Por Ricardo González Amaro
Ciudad de México.- La Antártida es uno de los continentes menos habitados y aunque gran parte de su territorio se mantiene virgen, la poca lluvia y la mucha nieve que cae ahí contiene sustancias cancerígenas conocidas como PFAS, lo que ha llevado a la comunidad científica a concluir que, sin importar lo lejos y apartado del entorno, el agua de lluvia desafortunadamente ha dejado de ser potable todo el mundo.
Luego de una larga investigación de 10 años, Universidades como la de Estocolmo y la Escuela Politécnica Federal de Zúrich han constatado lo ya mencionado al publicar los resultados de esta en la revista científica ‘’Environmental Science & Technology’’ en su edición del 16 de agosto. Y para corroborar estos resultados, profesores de la UNAM sostienen y encienden focos rojos a la población, pues indican que una parte importante del agua que bebemos proviene de la captación de lluvias.
“Recordemos lo sucedido en Nuevo León hace pocos meses, en donde se nos mostraban imágenes de presas secas, suelos agrietados por el Sol, nubes ausentes, agua repartida a cuentagotas y millares de regiomontanos molestos por la falta de chubascos. Atravesamos una crisis hídrica y saber que las precipitaciones pluviales traen consigo partículas riesgosas lo complica todo”.
Pero… ¿Qué son las PFAS? Se trata de un conjunto de sustancias perfluoro y polifluoroalquiladas, de más de cuatro mil 700 agentes químicos creados en laboratorio a mediados del siglo XX. Los PFAS fueron creados en 1938 por un joven estadounidense llamado Roy Plunkett quien a sus 27 años los sintetizó al fusionar átomos de carbono y flúor. Y aunque al principio se usaron en tanques de guerra e incluso en la bomba atómica, por sus propiedades hidro y oleofóbicas, muy rápido se comercializaron en una infinidad de productos domésticos, siendo el más popular de todos los sarténes con teflón marca Dupont.
Se trata de sustancias no degradables por vía natural, por lo que se espera que persistan en el ambiente durante cientos o miles de años. Por ello, han adquirido el apodo de “químicos para siempre o eternos”. Y es que, sorprendentemente no llevan con nosotros ni 100 años y ya se encuentran en cualquier parte. De hecho, se les ha detectado en lo más profundo de fosas marinas, en tejidos de animales de todas las geografías y se sospecha que cada uno, sin excepción, tenemos alguna cantidad en nuestra sangre.
Por otro lado, el doctor Gregorio Benítez Peralta, de la Facultad de Medicina de la UNAM, ha explicado que se ha observado que la exposición a los PFAS favorece la disminución de la respuesta de anticuerpos, colesterol alto, crecimiento infantil y fetal mermado, cáncer de riñón, colitis ulcerativa, tiroiditis, eclampsia y preclampsia.
En opinión de Elena Tudela, profesora del Área Urbano Ambiental de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, es momento de replantear mucho de lo que hacemos en cuanto a gestión pluvial, pues hoy en día las lluvias siguen siendo una alternativa para abastecer de líquido a regiones marginadas y ejemplo de ello es PROCAPTAR, programa gubernamental basado en la instalación de un sistema de captación con fines de abasto de agua potable a nivel familiar.
“La precipitación es el medio a través del cual estas sustancias llegan al humano y afectan su salud”, subraya la profesora, quien añade que no se trata de desechar estos esfuerzos, sino de considerar las posibles afectaciones y a partir de ello generar protocolos más seguros.
Por otro lado, un grupo de científicos del Instituto de Química (IQ) de la UNAM inició el diseño de materiales porosos que filtran dichas sustancias en el agua. “A simple vista, nuestro desarrollo parece un polvo blanco, pero en realidad está compuesto por cristales microscópicos diseñados para capturar las sustancias perfluoro y polifluoroalquiladas presentes en el líquido” explicó Dazaet Galicia, del Departamento de Química Orgánica del IQ.
Cabe destacar que estos esfuerzos no son exclusivos de la UNAM, ya que científicos de todo el mundo trabajan en proyectos similares a este. “Aunque es importante señalar que el objetivo ahora es degradar los PFAS in situ, y no sólo filtrarlos”, señaló Alonso Acosta, compañero de laboratorio de Dazaet, quien añade, “de hacerlo mal corremos el riesgo de quedarnos con compuestos de las mismas características y con cadenas de carbono más cortas”.
Para lograr un proceso sin fallos, los científicos del IQ han comenzado a explorar una estrategia. “Lo siguiente es añadir aditivos químicos y un disolvente orgánico y calentarlos juntos a fin de remover los átomos de flúor de los PFAS. Lo obtenido por esta vía son cadenas alifáticas que pueden reducirse con bacterias hasta obtener elementos no perjudiciales”. Sin embargo, aunque estas investigaciones aún están en proceso y no hay fecha próxima para su aplicación, lo que se busca es reducir la presencia de las sustancias en cuestión algo que a decir de los científicos y maestros de la UNAM es posible, al declarar “¿químicos para siempre?, ¡vamos!, eso es un término relativo”. Incluso sin importar el apodo dado a estos compuestos.