Ciudad de México.- En el México rural, ése que vibra a un ritmo diferente al de las grandes ciudades, hay un sonido que nos acompaña de la cuna a la tumba: el de las bandas, o al menos eso opina Erika Medel Díaz, quien añade: “Lo más probable es que uno de estos conjuntos (integrado por instrumentos de viento y percusiones) haya sonado en tu bautizo, en tu boda o en la fiesta religiosa más importante del pueblo. Es la música de nuestras vidas”.
Erika tiene 25 años y comenzó a tocar en una de estas agrupaciones —la Banda Filarmónica Sagrado Corazón de Jesús— cuando era muy niña, al lado de sus papás, tíos y abuelos. Para ella, dedicarse a esto era el destino pues no sólo creció en una familia de músicos, sino que lo hizo en San Felipe Otlaltepec, una comunidad poblana tan orgullosa de sus instrumentistas que en su plaza principal hay un monumento en forma de clave de sol.
“Traigo esto en la sangre, por ello en cuanto se presentó la oportunidad de mudarme a Ciudad de México para estudiar una licenciatura en clarinete no me lo pensé”, añade la joven mientras se toma un respiro tras haber ensayado dos horas bajo la batuta de Luis Manuel Sánchez, director de la Banda Sinfónica de la Facultad de Música (FaM) de la UNAM.
Para el profesor Luis Manuel no es extraño tener a alumnas como Erika detrás de los atriles. “El 90 por ciento de quienes integran esta banda universitaria vienen de comunidades chicas o medianas, y formaban parte de la banda local. Esta agrupación los atrae porque es una continuación de aquello que hacían en casa. Aunque estamos en la calle Xicoténcatl, en el corazón mismo de Coyoacán, los chilangos aquí somos minoría”, bromea.
Cuando la banda de la FaM ensaya, la sincronía es perfecta, los tiempos exactos y la ejecución impecable. Es al llegar el receso cuando esta gran diversidad geográfica se hace patente, pues muy rápido los ejecutantes de Baja California se reúnen por aquí, los de Chiapas por allá y los de Oaxaca —que son los más— hacen sonar fragmentos de alguna pieza tradicional de su tierra mientras ríen, creando una cacofonía muy particular.
Esto es algo de lo que más me gusta de las bandas: su camaradería, comparte el profesor Luis Manuel mientras voltea a ver a sus alumnos. Y es que, a decir del docente, quien se mueve en estos círculos lo sabe bien, las orquestas y las bandas son muy diferentes y no sólo porque en las primeras el protagonismo recae en los instrumentos de cuerda y en la segunda en los de viento, sino porque el ambiente en ambas difiere mucho.
“En las orquestas suele haber mucha competencia entre sus integrantes mientras que en las bandas todo es fraterno, fluimos de otra manera”.
Erika dice notar lo mismo y tiene una teoría de por qué pasa esto. “Muchos aquí, como yo, tocábamos al lado de nuestras familias en nuestras localidades. Estar lejos te hace extrañar; creo que, por eso, terminamos haciendo de nuestros compañeros de banda algo así nuestros hermanos, para sentirnos un poco como en el hogar”.
Un camino de ida y vuelta
La Banda Sinfónica de la UNAM es un semillero de talentos al que pueden integrarse alumnos de la FaM que cursen las materias de Conjuntos Instrumentales (en el ciclo propedéutico) o Conjuntos Orquestales (en licenciatura). La agrupación nació en 1997, impulsada por estudiantes de percusión, alientos y metales, y en sus 26 años de existencia ha formado a casi mil ejecutantes que no sólo se han integrado a bandas dentro de instituciones como la Marina, el Ejército o la Guardia Nacional, sino que han regresado a casa para profesionalizar a los músicos locales.
Tal es el caso de Joaquín Juárez Bollo —mejor conocido como “Bollito” —, un trombonista de 21 años que cada que vuelve a Oaxaca, a la comunidad de Villa de Zaachila, da clases a los niños del municipio. “El objetivo es compartir lo aprendido, apoyar a nuestra gente y crear futuro”, comenta.
Para el profesor Luis Manuel Sánchez los músicos de pueblo son ejemplo de cómo crear arte pese a lo adverso, pues han sabido suplir su limitado acceso a una enseñanza formal a base de memoria y oído. “Quienes se han preparado así son capaces de ejecutar piezas complicadas sin requerir partituras, tan sólo recordando o imitando lo que alguna vez escucharon. Ambas habilidades son muy útiles, pero cuando los jóvenes que aprendieron de esta manera llegan con nosotros, todo ese saber adquirido vía la experiencia se potencia al someterse a un proceso académico”.
Tras un año de tocar bajo la batuta del profesor Sánchez, Bollito ya comienza a notar cambios en los sonidos que logra arrancarle al trombón. “Ahora todo es más serio, y no hablo en términos de solemnidad sino de rigor. Aquí debemos llegar con nuestras partes estudiadas para que cada sonido caiga en el lugar y tiempo exactos; no hay espacio para improvisar”.
Al profesor Sánchez le gusta trabajar con alumnos del interior de la República y siempre intenta mostrarles que el talento por sí solo no basta, que se requiere estudio. No obstante –añade– eso no implica acabar con esa esencia lírica tan propia de quienes aprendieron a base de memoria y oído. “Es un camino de ida y vuelta: nosotros profesionalizamos a quienes vienen a estudiar a la UNAM y ellos nos enriquecen con toda esa tradición que traen consigo. Tal intercambio da a nuestra banda un sonido especial”.
Devotos de Santa Cecilia
Cada 22 de noviembre la FaM conmemora a Santa Cecilia (la santa patrona de los músicos) bajo el nombre de Día Internacional de la Música a fin de darle un aura laica a una celebración religiosa de origen. Para muchos estudiantes de la facultad ésta es una fecha que no se debe dejar pasar.
Bollito es uno de los jóvenes que piensa así pues esta mártir del cristianismo le significa mucho. “¿Cómo no habría de venerarla si es la santa local de Zaachila?”. Con Erika sucede lo mismo: aunque los patronos de su natal San Felipe Otlaltepec son los apóstoles Felipe y Santiago, “en la localidad hay tantos músicos que Santa Cecilia es ‘nuestra santa no oficial’”.
Para Bollito está devoción más allá de lo religioso. “Para mí representa la valentía de intentar vivir de tu instrumento, de seguir por este camino por más difícil que sea”. A Erika le significa la capacidad transformadora de la música. “Es difícil de expresar con palabras, pero todos sabemos que una habitación cambia en cuanto suena algo música o que después de escuchar cierta melodía los momentos no se sienten igual”. Ninguno de los dos jóvenes regresará a casa este 22 de noviembre para participar de las fiestas a Santa Cecilia; ambos deben quedarse a ensayar, ya que la Banda Sinfónica de la FaM tiene una presentación en la Sala Nezahualcóyotl el próximo 1 de diciembre. Al respecto Bollito adelanta: “Este año celebraré la fecha desde acá, de la única manera que conozco, sacando mi trombón y poniéndome a tocar”.