Por Zuleyka Franco

A muchos les gusta ver películas de terror: si el miedo es una reacción ante una amenaza, ¿por qué se puede llegar a disfrutar de él?

La respuesta al miedo comienza en una región del cerebro denominada amígdala, ubicada en el sistema límbico, encargado de regular las emociones y funciones de conservación del individuo. Cuando ésta detecta una fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y ansiedad.

La RAE (Real Academia Española) define el miedocomo una sensación de angustia ante un daño, real o imaginario, o la aprensión que alguien tiene de que le suceda lo contrario a lo que uno quiere. Existen una serie de miedos, comunes en casi todos los seres humanos, como son el miedo a la muerte, a la mutilación o incluso la sensación de soledad, y muchos otros menos generalizados que solo afectan a determinadas personas, o que afectan en mayor o menor medida en función de cada personalidad. Pero sería incorrecto afirmar que existe gente que vive sin miedo. No todas las personas reaccionan de la misma manera a una experiencia que provoca cierto terror, y no siempre se huye del miedo.

¿Pero qué le pasa al cuerpo humano cada vez que se enfrenta a esta emoción? Se trata de una reacción que comienza en el cerebro y se extiende por el resto del cuerpo, de modo que éste se pueda ajustar a una mejor defensa o reacción.

La respuesta al miedo comienza en una región del cerebro denominada amígdala, ubicada en el sistema límbico, encargado de regular las emociones y funciones de conservación del individuo. Cuando ésta detecta una fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y ansiedad.

Un estímulo percibido como amenaza desencadena esta respuesta en la amígdala, que activa las áreas del cerebro implicadas en la preparación de las funciones motoras involucradas en la lucha o en la huida, al tiempo que libera hormonas del estrés y activa el sistema nervioso simpático.

Tal y como explican en la revista del Instituto Smithsonian de Washington D.C. por los profesores de Psiquiatría de la Universidad de Wayne Arash Javanbakht y Linda Saab, esto provoca una serie de cambios corporales que preparan al cuerpo humano para ser más eficiente ante una situación de peligro: el cerebro se hiperactiva, las pupilas y los bronquios se dilatan y se acelera la respiración; aumenta la frecuencia cardiaca y la presión arterial, así como el flujo de glucosa a los músculos. Entretanto, los órganos no vitales para la supervivencia se ralentizan.

El miedo produce cambios inmediatos en nuestro cuerpo como por ejemplo: se incrementa el consumo de energía celular, aumenta la presión arterial, los niveles de azúcar en la sangre y la actividad de alerta cerebral.

Cabe señalar que la amígdala no sólo recibe aferencias corticales que vehiculen información emocional de los estímulos del entorno (aferencias en general excitadoras), sino también influencias prefrontales y orbitofrontales de carácter inhibitorio, que modulan el patrón de descarga amigdalino -induciendo por ejemplo una inhibición conductual en respuesta a la presencia de rostros desconocidos.

El miedo exacerbado, puede llegar a convertirse en “terror” y hacer que la persona pierda el control. Desde el punto de vista evolutivo, el miedo puede ser una ventaja, ya que una buena evaluación y estrategia ante las amenazas es imprescindible para la supervivencia; ¿pero qué ocurre cuando se disfruta de ese miedo?

En un reciente estudio, publicado por la American Pyschologial Association el pasado mes de junio, y reproducido por la revista ‘Psychology Today’, señala que puede tener ciertos beneficios exponerse a experiencias negativas intensas, como ver películas de terror, subir a una montaña rusa o hacer actividades extremas como el ‘puenting’.

La ciencia se ha venido enfocando en el análisis de los cambios fisiológicos en una respuesta ante una amenaza, y en su papel en la supervivencia del ser humano. Una situación como la visualización de una película de terror,no obstante, al tiempo que provoca cierto miedo permite, gracias a la contextualización de la misma, que se pueda disfrutar de ella: es el contexto el que hace entender al cerebro que la amenaza no es real y la experiencia acaba siendo más positiva que negativa.

