Por Socorro Valdez Guerrero

Frente a esa taza gris, de un café que terminé y rodeada de Iriarte, Samaniego y la Fontaine, escribo hoy para mi y por la ¡Edad!
Esa que a veces desperdiciamos en odios y peleas.
En ese tranquilo lugar, tal y como me gusta, escucho música que no es la mía ni de mi deleite.
Reviso libros de fábulas y cuentos.
Los ojeo mientras las campanas de aquella iglesia replican la hora, ¡tres de la tarde!
Me siento melancólica como muchas otras veces cuando el tiempo revela que vuela sin sentirlo.
Que poco a poco se va, como mi edad.
Que camina rápido para mostrar que el ¡Tiempo pasa! Y no hay que desaprovecharlo en amarguras o hacer daño.
El ambiente frío, se mezcla con esa cafetería rústica del barrio del Espíritu Santo, en aquel mexiquense municipio, que empuja al romanticismo.
Metepec, con sus calles solitarias y su frío que congela, me lanzó a internarme a ese espacio de juventud y de libros.
A ese lugar de edades tempranas y la mía que camina rápidamente.
Que me avisa que casi llego a la ¡Tercera edad!
Una edad que disfruto en
“El Quintal” con sus alrededores y su aromático café.
Un líquido aguado para mi gusto, que también revela que es para aquellos de la juventud.
Ojeo cada libro, y me atrapa una fábula que va con mis pensamientos cotidianos.
¡¡La edad!!
Esa que me alcanzó y me hace percibir mejor el momento.
Que me lleva a valorar y disfrutar lo verdadero, sin hipocresía, incluso a agradecer lo vivido.
El tiempo se va, y a veces, siento que no hay más que emprender.
¿O para qué emprender?
Ya casi llego al final de mi vida.
Me falta poco, para formar parte de ese grupo, utilizado por los gobiernos y a veces hasta abusado por la familia.
La ¡Tercera edad! Una edad que también es abandono.
Disfruto ese momento tan mío y desde ese balcón metepense observo ¡Poco barullo!
Un municipio tan sencillo, y tan hermoso. Tan cuidado.
Un puente que atraviesa ese caudal de agua.
La mirada discreta de aquella sirena.
La iglesia majestuosa, que constantemente anuncia su presencia, entre esos árboles, que la engalanan.
Sigo ojeando los libros.
Mis dedos se detienen en una fábula.
En esa que coincide con mi pensar -“El anciano y los tres jóvenes”- de La Fontaine.
La leo, y me sacude.
¡Me da una lección!..De vida.
Llega en ese momento en que mis pensamientos me llevan a creer todo perdido por la edad, por los años que llegaron silenciosos.
A veces creo más cercana la muerte, ni final y esa fábula ¡Me sacude!
Me advierte: ¡Nadie tiene la vida asegurada!
Me enseña y me vuelve a retumbar en mis ojos:
¡La vida es efímera, es momento!, disfrútalo ¡Tú no decide cuándo termina!
Nadie tiene asegurado seguir, aún cuando lo invada la juventud.
Me vuelve a sacudir.
Me estremece el relato de esos tres jóvenes, tan altivos, como muchos de ahora.
Tan discriminatorios de la edad. Tan soberbios.
Tan groseros, ingratos e irrespetuosos ante la ancianidad.
Tres jóvenes recriminan a ese anciano de 80 años plantar un árbol, cuyos frutos —decían con mofa…
—¡No veréis!
¡Que sorpresa!
Los tres, muy jóvenes.
Ríen, disfrutan y se burlan de la edad.
¡Abusan! Del anciano
De las enseñanzas de ese viejo, de sus consejos.
Los tres viven diversas circunstancias y ahora, de diferente forma los tres están ¡Muertos!
¡¡Muertos!! En en la plenitud de su vida.
¡¡Que mensaje!!. Para muchos.
Enseñanza para ¡Todos!
“Todavía podré contar la aurora más de una vez sobre sus tumbas”, les advirtió ante sus risas burlonas.
¡Sorpresa!
Así lo hizo ese viejo en aquel cementerio donde ahora posan los restos de aquellos tres jóvenes que no respetaron la ¡Edad! Ni aprovecharon la ¡Enseñanza!

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