Lo que se calla en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo”.
Francoise Dolto
Por Zuleyka Franco
Los hijos pueblan todo el árbol genealógico de cada familia desde el origen de los tiempos. Todos somos hijos: amados, buscados, sacrificados, rechazados, adoptados, deportados, emigrados, naturales, propios, ajenos, abandonados, secuestrados, huérfanos, olvidados, de reemplazo. No todos somos o seremos padres/madres, pero todos somos hijos.
Ya sabemos que el padre o mejor aún, la función paterna, es la esfera de los simbólico; es quien con “severidad” corta la diada del hijo con la madre y quien pone las cosas en su lugar. Cuando hablamos de “función familiar”, la homofonía del francés entre peré y severe, se pronuncia gracias al juego de sonidos como perseveré y desde el enfoque transgeneracional, podemos afirmar, que en el padre habitan, perseveran, los modelos de su padre, de su abuelo, de su bisabuelo, como “patología de linaje”. Su función es asentar las bases de lo que marca este clan.
En la actualidad es impensable que el padre solamente aporte “la semilla” y el apellido, y que el resto lo aporte el útero en los meses de gestación. Es tanto por la vía paterna como materna, que se perpetúan las humillaciones o las reivindicaciones. En el nombre del padre, el apellido, está sellada la cuestión.
Si la biblia habla de un origen sustentado en el patriarcado, fallido o defectuoso porque excluyó la dimensión femenina; andando los siglos, la figura femenina se alza y en alianza reparatoria de aquello; instaura la diada madre-médico (o sacerdote o Estado); aquél defecto vuelve a repetirse cuando excluye a la figura paterna del proceso de construcción de un niño. Reproduce una vez más la imagen de una pareja renga, en la identificación de que los hijos necesitan con los padres.
En cada hijo, la balanza caerá hacia uno u otro platillo, según varios aspectos. En el pasaje del inconsciente de un padre y de una madre, ambos imprimen su huella aunque sea el predominante (por contexto, proyecciones más definidas, conflictos, deseos, historia personal) quien dejará inscripta su cripta, su fantasma.
Sabemos que la transmisión sexual es vertical: de padre a hijo y de madre a hija. Pero la identificación fragua en la relación amorosa entre la pareja de los padres; es en el modelo de amor y convivencia respetuosa en el cual los hijos aprenden de qué se trata eso de formar una relación de a dos.
¿Y con los hijos adoptados?
Si todos los hijos sufren alguna ominosa/siniestra mentira familiar, que muchas veces tiene su origen dos o tres generaciones atrás, los hijos adoptados a quienes se les niega el rastro de origen, tienen doble chance de verse envueltos en la maraña de falsedades para construir su identidad.
Estos niños, tienen una doble psicogenealogía: la genética (la mayor parte de las veces desconocida) y la adopción (muchas veces “maquillada” para no referir la verdad). En todo niño adoptado hay un terrible sufrimiento. Padeció algo del orden de la intemperie: abandono, rechazo o fue “un prescindible” en ese acto sagrado de dar a luz. Tanto la ley, como la medicina y el psicoanálisis, alientan a revelar la verdad a temprana edad y no negar los datos de la afiliación, los rastros o modos de contacto posibles. Un niño que desconoce con todas las letras la verdad, tiene un alfabeto reducido y fragmentario; lleva una cicatriz de humillación y vergüenza que debe curarse con amoroso compromiso para evitarle una madurez inhibida, una autoestima baja y muchos problemas de adaptación escolar, desarrollo y capacidad intelectual. De esa manera, el trauma de nacimiento, reactualizado en la adolescencia, se podrá transitar con menos padecimiento y conflicto.
La pulsión de saber y la de investigar los temas más silenciados, son siempre las mismas: el sexo, la muerte, el origen. Muchos niños adoptados, superan el dolor y llegan a ser grandes buscadores de la verdad y el saber: el padre de la filosofía, Aristóteles, fue un niño adoptado; los líderes como Nelson Mandela y el ex presidente norteamericano Bill Clinton, vivieron sus infancias con familias adoptivas.
Y la historia nos arroja más nombres de famosos, triunfadores exitosos personajes, que debiendo sufrido el trauma de la adopción, han sabido sacar ventaja de las oportunidades que la vida les dio. Ellos constituyen una verdadera revancha positiva respecto del sufrimiento original: los escritores Edgar Allan Poe, Charles Dickens y Mark Twain, tradujeron en sus obras literarias, las emociones personales de su propia experiencia; el músico John Lennon y la actriz Ingrid Bergman, fueron ambos criados por sus tías; Steve Jobs, el genio del Apple y creador del Iphone, amó a sus padres adoptivos y por esa razón comenzó a buscar a su madre biológica recién cuando su madre adoptiva murió.
“Potencialmente, en cada uno de nosotros están todos los elementos y las cualidades del ser humano, las semillas de todas las virtudes y de todos los vicios. En Cada uno de nosotros está el criminal potencial y el santo también potencial, el héroe; es una cuestión de diferente desarrollo, de valoración, de elección, de control y de expresión”….