Enfrentarse voluntariamente a una situación de terror puede mejorar la gestión del estrés…

En el estudio anteriormente citado, además, se recogen evidencias que sugieren que una determinada exposición a situaciones negativas intensas, que desencadenan toda esta reacción, puede ser positiva a la hora de aprender a gestionar el “estrés”.

Esta conclusión es similar a la que se extrae de otros estudios en los que se analizan distintas maneras de abstraer a las personas de sí mismas, como la meditación, la actividad sexual o el esfuerzo intenso, físico o mental, y que han demostrado que pueden recudir la actividad cerebral en determinadas regiones del cerebro vinculadas a esa sensación de lucha o huida, asociada al miedo. 

Hasta la fecha, los estudios sugieren que la exposición a actividades intensas y negativas en las que se participa de manera voluntaria sirve como una especie de entrenamiento para saber cómo reaccionar en diferentes situaciones.

Por otro lado, un paradigma de la alteración en la función amigdalina es lo que acontece en la enfermedad de Urbach-Wiethe, trastorno degenerativo que se acompaña de un depósito de calcio en la amígdala. En esta enfermedad se produce de forma característica un déficit en la capacidad para reconocer los signos emocionales en la expresión facial, aunque se conserve la capacidad discriminativa consciente de la identidad facial.

Dentro de la información visual de una cara, existen determinados datos complejos portadores de una mayor carga emocional (por ejemplo, la dirección de la mirada), que son analizados por áreas de la corteza temporal inferior, diferentes del área del reconocimiento de la identidad (cuya alteración daría lugar a una prosopagnosia), que se proyectan a la amígdala.

De esta manera, lesiones de esta aferencia, o del mismo núcleo amigdalino, perturban la capacidad de reconocimiento y respuesta ante el contenido emocional de un rostro. Habida cuenta de la importancia de la expresión facial en nuestro desarrollo social, alteraciones en este sistema de procesamiento tienen como consecuencia un significativo déficit de cognición social.

En líneas generales, puede decirse que la lesión amigdalina da lugar a una incapacidad para generar frente al entorno una respuesta emocional inconsciente (respuesta somática), especialmente cuando el estímulo va cargado emocionalmente de lo que constituye el miedo (Kandel ER 2001).

La amígdala participa de todas formas también en las respuestas de placer y otras reacciones apetitivas, habida cuenta de la alteración que su lesión produce en la posibilidad de asociar información sensorial ambiental con aspectos tanto gratificadores como no gratificadores de un estímulo (en el síndrome de Klüver-Bucy, por ejemplo, la hiperoralidad puede tener que ver con una pérdida en la capacidad discriminativa de las características gratificadoras de los objetos visuales, que serían explorados gustativamente de manera indiscriminada).

También el condicionamiento contextual (o preferencia de lugar), por el que un organismo tiende a aumentar la exposición y el contacto con entornos en los que encontró gratificación en el pasado, disminuyendo al tiempo la exposición a ambientes aversivos o peligrosos (por medio de mecanismos de condicionamiento clásico, asociando señales de lugar con valores de recompensa en los estímulos, en los que parece estar implicado el complejo basolateral), ejemplifica el papel de la amígdala en el procesamiento de estímulos emocionales gratificadores.

La lesión amigdalina producirá de esta manera no sólo una descoordinación entre el procesamiento consciente e inconsciente de la información de un estímulo emocional, sino la pérdida de recuerdos emocionales, principalmente implícitos, y la incapacidad para expresar somáticamente la respuesta autónoma correspondiente, vehiculada en condiciones normales por este nivel subcortical del procesamiento emocional.

Así que podemos decir que lo mismo que nos produce el Miedo también puede producirnos un estado en donde podemos llegar a disfrutar esa misma sensación. ¿Y tú le temes al miedo o lo disfrutas?

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