María Elena Maldonado
Ya he comentado que la política debería ser un ejercicio discreto, funcionarios dedicados a hacer su trabajo y que la ciudadanía recibiera los beneficios de un desempeño eficiente y no ser protagonistas de un circo que además de arroja espantosos resultados provocados por las pésimas decisiones del actual régimen, encima tenemos que soportar en todos los medios de comunicación un sobreexpuesto “presidente” con una desagradable presencia, una verborrea auto elogiosa y el terror de escuchar las destrucciones e insensateces que diariamente anuncia en su mañanera, que no hay necesidad de sintonizarlo; cada vez que reviso mi teléfono móvil, abro el periódico, prendo el radio, aparece su rostro, una noticia -nunca positiva- no voy a enlistar lo que todos sabemos y que además nos esta robando un precioso tiempo que en vez de vivir asustados, preocupados y atentos de las afectaciones a nuestra calidad de vida y nuestro futuro deberíamos ocupar en mejores actividades, además de nuestro trabajo, hay a quien nos gusta la lectura, el arte, hay quien el deporte, las manualidades, adictos a las series, en fin cada uno que llene su tiempo con algo placentero y que lo ayude a su crecimiento personal o que lo haga pasar un tiempo agradable según sus gustos.
Ahora la preocupación por los sucesos nos tiene atrapados en estar enterados, informar a los demás a través de las redes sociales, firmar peticiones para detener la destrucción, participar en las marchas, tratar de convencer a los que no se ocupan, cuidar el único país que tenemos, en vez de vivir en lo nuestro, por culpa de los pésimos y hasta peligrosos políticos tenemos que protegernos y proteger nuestro patrimonio, a nuestra gente y a nosotros mismos. Hoy en el centenario luctuoso del autor de “Suave Patria”, Ramón López Velarde, abro un espacio para conmemorarlo, es importante dar a conocer su obra. Reuní aquí algunos comentarios relevantes sobre su vida y su arte.
Como dice Enrique Krauze: “Si nuestro país no estuviera desgarrado por la discordia política, sí recordáramos que concepto de Patria nacida del amor, prevaleciera sobre la dicotomía del rencor y el odio; si la palabra México despertara aún la emoción que sintieran generaciones de niños y jóvenes a través del ante todo somos una centenaria construcción cultural; si el tiempo, este habría sido el año de Ramón López Velarde. Juan Villoro se pregunta “
¿Es López Velarde nuestro poeta nacional? En dos versos resumió la riqueza y los riesgos del subsuelo: “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros del petróleo el diablo”, y el destino nacional cabe en estas letras: “En piso de metal, vives al día/ de milagro, como la lotería”. Muerto a los 33 años, no vio la publicación de “La suave Patria”, que el gobierno deObregón convirtió en canto cívico a pesar de que el poema critica la Revolución, juzgaque Cuauhtémoc es el “único héroe a la altura del arte” y hace más alusiones al catolicismo que a las gestas nacionales.
“Navegaré por las olas civiles”, anuncia el poeta, pero lo hace “con remos que no pesan”. Para sobreponerse a las convulsas aguas de la historia, navega en forma leve. Ajeno a todo afán patriotero, concibe un país intensamente personal. La extraordinaria paradoja es que así reinventa el sentidode pertenencia. Su voz, que no aspira a captar “lo nacional”, está misteriosamente cerca de nosotros. López Velarde contempla el tiempo que repudia y lo atrapa en forma crítica.
En el sentido de Agamben, es contemporáneo. “Suave Patria: te amo no cual mito/ sino por tu verdad de pan bendito”, escribe el creador de una provincia íntima. A cien años de su muerte, ese país es más auténtico que el de los textos de civismo. La suerte de una época pasa por la política, pero se define en la cultura, el pan del porvenir.
José Emilio Pacheco imagina una conversación con Ramón López Velarde: “Has caído en manos de la policía judicial literaria”, le dice José Emilio al fantasma de Ramón, a la lumbre de la vida y obra cuyas ascuas debe aprovechar el crítico. “Mira, te presento al comandante Marx, al capitán Freud, al inspector Lukács, al teniente Lacan, al sargento Foucault”, continua la interpelación de JEP, en lo que hoy podríamos reconstruir como uno más de esos inolvidables pasajes de periodismo literario: un “Diálogo de los muertos”, en donde José Emilio y López Velarde pasean juntos por la colonia Roma del 2019, observando las ruinas del pasado y el esplendor del presente —como la Casa del Poeta—, las reminiscencias de esa otra provincia del poeta jerezano.
“Con López Velarde termina admirablemente el Modernismo en su capítulo mexicano. Nace en el 1888 de Azul y muere en vísperas de 1922, el año central de la vanguardia. A diferencia de todos los poetas que llegaron después, su poética se basa en explorar hasta el delirio las posibilidades de la rima. La poesía es el único arte al margen del mercado . Circula por caminos que no se relacionan con el comercio. Sorprende enterarse de que los libros más influyentes de esta época no se imprimieron en más de 500 ejemplares. No obstante, hacia 1920 López Velarde y todos los poetas del idioma tenían una conciencia de sus semejantes en los demás países hispánicos que ya no existe en la era de la comunicación instantánea. Todo se ha dicho sobre Ramón López Velarde. Su escenario nos demuestra que de nuevo todo está por decirse”.
