Por-. Benjamín Bojórquez Olea.
Gerardo no regresó a gobernar…
Esta semana, el regreso de Gerardo Vargas Landeros a la presidencia municipal de Ahome ha dejado más ruido que certezas. Y no por lo que se dice en los boletines oficiales, sino por lo que se murmura entre líneas, en las sobremesas políticas, en las tertulias de abogados improvisados y en los pasillos donde el poder se cuece a fuego lento. El fallo judicial que le permite volver a la silla municipal no es solamente un acto jurídico. Es, sobre todo, un acto profundamente político. Y en Sinaloa, eso significa una cosa: se está reconfigurando el tablero.
Muchos se sienten jueces esta semana. Y no es para menos. El caso huele a estrategia, no a justicia. Si la suspensión definitiva que favorece a Vargas Landeros fuera realmente un ejemplo de justicia blindada, autónoma y ajena a intereses, no estaría precedida por una secuencia fotográfica tan reveladora como cínica. Ramírez Cuéllar con Sheinbaum. Luego Ramírez Cuéllar con Vargas Landeros. Luego… ¡pum!, el fallo judicial. ¿Coincidencias? Por favor. En Sinaloa, las coincidencias son ficción política para ingenuos. Aquí todo es mensaje, todo es cálculo, todo tiene destinatario.
En este “corridazo político”, lo jurídico ha sido secuestrado por lo estratégico. Y no se trata de una lectura escéptica: se trata de leer con los ojos bien abiertos. Porque cuando la justicia se vuelve predecible en función de las fotos, los pactos y las ambiciones personales, entonces ya no estamos hablando de derecho: estamos hablando de escenografía.
Y la escenografía importa. Porque aquí nadie debería engañarse: Gerardo Vargas no quiere regresar a la presidencia municipal para culminar un proyecto inconcluso. Su retorno tiene nombre y apellido: 2027. Este es el primer movimiento de una pieza que ya fue alcalde, ya fue secretario, ya fue operador. Lo que busca ahora es ser gobernador. Y para eso, necesita quitarse la inhabilitación como quien se sacude el polvo de los hombros. Porque en la política sinaloense no hay castigos eternos, sólo pausas estratégicas.
Mientras tanto, los “juristas de redes” se desgarran opinando con códigos y artículos que descargaron de internet. Como si la ley fuera la protagonista. Como si el Estado de Derecho tuviera el volante de esta historia. Queridos lectores, la política en Sinaloa no se rige por jurisprudencias: se rige por guiños, por acuerdos sellados en cafés, por fotos filtradas con precisión quirúrgica.
Y aquí viene la parte que nos debe hacer reflexionar: ¿qué tanto hemos normalizado este juego? ¿Cuándo fue que dejamos de exigir justicia imparcial para contentarnos con la lógica del “así se juega aquí”? La política sinaloense, convertida en un teatro grotesco, ya ni siquiera se esfuerza en ocultar sus coreografías. Y eso, más que cinismo, es una renuncia colectiva a la credibilidad.
Gerardo Vargas se perfila, se reposiciona y vuelve al ruedo no porque haya ganado un juicio limpio, sino porque es una pieza útil para un entramado mayor. Y quienes deberían levantar la voz –los ciudadanos, los partidos, los medios, los propios jueces honestos que aún quedan– guardan silencio o se suman a la coreografía.
GOTITAS DE AGUA:
La pregunta que queda en el aire no es si Gerardo va por la grande. Eso ya lo sabemos. La pregunta es: ¿hasta cuándo permitiremos que las instituciones sean peones del ajedrez político? Porque si no se marca un alto, si no se reconstruye la línea entre lo legal y lo negociado, entonces no tendremos justicia, sino una tragicomedia legal de la que todos seremos cómplices y víctimas.
Mientras tanto, el teatro continúa. Las luces siguen encendidas. Los actores repiten sus papeles. Y los jueces, los verdaderos, siguen recibiendo órdenes en vez de impartir justicia. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes”…