Latitud Megalópolis \ Jafet Rodrigo Cortés Sosa

¿No les sorprende el cinismo con el que actúan algunos personajes de la vida pública del país?, con aquella seguridad que les caracteriza, niegan a todas voces lo que ante la sociedad y tangible realidad, resultaría evidente.

Aquellos actos u omisiones realizadas en sus gestiones como funcionarios públicos, que les hacen directa o indirectamente responsables de corrupción.

En realidad lo que les hace ser tan cínicos y desvergonzados es la impunidad y una profunda sociopatía.

La impunidad se manifiesta a través de los años de distintas formas, tapada de forma sistémica con actos de corrupción más grandes que el anterior, que se manifiestan como cortinas de humo el tiempo que sea necesario para que la gente olvide, y los responsables salgan libres para ocupar los recurso robados como plataforma para seguir vigentes en el escenario del poder.

Menciono sociopatía porque es evidente que el mundo actual, está liderado por sociópatas.

Grandes empresas transnacionales y países en las distintas latitudes del mundo están siendo gobernados y administrados por sociópatas, que no tienen la posibilidad de generar empatía para atender las verdaderas causas sociales que padecen cotidianamente millones de personas.

Lo anterior podría ejemplificarse claramente en el caso del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, sociópata por excelencia, quien se convirtió en la representación más viva del funcionario público modelo de esas generaciones de gobernantes corruptos y cínicos que formó la escuela del Nuevo PRI.

Es de relevancia mencionar que fue corrupto antes, durante y después de haber ocupado el cargo que lo catapultó a ser conocido a nivel internacional, no por sus logros, sino por el hedor pútrido y repugnante a corrupción, que sigue fresco en el ambiente público, pero que enterró con él, decenas de casos que sucedieron durante su gobierno, de desfalcos aún impunes.

La realidad de México, lamentablemente, sigue hundida en un sueño Kafkiano en el que cada vez nos sorprende menos este y otro tipo de casos.

Terminamos acostumbrados a que cualquier hecho, por más evidente que parezca, no será suficiente para que alguien se haga responsable.

La impunidad se transformó paulatinamente en la pluma que escribe la historia mientras pasa uno, u otro gobierno. Actualmente la justicia, sigue debiéndonos mucho.

Menciono a Javier Duarte, por aquellas palabras que escribió él mismo en 2018 desde la cárcel, “La verdad nos hará libres”, frase con la que concluyó su carta anunciando que comenzaría una huelga de hambre (Seguramente dejaría de consumir cortes finos; quizás, tortas de pierna de su natal Córdoba; mariscos o platillos de su preferencia), ante la “persecución política” y la “cacería de brujas” de la que estaban siendo “víctimas” sus excolaboradores. Tal grado de cinismo no podría ser de otra persona, ¿O sí?

¿Realmente la verdad nos ha hecho libres?, la realidad es que esa frase quedaría mejor como, “La verdad nos hará presos a todos”.

La idea de que llegue tanto personaje corrupto, sin preparación, sociópata, irresponsable, es naturalmente el reflejo de algo que muchos no querrán aceptar.

La culpa la tenemos todos y lo que representan sujetos como Javier Duarte, es únicamente el reflejo en un nivel macro de los vicios y carencias de una sociedad.

Para que alguien se siente en la silla del poder tiene que configurarse una fórmula, quizás hasta burda: alguien votó por ellos, y otros no representaron una propuesta lo suficientemente fuerte como para convencer a los electores de un cambio; otras veces, en escenarios más complicados, los votantes compraron una idea distinta del resto, esperanzados en un nuevo amanecer, que se fue tergiversando entre nubes negras y una nueva decepción.

La rueda del poder gira y nadie se mueve hasta que no les aplaste a ellos, o a una persona cercana.

El conformismo en México, en parte, está fundado por aquella arraigada costumbre paternalista de crear programas sociales enfocados en someter a los grupos más vulnerables a través de dádivas, sin estructurar realmente programas sociales que ayuden a tener mejores condiciones de vida. Enfoques meramente electoreros.

Lo anterior no es algo que decidamos aceptar automáticamente como sociedad, la mayor parte acepta cómodamente lo cotidiano, ya sea por los privilegios que no quieren perder, o avasallados por la cruda realidad y la carencia que les quita las ganas de luchar, mueren de a poco las alternativas; otra parte, lamentablemente más pequeña, puede llegar a salir adelante de esto. Resiliencia.

La gente cómoda se queja de la vida que viven los políticos, se queja de los abusos, de la desfachatez; la gente cómoda se queja pero no se queja de su posición inerte ante todo ello.

La gente cómoda sólo se mueve cuando dicha comodidad se ve atentada, sin pensar que de un momento a otro, todo acabará.

La rueda del poder gira y la comodidad no nos permite movernos. Aletargados vivimos hasta que los impuestos suben, hasta que los subsidios se evaporan, hasta que los apoyos acaban.

Hasta ese momento decidimos movernos y cambiar, pero, ¿cuánto tiempo estuvimos estáticos consintiendo todo?, ¡Claro que lo somos!, los culpables somos todos, unos más que otros pero lo somos.

Datos del autor:

Licenciado en Derecho UV
Analista Político/ Humanista/ Diletante de la escritura
Xalapa, Veracruz; México.
Twitter e Instagram: @JAFETcs
Facebook: Hablando de no sé qué.

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