Gabriel Zaid nos dice: “En su corta vida, López Velarde tuvo mala suerte amorosa, económica y política. Pero tuvo reconocimiento de las tres generaciones literarias que entonces convivían: de José Juan Tablada (los modernistas), en 1914 (a los 26 años); de Julio Torri (los ateneístas), en 1916; de los jóvenes Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza y Carlos Pellicer (los futuros Contemporáneos), en 1921. Tuvo además buena suerte política póstuma: el ‘suntuoso entierro’ ordenado por el presidente Obregón y los tres días de luto en las cámaras legislativas lo canonizaron en el santoral revolucionario. La Revolución lo exaltaba y se exaltaba en su muralismo poético, en su búsqueda de una nueva patria.”
Ojalá todos encontremos la suave y nueva patria que merece todo mexicano estudioso, trabajador, honesto, motivado por el amor a México, a avanzar.
Para los que quieren leer o releer la “Suave Patria” se las acerco
Suave patria Ramón López Velarde
Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo, para cortar a la epopeya un gajo. Navegaré por las olas civiles con remos que no pesan, porque van como los brazos del correo chuán que remaba la Mancha con fusiles. Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero.
Primer acto Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros. El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo.
Sobre tu Capital, cada hora vuela ojerosa y pintada, en carretela; y en tu provincia, del reloj en vela que rondan los palomos colipavos, las campanadas caen como centavos. Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio. Suave Patria: tu casa todavía es tan grande, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería. Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones la inmensidad sobre los corazones. ¿Quién, en la noche que asusta a la rana, no miró, antes de saber del vicio, del brazo de su novia, la galana pólvora de los juegos de artificio? Suave Patria: en tu tórrido festín luces policromías de delfín, y con tu pelo rubio se desposa el alma, equilibrista chuparrosa, y a tus dos trenzas de tabaco, sabe ofrendar aguamiel toda mi briosa raza de bailadores de jarabe. Tu barro suena a plata, y en tu puño su sonora miseria es alcancía; y por las madrugadas del terruño, en calles como espejos, se vacía el santo olor de la panadería. Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera suave Patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí, que en tu lengua de amor prueben de ti la picadura del ajonjolí. ¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena de deleites frenéticos nos llena! Trueno de nuestras nubes, que nos baña de locura, enloquece a la montaña, requiebra a la mujer, sana al lunático, incorpora a los muertos, pide el Viático, y al fin derrumba las madererías de Dios, sobre las tierras labrantías. Trueno del temporal: oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas; oigo lo que se fue, lo que aún no toco, y la hora actual con su vientre de coco. Y oigo en el brinco de tu ida y venida, ¡oh, trueno!, la ruleta de mi vida. Intermedio: Cuauhtémoc Joven abuelo: escúchame loarte, único héroe a la altura del arte. Anacrónicamente, absurdamente, a tu nopal inclínase el rosal; al idioma del blanco, tú lo imantas y es surtidor de católica fuente que de responsos llena el victorial zócalo de cenizas de tus plantas. No como a César el rubor patricio te cubre el rostro en medio del suplicio; tu cabeza desnuda se nos queda hemisféricamente, de moneda.
Moneda espiritual en que se fragua todo lo que sufriste: la piragua prisionera , al azoro de tus crías, el sollozar de tus mitologías, la Malinche, los ídolos a nado, y por encima, haberte desatado del pecho curvo de la emperatriz como del pecho de una codorniz.
Segundo acto Suave Patria: tú vales por el río de las virtudes de tu mujerío. Tus hijas atraviesan como hadas, o destilando un invisible alcohol, vestidas con las redes de tu sol, cruzan como botellas alambradas. Suave Patria: te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito; como a niña que asoma por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito. Inaccesible al deshonor, floreces; creeré en ti mientras una mexicana en su tápalo lleve los dobleces de la tienda, a las seis de la mañana, y al estrenar su lujo, quede lleno el país, del aroma del estreno. Como la sota moza, Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagros, como la lotería. Tu imagen, el Palacio Nacional, con tu misma grandeza y con tu igual estatura de niño y de dedal.
Te dará, frente al hambre y el obús, un higo San Felipe de Jesús. Suave Patria, vendedora de chía: quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón, y con matraca, y entre los tiros de la policía. Tus entrañas no niegan un asilo para el ave que el párvulo sepulta en una caja de carretes de hilo, y nuestra juventud, llorando, oculta dentro de ti el cadáver hecho poma de aves que hablan nuestro mismo idioma. Si me ahogo en tus julios, a mí baja desde el vergel de tu peinado denso frescura de rebozo y de tinaja: y si tirito, dejas que me arrope en tu respiración azul de incienso y en tus carnosos labios de rompope. Por tu balcón de palmas bendecidas el Domingo de Ramos, yo desfilo lleno de sombra, porque tú trepidas. Quieren morir tu ánima y tu estilo, cual muriéndose van las cantadoras que en las ferias, con el bravío pecho empitonando la camisa, han hecho la lujuria y el ritmo de las horas. Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el ave taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono; sedienta voz, la trigarante faja en tus pechugas al vapor; y un trono a la intemperie, cual una sonaja: ¡la carretera alegórica de paja!