Por Socorro Valdez Guerrero
Va una reflexión de mi propia vida y experiencia..¿Quien no disfruta los regalos, las sorpresa?
Aún recuerdo aquellos que nuestras manos elaboraban en el salón con la emoción de inocente escolapio.
Esos objetos y obsequios que los hacíamos con alegría, y que ahora los comparo con aquellos, que no embellecen ni cubren el olvido permanente.
Los que no se dan por una fecha ni un festejo.
Los que traen envuelto el sentimiento y no sólo el
cariño del momento.
Los que llevan la inocencia de la entrega del alma.
Que ¡Supremo! Aquel regalo de antaño, cargado del amor permanente de un hijo, aún niño.
Del que no era sólo por la ¡Ocasión!
Ese que como madre, no te lleva a decir: ¡¡¿Para qué?!! Un regalo, cuando cotidiana es la ofensa.
Cuando diario es el olvido de aquella mujer que sólo por convencionalismo social, se le recuerda y ¡Honras! Por el ¡Instante!
A ella, que siente ese abrazo del momento, con el olvido y hasta el daño constante.
Con la frase de un rato: ¡Felicidades mamá! Y actos de hoy, de diario y del mañana que la lastiman.
No te afanes ni te preocupes en comprar un obsequio que ni ¡Remordimientos! Limpia ni son la entrega de tu ser.
No la extrañes, tú que ya no la tienes, cuando enferma sentías un ¡Pesar! Verla.
Cuando ni siquiera le dabas unas palabras de aliento.
No le llores en esa tumba, que sólo sus restos y en algunas ni eso ¡Queda!..
Para que le llevas flores ahí, en ese camposanto vacío, cuando en vida no fuiste capaz ni siquiera de cortarle una flor silvestre.
Honrarla diario, con esa cotidianidad y entrega que ella ofreció, te ofrece en forma permanente.
Dale ese respeto duradero, amor incondicional, que no cubre un ¡Obsequio!Comprado.
Envuelve tu alma, y ¡Entrega! Tú ser.
Ese que no es de fechas, que no sabe de momentos, que eres tú, al que cuidó y protegió, aún en sus condiciones más azarosas.
Dale ese ¡Te amo! Sin que sus ojos arrojen llanto por tu permanente traición.
Abrázala, sin la carga de tu pesar, por tus cotidianos ¡Abusos!
Sin la persistente falsedad de un amor que se cubre sólo con un regalo.
Dale lo que ella anhela y diario le niegas: ¡A ti! Tan transparente, tan amoroso, como el abrazo de un niño, sin acciones ni daño cotidiano.
Sin la ofensa que la hace derramar lágrimas en silencio, porque te ve en peligro, a veces, muy abatido y hasta inmerso en su menosprecio materno.