Omar Páramo

Toluca, Méx.- Unas veces en marzo, otras en abril, la Semana Santa cae en distinta fecha año con año. Ello se debe a que, a diferencia de la Navidad que se celebra sin falta cada 25 de diciembre, la Pascua se determina a partir de la primera Luna llena tras el equinoccio primaveral y ambos eventos, en vez de darse de forma fija, saltan de una casilla a otra en el calendario, señala Daniel Flores, del Instituto de Astronomía (IA).

Los festejos ligados a los siempre cambiantes ciclos lunares no son exclusivos de Occidente: pasa lo mismo con el Año Nuevo chino y con el Ramadán (el primero inicia en el segundo novilunio, tras el solsticio invernal, y el segundo se da con la Luna creciente en el último día del mes del Sha’bán). Y ello es porque si algo nos hermana alrededor del orbe, sin importar culturas, es nuestra fascinación por el cielo.

“Desde siempre hemos querido entender el desplazamiento de los cuerpos celestes e intentado medir el tiempo con ellos, ¿y de entre todos cómo no habríamos de hacerlo a partir de la Luna, el único astro visible tanto de noche como de día?”, pregunta el profesor Flores.

Sobre cómo saber cuándo caerá Semana Santa sin esperar a que la Iglesia o las autoridades nos lo adelanten, el académico explica que basta con tomar el calendario del año en duda y aplicar una fórmula sencilla. “Primero debemos localizar cuándo será el equinoccio de primavera (en el hemisferio norte esta fecha se da entre el 19 y el 21 de marzo); de ahí buscamos la siguiente Luna llena, y finalmente damos un salto al domingo próximo: ése será el de resurrección, o Pascua”.

A decir del responsable del el Anuario del Observatorio Astronómico Nacional, éste es tan sólo un ejemplo de los muchos intentos por darle periodicidad a nuestras vidas a partir del satélite. “En un inicio el Sol y la Luna eran igual de importantes para fechar eventos, hasta que en algún punto de la historia nos decantamos por el calendario solar actual de 365 días; pero incluso dentro de él, ella sobrevive. Si consideramos que de una fase de la Luna a otra hay siete días, es fácil constatar que nuestra semana es, a fin de cuentas, de inspiración lunar”.

Evitando ahondar en implicaciones religiosas, el profesor Flores considera que aunque no reparemos en ello, la Luna sigue marcando la pauta de muchas actividades esenciales para la sociedad. “Quienes se dedican al campo saben que ella determina cuándo conviene sembrar y cosechar, a los leñadores les sugiere el momento adecuado de cortar un árbol y a los pescadores y marinos, cuándo hacerse a la mar”.

Puede que no nos dediquemos a esas actividades —agrega—, pero no está de más conocer los tiempos de la Luna. “De entrada, manejar el calendario lunar nos permite saber cuándo será la próxima Semana Santa y, por ende, cuándo nos toca, si es el caso, vacacionar”.

Una promesa hecha en la Luna

Daniel Flores aún recuerda la noche del 20 de julio de 1969, cuando en casa sintonizaron el noticiero de las ocho para atestiguar cómo el hombre ponía, por primera vez, un pie en la Luna. “Nos reunimos alrededor del televisor familia, amigos y vecinos para compartir el evento. Aquello era algo colectivo, todos deseábamos ser parte de ello”.

Si bien la Luna ha inspirado todo tipo de poemas e historias, a decir del universitario ese capítulo despertó algo distinto en la gente, pues fue como si la humanidad entera, al observar la proeza del Apolo 11, se hiciera una promesa: la de viajar a otros planetas y no con robots o sondas, sino de cuerpo presente. “Eso era una fantasía que de pronto se antojó posible y no tardaremos en cumplirla. El viaje tripulado a Marte está a la vuelta de la esquina y a los jóvenes de hoy les tocará verlo”.

Como arqueoastrónomo, el profesor Flores sabe la importancia que tuvo el satélite para nuestros antepasados, como divulgador conoce el interés que despierta en el presente y como entusiasta de la ciencia ficción intuye que esta fascinación se mantendrá intacta en el futuro. “La Luna está en nuestros relatos, imaginario y aún dicta muchas de las costumbres que sigue, en especial, la gente de campo”.

Por ello, al universitario le gusta recordar algunos eventos relacionados con ella que han obligado a las personas a detener sus relojes para no perderse de lo que sucede en el cielo. “Eso pasó el 20 de julio del 69, cuando estábamos al pendiente del Apolo 11, pero también el 11 de julio de 1991, cuando en el país se registró un eclipse total y, llegado el momento, todos interrumpieron sus actividades y salieron de sus casas u oficinas para experimentar aquel fenómeno que duró siete minutos”.

Por todo ello, Daniel Flores asevera que —sea por una causa u otra— nuestro satélite siempre será tema de conversación y motivo de asombro. No por nada vivimos en México, un país cuyo nombre en náhuatl (Mēxihco) significa “en el ombligo de la Luna”, evidencia de que aquí nos hemos sentimos atraídos por ella desde siempre.

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