Latitud Megalópolis | JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA

Sí, escribir puede salvar vidas. Si bien es cierto que caeríamos en exageración, entre lo cursi y de alguna forma, ridículo, al mencionar el cliché que tenemos marcado hasta los huesos, “La poesía puede salvar al mundo”, es cierto que escribir poesía u otro tipo de literatura, ha salvado a más de una vida sin alardearlo, al igual que todo el arte.

Aunque parezca fuera de la realidad, y la gente insista en que el hábito de la escritura poética no sirve de nada, escribir salva vidas, sirviendo como receptáculo de nuestros sentimientos y emociones, llevándolos hacia un sendero que labra un camino liberador; o de cierta forma, siembra flores o cosecha frutos.

En pocas palabras, escribir, como lo hacen las demás formas de expresión creativa, puede ser aquella válvula de escape que impida que explotemos en cientos o miles de pedazos.

Es una necesidad humana el crear, y centrándonos únicamente en la escritura poética como medio de creación, se puede observar que uno crea desde las palabras que el autor escribió, al imaginar; y desde la voz interior, que nos va dictando palabra por palabra, la verdadera esencia de nuestro pensamiento, al trazar en papel.

Lo aseguro, escribir salva vidas, como salvó la mía hace ya más de diez años, cambiando por completo el valor de crear desde la esencia misma de mi ser, al liberar pensamientos creativos que permanecían incautados por la memoria.

La vida antes de la escritura, lo visualizo ahora, tiempo después, como el encierro en un paraje de bruma intensa, que no permite verse ni a sí mismo. Desconociendo lo que sentimos, y limitando nuestra creatividad, vivimos aprisionando el verdadero poder de cambio.

El primer encuentro con la escritura, llegó como a muchos, por la obligación sistémica de la escuela, que en vez de promover un hábito lector, lo encuadra en una obligación expresa de beber libros sin disfrutarlos y comprenderlos del todo.

La lectoescritura, se debe considerar esto el principio de todo cambio hacia el pensamiento crítico y la innovación.

Aprender a leer y a escribir, no sólo es el hecho de poder hacerlo mecánicamente, sino comprender qué estamos leyendo, y tener la habilidad de plasmar nuestro pensamiento, aterrizando las ideas con facilidad, en el terreno fértil del papel.

Imaginen a un joven de 16 años casi cumplidos, desde el estereotipo de la educación pública mexicana de la primera década de los años dos mil, que a la fecha no ha cambiado mucho.

Donde las reglas y procedimientos para llegar a un resultado es lo verdaderamente importante. Imaginen a ese mismo joven, rígido y con la creatividad ahogada, entrando al taller de Teatro, desde donde se gestó el cambio significativo que sigue impactando de manera positiva en su vida.

Desde el teatro, el arte empezó a tener un significado distinto para ese joven, y así, la lectoescritura tuvo muchísimo más sentido.

La educación de la Grecia antigua, al igual que en la sociedad Mexica en la época prehispánica, contienen similitudes en cuanto al planteamiento integral de la enseñanza, que incluye desde instrucción militar y preparación física, conocimiento en ciencias, hasta la música, poesía y arte en general.

La relevancia del arte en la educación se ha ido diluyendo desde los modelos educativos aplicados en México, ocupando sólo ciertos momentos para el aprendizaje musical, para la pintura y la escritura creativa.

Siempre han sido consideradas materias secundarias en la práctica, y no pilares de la educación pública en México, esto hace que ser artista se convierta en un ejercicio de ocio, y el valor de sus obras se reduzca notablemente dentro del país.

Escribir, indudablemente salva vidas, y en esta pandemia por COVID-19, sin duda ha salvado la mía en más de una ocasión.

En vez de perder el aire entre el cúmulo de incertidumbre, el miedo, las batallas internas y externas, las dolorosas pérdidas, y, las ideas que entretejidas empezaban de un momento a otro a sofocarme, ha funcionado como un ejercicio liberador y a la vez creativo, que volvió tangible lo intangible que me ahogaba por completo.

Algunas personas encontraron una puerta de escape en la pintura, escultura, en ver películas, series o jugar videojuegos; en la fotografía, la música, leer, hacer ejercicio, entre un sinnúmero de etcéteras, relacionados casi siempre con actividades solitarias, por el confinamiento, como lo es por excelencia escribir.

Otros, encontraron en lo que parecía una puerta de escape, una escalera en espiral hacia las adicciones.

Esto, más que una columna de opinión, es un abrazo a todas las personas que siguen buscando de alguna u otra forma lidiar con las crisis que trae consigo vivir, y que fueron multiplicadas en gran medida por la pandemia, que las hizo explotar en nuestras manos.

Esto, más que una columna de opinión, es una invitación a que reflexionemos sobre el poder que tiene el arte y la lectoescritura en la transformación nacional, y lo necesario que es invertir tiempo y recursos en cultivar desde la niñez una educación integral donde las actividades artísticas no pasen a un término opcional sino que sean consideradas como indispensables para la generación de conciencia crítica e innovación.

Más que una columna de opinión, es un mensaje de agradecimiento a todas y todos mis maestros que, independientemente del sistema educativo, buscaron cultivar el amor por el arte.

El arte, siempre será de las mejores formas que tenemos como sociedad, para generar conciencia sobre la realidad cruda que se vive, y desde ahí, transformar el ahora a través de las pequeñas o grandes acciones que diariamente podamos realizar.

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