Primero Editores / Karina Bernal G.

La pandemia del COVID-19 ha desatado diversas posturas en los representantes de cada país, en algunos su preocupación fue notoria, otros fueron indiferentes sobre la gravedad de la misma y tuvieron que mostrar más importancia ante la presión de los ciudadanos, pero sin duda, dichas acciones para bien o mal determinarán el rumbo de las naciones.

En enero se registró el primer caso de coronavirus en Washington, Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump, aseguró que todo estaba controlado y que era absurdo llamar a la situación una pandemia.

Al presentar más contagios en la nación, nombró al vicepresidente Mike Pence, como líder del grupo de trabajo para contener la propagación del virus, pero continuaba diciendo que el riesgo para los estadounidenses era muy bajo y que se tenía el éxito esperado, pues para finales de febrero aún no existían decesos a causa del COVID-19.

Incluso no consideraba necesario seguir las medidas sanitarias recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), bastó un mes más para darse cuenta de la magnitud de la enfermedad, para cambiar su discurso y enfocarse en proteger a los ciudadanos.

Mientras tanto, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció en marzo que se encontraba preparado ante el coronavirus ya que se empezaban a notificar infectados en el país, aseverando que se contaba con la capacidad suficiente para hacerle frente a la situación.

Durante ese tiempo continuó realizando viajes a diversas regiones del país sin mantener las recomendaciones que su propia administración pedía a la población. Al notar que la pandemia se iba de sus manos y ante las críticas recibidas por los medios de comunicación y ciudadanos, su postura fue cambiando, tomándole cierta seriedad para contrarrestar la pandemia.

Sin embargo, para la mayoría de mexicanos, quien ha dado la guía para controlar la emergencia sanitaria ha sido el subsecretario de Salud, Hugo López- Gatell, quien desde entonces realiza a diario conferencias para informar sobre la evolución del virus, exhortando al cumplimiento de medidas sanitarias, distanciamiento social y confinamiento.

Actualmente, Brasil es el epicentro de la pandemia en latinoamérica, lo cual no sorprende a ninguna nación, pues su presidente, Jair Bolsonaro, calificó al COVID-19 como una “gripecita” e invitaba a los brasileños a mítines y aglomeraciones (al igual que López Obrador y Trump), destacando que el confinamiento no podía ser posible pues la economía se hundiría.

El desacuerdo en que estrategia seguir entre el poder Ejecutivo y los gobernadores se hizo latente, por lo que 20 de 26 estados decidieron realizar la cuarentena, pero esta no era de carácter obligatorio, por lo que se podía salir a las calles en total normalidad. La falta de una indicación clara y unificada por parte de Bolsonaro hizo que la gente no respetara las medidas.

Las decisiones de estos representantes o mejor dicho la falta de ellas, llevaron a que las personas que los pusieron en ese puesto, estén enfermando y en lamentables casos perdiendo la vida, aunado a la incredulidad y falta de conciencia de la sociedad. No hubo necesidad de una guerra para desestabilizar el mundo, fue el exceso de confianza de que se tiene el control absoluto, ahora la única esperanza es encontrar un tratamiento o vacuna para mitigar la propagación y salir adelante después de los errores cometidos.

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