práctica cotidiana para ayudar a otros.
Eso tal vez, me llevó a evadir rezos, a no arrodillarme con la falsedad de una misa, que después en tus actos olvidas.
Esta es una reflexión de mi propia fe. Es un análisis de esa urgencia de reparar en las muertes, las tragedias, que a mi, me empujaron, dirían muchos, a blasfemar.

Mi alma ha sido lastimada. He gritado e insultado a quien yo creo es Dios.
Respeto la fé de otros y valoro a quienes bendicen mi camino, y detesto, la hipócrita fé de golpe de pecho y daño al prójimo.

Esa falsedad religiosa de dañar, ¡En nombre de Dios!..
No mandó bendiciones y antes, a pesar que pequeña, aún joven, algunos de mis actos los hice con miedo y temor a ¡Dios!, creo en lo importante de mezclar la fe, la conciencia y sobre todo con la ¡Acción!
Esa fe que impulsa a pensar dos veces antes de hacer daño, y ayudar sin mirar a quien.
Aquella fe, que te lleva a la conciencia de apoyar, hoy más que nunca, sin interés.

Mis padres y muchos dirían, crees a conveniencia, y sí, no pierdo esa fe, para tener la humildad de bajar la cabeza y pedir, en mi intimidad, incluso por ¡Todos!

Hasta por aquellos, que desearía los crucificaran. Los llevarán a esa cruz a sentir el dolor por otros ante sus torpezas, empecinamientos y mala conducción política o social.

Desearía arrastrarán la cruz para sentir el daño, la desesperación y peor aún, al luto de aquellos que tuvieron esperanza y la han pedido.
Hoy es esa mezcla de memoria urbana, con la conciencia y la fe, que no debemos perder aún en la adversidad.
Que duro es hablar de esperanza, voltear y ver, esa carencia de rumbo.
Fe perdida ante una falsa esperanza social.

Y más duro, sin embargo, es que se empuja más como lo dice aquella frase maquiavélica, de aquel que enseñó a gobernar, incluso a sí mismo para decir con verdad: “En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”.

O Nietzsche: “El pueblo que conserva la fe en sí mismo continúa teniendo su propio Dios”.

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