Orígenes y significado
El Día de Muertos no es solo una festividad más: es una expresión cultural que nace en la confluencia de las tradiciones prehispánicas y la influencia católica. En la visión indígena, este es un momento en que las ánimas de los difuntos regresan al mundo de los vivos para convivir, ser recordadas y participar nuevamente en la vida familiar.
La UNESCO lo reconoce como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reforzando su valor simbólico y social.
La ofrenda: un puente entre mundos
La pieza central de esta celebración es la ofrenda u altar, un espacio lleno de simbolismo que da la bienvenida a los seres que ya partieron.
Entre los elementos más comunes y su significado:
- Agua: se coloca para calmar la sed del espíritu al volver.
- Velas o veladoras: simbolizan la luz que guía a las almas hacia el altar.
- Papel picado: representa el viento, uno de los elementos de la vida.
- Flores, sobre todo la Cempasúchil: su color y aroma guían a los difuntos hacia el mundo de los vivos.
- Calaveritas de azúcar, pan de muerto, comida y bebida favorita del difunto: una muestra de afecto y memoria.
- Niveles del altar: dos, tres o siete escalones según la región, cada uno con un significado propio que puede ir del cielo a la tierra o al inframundo.
Rituales, tumbas y comunidad
Durante los días 1 y 2 de noviembre —aunque en algunas comunidades comienzan los preparativos antes— la celebración se extiende a los panteones donde las familias limpian, decoran tumbas y conviven junto a sus seres queridos. La muerte se vive como una presencia más que como ausencia, un momento para el reencuentro y la celebración.
Una tradición viva, diversa y regional
Aunque muchos elementos son comunes, cada rincón de México los adapta con expresiones propias: en la región huasteca se celebra el Xantolo; en la península, el Hanal Pixán, y en otros estados, variantes que resaltan lo local y lo ancestral.
Un legado de identidad
Más que una festividad, el Día de Muertos es una “declaración de identidad cultural”. Como señala, “en pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas” (Octavio Paz).


