Latitud Megalópolis / Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Analizando los videos, música, videojuegos, ropa y productos que has consumido; si usas IOS o Android, Mac o Windows; los lugares en los que has estado; tus búsquedas recientes, los enlaces que has visitado; tus “Me Gusta”, comentarios, publicaciones y compartidos, creo que esto te puede gustar.
Lo anterior podría causarnos alivio o miedo. Saber que todo el tiempo somos monitoreados por las redes sociales, aplicaciones, navegadores y dispositivos, para que en el momento justo aparezca una voz que nos impulse a consumir algo en específico o tomar ciertas decisiones, a partir de nuestras preferencias.
Se habla mucho del algoritmo que define estos elementos a través de un análisis puntual de nuestro comportamiento, que le lleva a predecir, de cierta forma, las opciones con más probabilidad de llamarnos la atención.
Es importante aclarar que un algoritmo se define como una secuencia de pasos específicos, ordenados y acotados, que buscan resolver un problema. Tres pasos de baile conforman un algoritmo. El primero, la “entrada”, información que ministramos; segundo, el “proceso”, conjunto de pasos a partir de los datos de entrada, que buscan llegar a una solución; y tercero, la “salida”, resultados que vienen de la transformación de los valores de entrada.
Extrapolando lo informático y tecnológico a la vida cotidiana, podemos observar algoritmos en todas nuestras tareas diarias. Algo tan básico como cepillarse los dientes, lavarse las manos, comer, seguir un manual, manejar de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, o escribir una columna de opinión todas las semanas, podrían considerarse algoritmos.
Demos una pausa al hecho de que vivimos en un sistema de algoritmos en ejecución, sin que nos percatemos de ello por la costumbre, y pensemos en los algoritmos digitales que constantemente nos bombardean de información; que buscan, a partir de los datos que tienen de nosotros, influir en nuestra toma de decisiones, y en ocasiones, condicionarla. Una masa amorfa que podríamos llamar el “Rey algoritmo”.
UN REY JUSTO
Te conoce mejor que nadie -mejor que tú mismo-; escucha siempre con atención, toma nota de todo lo que dices; sigue tus pasos sin importar a donde vayas; sabe lo que te gusta y disgusta, lo que amas y lo que odias; predice lo que piensas, lo que quieres, lo que vas a hacer; impone su mandato sobre ti, te des o no cuenta de ello.
El Rey algoritmo muestra un reflejo impecable de nosotros. Es un espejo que nos enseña lo que queremos ver, lo que consumiremos con mayor facilidad. A veces nos incomoda su precisión, se equivoca poco; pero no es un tirano -o no lo es siempre-, hasta podría considerarse como un rey justo, que decide qué es mejor según los números. Se nutre con información sobre quiénes somos, fortaleciéndose, mejorando la exactitud de sus pronósticos.
WESTWOLRD
La ciencia ficción muestra una ventana al mañana, que en múltiples ocasiones es rebasado por la realidad. En este caso se podría mencionar la serie de HBO, Westworld. Sin entrar en detalles, se sitúa en un futuro donde la tecnología es capaz de crear una inteligencia artificial, que a través de algoritmos logra controlar a la humanidad, decidiendo por nosotros en todo momento, sin que nos demos cuenta de lo que pasa.
El algoritmo de Westworld, contemplaba todas las variables. Creaba escenarios en los que nuestra capacidad de elegir por nosotros mismos se volvía cero, diezmada por las probabilidades que condicionaban a vivir de cierta forma; limitando el ahora a lo que calculaba que pasaría, prediciendo hasta nuestra muerte. Diciéndonos qué hacer, qué películas ver, qué trabajo tener, qué canciones escuchar, con quién salir, con quién hablar, a quién seguir, qué comprar; en qué momento delinquir. Todo lo anterior, si bien “exagerado”, no está tan alejado de nuestra realidad.
HILOS DE TITIRITERO
“¿Quién quiere que yo crea lo que creo que quiero?”, es una pregunta compleja que el cantautor uruguayo, Jorge Drexler comparte en una canción de su último disco Tinta y Tiempo. Vale la pena reflexionar sobre esto al hablar del Rey Algoritmo; preguntarnos quién maneja los hilos invisibles que forman sutiles o evidentes pinceladas de información.
¿Acaso ese titiritero busca convencernos todo el tiempo de que dejemos empeñado el libre albedrío y le concedamos la posibilidad de decidir por nosotros?, tal vez sea un grupo de hombres y mujeres poderosas buscando su conveniencia, o máquinas con una inteligencia
artificial capaz de predecir nuestros movimientos, formularlos, buscando nuestra extinción; o quizás el autor de todo esto, somos nosotros mismos, y buscamos descargar la culpa de nuestras decisiones a alguien o algo más, achacándoselo al Rey algoritmo.
A todo esto me pregunto, si decidí escribir esta columna yo mismo, o las letras que surgieron sólo son una manifestación más del algoritmo que me ha hecho creer lo que quiere que crea.