Latitud Megalópolis | Jafet Rodrigo Cortés Sosa

Orson Welles presentó a través de la radio, el 30 de octubre de 1938, una adaptación de la novela de H.G. Wells

Titulada La Guerra de los Mundos, como un episodio especial de Halloween; a lo que la gente de aquella época reaccionó aterrorizada al pensar que el relato era cierto, y los alienígenas habían llegado al planeta Tierra para conquistarnos.

La gente salió de sus casas y no vio nada, pero la histeria colectiva que generó cada palabra y cada sonido de la radio, les inundó por completo de ideas, hasta el grado de que mucha gente, seguramente, terminó encerrándose en sus sótanos durante un tiempo o realizó compras de pánico con tal de buscar sobrevivir.

Esta historia comprueba cómo es que el miedo y el instinto de supervivencia, pueden llevar a un grupo de personas, bajo los estímulos adecuados, a volver la ficción realidad, y tomar acciones para enfrentar a los ogros que la imaginación misma creó delante de ellos.

Esto sucede, pero con distintos matices, cuando la gente se topa con noticias falsas, imprecisas o tergiversadas en el mundo digital. El contenido -más comúnmente el título- detona sentimientos o emociones en el receptor, como el miedo, el enojo o la esperanza.

Lo anterior nubla por un instante la parte racional del individuo que nos haría dudar sobre la veracidad de la información, tiempo suficiente como para que el receptor comparta el contenido con sus contactos más cercanos buscando prevenirles sobre algo que les pudiera hacer daño, o simplemente considerando que es algo importante de comunicar por la obtención de un beneficio.

Después de esto, se vuelve viral, a un grado en muchas ocasiones.

Todo parte de un impulso natural, que es explotado por el emisor para que los receptores actúen de una forma predeterminada o que tomen decisiones establecidas en el libreto. Las consecuencias de la desinformación colectiva son incuantificables y en ocasiones atentan contra la vida de la gente que las cree.

El día de hoy se puede encontrar en redes sociales y aplicaciones de comunicación como WhatsApp, mensajes alarmantes sobre fenómenos naturales inventados como la “Cristalización térmica”, donde supuestamente se congelarán los pulmones al respirar el aire, de forma instantánea o en un plazo de hasta 24 horas.

Asimismo, anuncian curas o formas para prevenir el COVID-19, como lo son aparentemente el consumo de líquidos calientes para “matar al virus que se alberga en la garganta antes de invadir el sistema nervioso”; entre un mundo de noticias falsas que generan histeria colectiva, parecida, con matices, a lo causado por La Guerra de los Mundos hace 82 años.

Otra modalidad de la desinformación, son las noticias alarmantes o que tergiversan, a partir de encabezados, el sentido de los hechos. Esto suele ser realizado según líneas editoriales de medios de comunicación o como estrategia política y/o electoral, buscando influir en la opinión popular e inclinar la balanza sobre algún tema en específico, personaje o gobierno.

Tergiversar la información o colocarla de la forma más conveniente, no sólo es propio de los medios y como estrategia política-electoral, sino que también se ha hecho una constante desde el ejercicio de gobierno.

Un dicho popular es que los números no mienten, pero se puede mentir con los números; por lo que la manera en la que se presentan los datos, muchas veces cambia la percepción de la gente sobre ellos, y una crisis puede pasar desapercibida dependiendo de la referencia desde donde se lea.

Esta desinformación proveniente desde las fuentes públicas, atenta directamente contra el derecho a la información que tiene la ciudadanía consagrado también como un derecho humano.

En sí, la verdad detrás de las noticias falsas que pululan en el mundo virtual, viene de los vicios propios que han ido tomando terreno en las redes sociales, así como del mal común del mundo globalizado, donde las fuentes de información abundan en desmedida, y sin ningún tipo de certificación de veracidad.

Desde este punto, se visualiza con más claridad lo peligroso de las noticias falsas; es por ello que hay que caminar con pies de plomo, buscando corroborar los datos con distintas fuentes; aprendiendo a distinguir el sensacionalismo y los hechos; contrastando datos y buscando el origen de la información que se presenta para evitar caer en la peligrosa arena movediza que se ha vuelto la desinformación colectiva.

Datos del autor:

Licenciado en Derecho UV
Analista Político/ Humanista/ Diletante de la escritura
Xalapa, Veracruz; México.
Twitter e Instagram: @JAFETcs
Facebook: Hablando de no sé qué.

Comentarios

Comentarios