Por María José

Fernando Cano Cardozo, el “Escultor de Fuego”, falleció el pasado 6 de junio de 2018 a los 79 años. Nacido el 29 de mayo de 1939 en el municipio de El Oro, Estado de México, hijo del pintor y escultor Juan Cano Huitrón y Aurora Cardoso Eguiluz, fue uno de los escultores con mayor presencia en el Estado de México.

El día 7 de junio, la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) rindió homenaje al escultor en la Galería Universitaria “Fernando Cano” ubicada en el edificio de Rectoría. Sus dos hijos, Fernando Iván y Juan Ignacio Cano, hablaron de lo orgullosos que se sentían del trabajo y legado de su padre, además del cariño que siempre le profesaron estudiantes y amigos. Su esposa, Marthel Cano, compartió algunas anécdotas de su vida juntos y la gran dedicación que tenía por su profesión, incluso en los últimos días del escultor.

El rector de la universidad, Alfredo Barrera Baca, cerró la ceremonia con un emotivo discurso. “Hemos perdido a una persona inmejorable en su amistad, don de gente, ejemplo de vida, mexiquense excepcional, autor de cientos de forjas surrealistas diseminadas por instituciones de educación y cultura, por espacios públicos y privados, obra donde se combina la intensa energía del escultor y la sutil elegancia del poeta, nuestra comunidad se lamenta por esta pérdida irrecusable de un compañero ejemplar”.

Cano trabajó especialmente la técnica de hierro forjado y soldado, aunque también experimentó con modelado en cera para fundición, talla en madera, y materiales de deshecho. Cano poseía una gran sensibilidad para plasmar pasiones, fracasos y miedos a través de la figura humana; y una gran habilidad para capturar la flexibilidad y suavidad del cuerpo femenino en la dureza del hierro.

Uno de los aportes más originales de su escultura fue la idea de poner dentro de sus piezas quemadores de gas interno, adecuados para que las esculturas cobren vida desde dentro con el calor y luz que emite el fuego.

Mientras iba creciendo, Cano se dio cuenta que la escuela “no era lo suyo” y abandonó sus estudios a los 14 años. Aprendió algunos oficios como la plomería y la herrería, los cuales le ayudaron a encontrar su vocación escultórica en la manipulación de los metales.

Su primer contacto formal con la escultura fue a finales de los sesenta en la Ciudad de México en el taller de la actriz y pintora Esther Fernández, desde entonces estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, y no dejó de acrecentar su obra en los siguientes 50 años.

Su obra consta de 133 exposiciones individuales, 95 colectivas y 83 trabajos especiales. Algunos coleccionistas compraron y llevaron su obra a países como Estados Unidos, Japón, Bélgica, Colombia, Perú, España, Italia, entre otros.

Por más de 20 años impartió clases de escultura y dibujo en la UAEM y en la Escuela de Bellas Artes del Estado de México. En 2013, la universidad nombró a la galería ubicada en el edificio de Rectoría como Galería Universitaria “Fernando Cano”; y en ese mismo año, le fue otorgado el doctorado honoris causa. Algunas de sus obras más representativas se encuentran en los espacios recreativos de la UAEM, la cual cuenta con un patrimonio artístico de 55 de sus piezas.

Cano fue premiado por el Gobierno del Estado de México en dos ocasiones: en 1992, recibió la presea “León Guzmán” por su labor docente, y en 2005, la Presea en la categoría de Artes y Letras “Sor Juana Inés de la Cruz”, por su trayectoria y aportación al arte mexiquense.  El 14 de abril de 2012, el municipio de El Oro premió su trabajo nombrando un espacio “Plaza Escultor Fernando Cano”. El 15 de mayo de 2010 el H. Ayuntamiento de Toluca le entregó el taller que lleva su nombre y se ubica en el Parque Matlazincas.

Dedicó gran parte de su vida a difundir la escultura en diversos centros culturales toluqueños. Lo invitaron a participar en el Ateneo del Estado de México, instancia promotora de la cultura y el arte. Fundó el grupo “Ático” junto con otros artistas e intelectuales mexiquenses, colectivo que acercó el arte a la sociedad llevándola hasta las calles y plazas públicas. Así mismo llevó por casi 30 años el taller de escultura en el Calvario de Toluca en el cual fomentó la creatividad en las nuevas generaciones de artistas plásticos mexiquenses.

En 2017 publicó con la UAEM, El carapálida: historias de un tal VUL-CANO, una autobiografía construida de anécdotas, recuerdos, canciones y memorias que retratan su infancia en El Oro, sus primeras incursiones en el arte plástico, los años de formación en “La Esmeralda”, la época de constante producción artística y de entrañables amistades. Una excelente forma para quienes deseen conocer más del escultor.

 

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