Por Anai Ruiz
México.- Nadie elige dónde nacer, algunos tienen suerte al crecer en el seno de una familia amorosa, otros donde solo hay una figura materna o paterna y hay quienes ni suerte tienen. Muchos de los jóvenes que habitan nuestras calles sufren o padecen depresión, ansiedad y demás enfermedades que a la larga pueden afectar su vida, esto a raíz de la falta de atención en la infancia.
El libro “El cuaderno de Maya” de la autora chilena, Isabel Allende, invita a reflexionar sobre la vida de una joven de 19 años que se adentra en el mundo de las drogas y comienza una etapa de rebeldía. Pareciera que el cariño, el calor, el amor, la atención y el apoyo no son necesarios en un ámbito familiar, pero es más importante de lo que se cree.
La primera institución donde aprenden los niños es en el hogar. Este libro retoma, en gran, parte ese argumento. Sin embargo, se puede abordar la historia desde los pensamientos, ideas y experiencias de cada lector. A continuación la reseña del libro.
Carente de madre y con un padre ausente por su trabajo como piloto, Maya crece con sus abuelos, quienes desde pequeña la desde que su madre la abandonó. Su primer abuelo muere y su abuela Nidia Vidal se muda a Toronto para continuar con su vida. Allí Nidia conoce a Paul Ditson y cuida a Maya igual que fuera su nieta de sangre. Cuando Paul muere, Maya entra en un estado depresivo, ya que la muerte de su abuelo la afecta enormemente.
Este es uno de los primeros acontecimientos que marcan un antes y un después en su vida. Una joven rebelde, drogadicta y mentirosa es lo que demuestra con sus actitudes. Con el consumo excesivo de drogas, sufre un terrible accidente y su abuela decide anexarla.
Termina en un centro de rehabilitación en Oregón. Ahí se queda por un largo periodo en el que experimenta cierta mejoría. Sin embargo, días antes de que se cumpla el tiempo establecido en el centro, escapa para “darle una lección a su padre”. Aprovecha una situación de emergencia y corre hasta una carretera donde le pide a un camionero que la lleve. Roy Fedgewick, el conductor, accede, pero acaba violándola.
La lleva a Las Vegas. Esa noche conoce a Brandon Leeman, un narcotraficante que la contrata para hacerle recados. Con Leeman Maya se perderá en un mundo de drogas y negocios ilegales que serán su ruina. En negocios ilegales, Leeman pierde la vida y sus socios buscan a Maya para quitarle la vida. Ella logra huir gracias a la ayuda de un niño adicto llamado Freddy.
Después del terrible hecho, un grupo de mujeres la cuidan durante el proceso de desintoxicación y una breve rehabilitación y llaman a su abuela para informarle. Así, la chica deja de consumir drogas y confiesa a su abuela lo ocurrido en ese tiempo.
Nidia manda a Maya a Chiloé, una pequeña isla chilena donde se aloja en casa de Manuel Arias, un viejo amigo de su abuela. Maya se gana el cariño de la mayoría de los habitantes, que la llaman “la gringuita”, empieza a trabajar ayudando en la escuela y entrenando al equipo de fútbol infantil.
Su vida en la isla se vuelve más interesante cuando conoce a Daniel, un mochilero de Seattle que va a Chiloé a hacer turismo. Se enamoran y empiezan una relación, pero luego él regresa a su ciudad y, a pesar de que intentan mantener el contacto a través de correos electrónicos, terminan. Esto hace que Maya se desespere, tenga un ataque de histeria y se emborrache por primera vez tras meses de abstención, pero Manuel logra hacerla recuperar la razón y poco a poco la chica se va consolando.
Es entonces cuando llega a Chiloé el oficial Arana, que ha dado con la pista de Maya gracias a unas fotos que Daniel publicó en la Red. Aborda a Maya cuando esta se encuentra sola en lo alto de un acantilado y le exige que le entregue las placas. Cuando ella le explica que no las tiene, Arana la golpea y la deja sin consciencia.
Al despertar en el hospital, Maya se entera de que dos niños del pueblo la encontraron a ella y al oficial Arana al pie del acantilado, ella inconsciente y él muerto. La historia oficial es que Arana, “un turista”, tropezó y Maya, al intentar sujetarle, cayó también. La joven sospecha que fueron los niños los que empujaron al policía al ver que la atacaba, pero no intenta averiguarlo para no meterles en líos.