Ellas eran “Las Chulas”, que por igual, se vendían a hombres y mujeres.
Así eran conocidas por muchos.
No les importaba la edad, era venderse a quien las comprara.
Habíamos decidido un día antes probarlas, yo me dejé llevar por el gusto de volvernos a ver después de 12 años.
Pensé que valía la pena por la amistad con Norma, Meche, Rebe, Rita y yo.
Norma complacía los gustos de Rita, que venía de Nueva York.
Decía que era algo diferente y sabía muy bien, con qué agradarla.
Las dos habían convivido más íntimamente que conmigo, por eso sabía sus preferencias.
Las cinco aceptamos la decisión, a pesar de la hora, el lugar y la distancia.
Dos venían de Mixcoac, otra de Tlalpan, en Villa de Cortés y yo de Iztapalapa.
Se uniría Arcibé, otra amiga de Rita, ahora nuestra, que también vendría de Villa de Cortes.
Meche, Rita y yo, llegamos juntas, ya estaban ahí Norma y Rebe.
En el trayecto, no paramos de reír, sobre todo cuando una de ellas en broma, dijo: “Falta que sea ahí”.
Efectivamente era ahí, donde escogeríamos para deleitarnos un rato.
Ver dónde se colocaban “Las Chulas”, nos sorprendió.
Nos dejó absortas, porque venir de tan lejos para escogerlas en la ¡Calle!
Por la distancia, determinamos decirle a Arcibé que ya no viniera.
No nos tardaríamos mucho y era casi una hora de camino, en viernes y en la ¡Calle!
A vista de todos. Las burlas, se desataron.
Escupimos a todo pulmón nuestra juventud.
Nos valió madre como antes gritar y reír. Éramos escandalosas, sin importar nada.
Estábamos frente al Kiosco Morisco, en una colonia que había cambiado mucho.
Había mezcla de ambiente. Sólo esperábamos a que se colocaran “Las Chulas”, para escoger.
Por momentos y ante nuestras bromas, Norma dudó cambiar de idea.
—No chingues, creímos era en un lugar cerrado y no en la calle.
—Está bonito el lugar, el Kiosco es histórico…Decía para justificar.
¡No mames! Vamos a estar en banqueta, no allá, ¿o nos llevamos a “Las Chulas” y ahí nos las tiramos?
En respuesta, insistió…Si quieren nos vamos a un lugar cerrado.
¡No!, dijimos todas.
—Fue una hora de camino, ahora nos lo hacemos ahí, al fin el placer no tiene límites.
Juntas siempre nos atrevimos a probar de todo, sin remilgos ni tapujos.
No había hipocresía y mucho menos arrebatos convencionales o moralistas.
Era la nueva aventura ¡Juntas! Revivir la amistad y saborear el momento diferente que nos darían “Las Chulas”.
Nos sentíamos otra vez
universitarias y sabíamos que lo que hiciéramos, quedaba en nosotras.
En nadie, ¡nadie más!
Días antes, la casa de Rita, fue otra vez el punto de reunión y dónde confabulamos la nueva experiencia.
Ahí, nos pusimos al día de nuestras propias vidas de trabajadoras, esposas, amantes, madres y yo, la única, hasta de ¡Abuela!
Fue reír, recordar, añorar y sobre todo aceptar que ya
no éramos aquellas jovenzuelas que hicimos de todo y nos escapábamos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, para darle rienda suelta a la diversión.
Ahora, a nuestra edad, unas rayando la tercera y otras ya en ella, ¡tampoco nos mediríamos!
Valía la pena probar a “Las Chulas”.
Cuando las vi, me gustaron varias.
Era difícil decidir por una.
A todas les pasó lo mismo y le dimos rienda suelta al placer.
A atascarnos con ellas,
porque había de todo y para los gustos más exigentes.
Ya ven, insistió, Norma, para justificar el trayecto, ¿verdad que es algo diferente?
¡Así lo fue! Todavía dudábamos en sí sólo era tirarnos una, dos o tres.
Éramos de mente, gustos y acciones abiertas, nos dejaríamos llevar para probar a esas callejeras.
Norma era la única que ya había disfrutado de algunas de “Las Chulas”.
—No se van arrepentir. Intentaba convencernos.
Meche, Rebe, Norma, Rita y yo, nos dejamos seducir por el placer.
La más seria, que era Norma, nos arrastró a las cuatro a ese éxtasis.
A probar algo diferente; Rebe más callada, también quería disfrutar.
¡Vamos! Por una cerveza, para darnos valor, ya que será en la calle, les dije y todas aceptaron.
Nadie puso remilgos.
—¿Y si nos lleva la patrulla?comentó Meche.
Ay, no chingues, cuántas veces bebimos en plena facultad o en la calle…¡Chingue a su madre! Pagamos la multa, ahora tenemos con qué y ya.
A estas alturas qué nos puede pasar, les aseguré…
Todas, coincidieron y nos fuimos a un OXXO, a comprar un six de Negras Modelos.
—¡Cuidado! Me gritó Rebe.
Creyó me atropellaría una camioneta que pasó más cerca de ella que de mí.
—No chingues, ¡las chelas! Dijo en broma Rita.
Todo puede pasar, menos que se desperdicien la chelas y les hice un ademán, que se las hubiera aventado antes.
Todas reímos como locas.
Caminábamos rumbo al
placer en aquella zona combinación de bohemia y arrabal.
Estábamos estupefactas. Vernos y convivir de nuevo nos trajo alegría.
“Las Chulas”, ya estaban en el lugar y al verlas, todas sabríamos por cuál nos decidiríamos.
Era fácil escoger.
Cada una sabíamos bien nuestros gustos.
Había de todo y sus precios no eran exhorbitantes, a pesar de ser conocidas, además se ofrecían en la calle.
Estaban “Chulas” y sobre todo ¡Sabrosas!
Nos ubicamos para escoger. Compraríamos un rato de placer a la vista de todos.
Ya había una fila de clientes que esperaban los atendieran.
¡Solo eso nos faltaba!
Nos dieron bancos para sentarnos y esperar el turno.
Aproveché y pedí permiso para destapar la cervezas.
Rebe no quiso, las otras tres las camuflaron con sus bolsas y chamarras y a ¡Darle! para la espera.
Antes ya sabíamos cuál nos gustaba, nos embelesó el placer.
Mientras disfrutamos música de banda. El que cantaba, no sabía de otra.
Cada una se paró para escoger y apartamos no una ni dos ni tres, sino ¡18! Y hasta para llevar.
Reíamos de nuevo como locas.
No nos importó estar en la calle ni que nos escucharan.
Seguíamos incrédulas de venir de tan lejos para estar en la calle.
Sí, para comer una quekas callejeras, que ahora sabíamos se llamaban “Las Chulas” de Santa María la Ribera.
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