Por Socorro Valdez Guerrero
Me senté a observar su dolor.
Pasé varios días cerca de ella.
Noté que era víctima de los demonios que desata la infidelidad y el abandono.
¡Que sorpresa! Ellas, también aman, sufren y padecen la ¡Traición!
En algún momento me comparé, porque varias veces me sentí igual que ella.
Son como ¡Nosotras! Y también perdonan el ¡Desamor!
Cuando su compañero de vida, la cambia por otra, que considera mejor, parecen.
Así es ella, a la que le dicen “La gorda” y él, al que apodan “Yeicko”, un macho que la embelesó.
De mirada tierna, se perdió por él, tan altivo y seguro al caminar.
Bravucón a la menor provocación.
Ella, nunca lo dejaba. Siempre dispuesta hasta a defenderlo en sus encuentros con otros.
Era normal, verlos vagar por las calles.
Subían y bajaban del Manto a San Juan.
Todos los conocían.
Les veían juntos por diversas partes.
“La gorda”, fiel en su compañía, él delicado si la veía con otros.
Cuando uno se acercaba, él respondía agresivo.
No permitía ni que la olieran.
Procrearon varios hijos. Hasta que alguien decidió por ella, y le “cerraron la fábrica”.
Ambos se convirtieron en ¡Indigentes! Aunque bien alimentados y cuidados por vecinos caritativos.
De la nada, ¡apareció ella!Una, que era compañera del que recogía basura.
Cuando “Yeicko” la vio, se perdió en sus encantos.
Los dos se embelesaron.
Ambas tan diferentes.
“La gorda” talla pequeña, melancólica y la otra ¡Agresiva! Hasta con él.
Tal vez su juventud, delgadez y pelaje rubio, lo cautivó.
Se miraron algunas veces hasta que sin más, tomó su rumbo y se fue con ella.
Abandonó a “La gorda”, quien fue tras él, y la menospreció.
Incluso, la golpeó.
Era evidente el dolor de su compañera de andanzas.
La ¡Traicionó! Y la dejó sumida en la tristeza.
Varias tardes me sentaba junta a ella.
A Observar si comportamiento tan racional.
No podía creer que de sus tiernos ojos, salían verdaderas lágrimas.
Dejó de comer y se le vio abatida.
Creía moría poco a poco.
No se levantaba del piso.
Era ¡Desamor!
Todas las tardes, la otra, parecía provocarla.
Bajaba con “Yeicko”, y él, sólo lamía la mejilla de “la gorda”.
Luego, se colocaba entre las dos para evitar enfrentamiento.
Una se contoneaba frente a la otra, y aquella sumisa, evasiva, dejaba que la golpeara.
Él se interponía.
Después volvía a irse con “La güera”, hasta que ¡Desapareció!
Ella, seguía tirada, triste.
Pasó el tiempo y “Yeicko”, ¡regresó!
¡Cínico! No venía solo.
Ahora, además de ella, lo acompañaba sus hijos de ambos.
Las dos enfrentaban miradas.
Se olían y se retaban.
Ella, la intimidaba y él, no las dejaba pelear.
La “otra”, lo empujaba. Incluso lo mordía en señal de ¡Vámonos!
“La gorda”, fiel, se resignaba lo había perdido todo frente a ella.
Leal y cariñosa, sufría en desconsolada, en silencio.
Se aislaba de todo y de todos.
Seguía en su infortunio.
Dejó de moverse y mostrar alegría.
Había perdido al compañero defensor.
Al guía de sus aventuras callejeras.
“La güera” se lo ¡Arrebató! Le había hijos.
Nadie entendía por qué esa provocación de los dos ¡Animales!
Parecían presumir su amor y su camada.
Criollos, igual que ella y él.
Se veía que ambas lo amaban y él, no olvidaba a “La gorda”.
Era extraño verlo ir y venir a verla.
Eso le hacía padecer.
No se resignaba a dejarla. Pasó otro tiempo y de repente, regresó solo.
¡Volvía! Con ella.
Lo recuperaba y abandonaba a la otra.
De vez en vez, ella bajaba con sus hijos a buscarlo.
Parecía que lo quería convencer se fueran de nuevo.
No lo hizo. La golpeó para que se fuera, y él se quedó con su eterno amor.
Ambos ¡Desaparecieron!
No se supo nada más de ellos. Uf, al fin ¡Macho!