Por Fernando Guzmán Aguilar

Antes de que uno nazca, los padres se preguntan: ¿será niño o niña? y piensan en el nombre que pondrán. Luego, ya en la infancia, a niñas y niños se les asignan responsabilidades, gustos y preferencias diferentes, y una manera de relacionarse entre sí. Esos arreglos forman el orden de género que seguimos reproduciendo a lo largo de nuestras vidas.

En las actuales sociedades patriarcales, donde se determina “quién hace qué, quién se ocupa de qué cosas”, la mujer está en una posición de subordinación frente a los hombres.

Este orden de género —apunta Siles, doctor en sociología— funciona como una especie de ordenador de la vida, otorgando posiciones, responsabilidades, privilegios. Incluso algunos hombres están en posición de subordinación respecto a otros. Es lo que se llama “masculinidad hegemónica”.

El nuestra sociedad occidentalizada, tanto en los espacios urbanos como rurales, los trabajos de mantenimiento de la vida se asignan a las mujeres y los trabajos ‘productivos’ (producción de bienes y de servicios) a los hombres.

Al asignar los quehaceres de la casa, la educación infantil y los cuidados de la salud a las mujeres (mamás, educadoras, enfermeras), entre otras labores, se piensan que son trabajos “más feminizados que masculinos”.

A la mujer, por su cuerpo “apto para la reproducción”, históricamente y de manera arbitraria y autoritaria se le han asignado diversas “labores de cuidado” que generan valor para beneficio del género masculino.

Así como está estructurada la vida social resulta funcional para ciertos grupos interesados en que continúe la dominación sobre la mujer porque en muchos sentidos beneficia a los hombres.

Cuestionar para cambiar

Ante tal situación, el doctor Siles propone como justo cuestionar esta estructura y nuestra posición en la misma, estar conscientes de que nos hemos beneficiado injustamente “de ese arreglo” y pensar en cómo podríamos hacerlo justo e igualitario.

Se podrían hacer varias cosas, “y creo que algunas personas afortunadamente las están haciendo”. Una, sin duda, es la educación en edades más tempranas. Si de pequeños o muy jóvenes entendemos y estamos expuestos a ideas más igualitarias podemos incorporarlas mucho más fácilmente, y muy probablemente podamos vivir en acuerdo con ellas.

Se requiere también, agrega el doctor Siles, de un proceso de reflexión constante sobre el papel que ocupamos en este ordenamiento de género. Debemos pensar en cómo son las relaciones entre hombres y mujeres, que tan o no igualitarias son.

Debemos escuchar lo que tienen que decirnos e intentar entender cómo contribuimos a esas situaciones que viven las mujeres y ver cómo podríamos ayudar a cambiarlas. Cómo podemos utilizar nuestra posición privilegiada para apoyar a quienes están siendo oprimidas justo por ese orden de privilegios.

Individuamente hay que estar atentos a nuestra situación de privilegio en la casa y ver cómo contribuimos a resolver esta falta de equidad, involucrándonos más en las labores de cuidado y de mantenimiento.

Hay que revisar constantemente los planes de estudio porque, sin darnos cuenta, podemos estar reproduciendo ciertas pre concepciones sobre qué trabajos debe hacer cada quien, e incorporar a los programas nuevas ideas o referentes de cómo el ser hombre o el ser mujer no tiene necesariamente que determinar a qué nos vamos a dedicar o qué cosas nos deben o no gustar; que desde la infancia se vea como normal que haya mujeres científicas, en los negocios, que participan en la vida pública. Esa sería una buena ruta a seguir.

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