Ciudad de México.– Ni los genes ni el cerebro determinan si una persona es optimista o pesimista. Lo que realmente define esa diferencia es la historia de vida de cada individuo, afirmó Gabriel Gutiérrez Ospina, investigador del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM.

El especialista advirtió que para entender la manera en que pensamos y sentimos, es necesario evitar explicaciones simplistas que atribuyen los comportamientos humanos sólo a factores genéticos o neurológicos.

“No hay genes del optimismo ni conjuntos de genes del optimista. Lo que tenemos es una historia de vida, experiencias que nos enseñaron a reaccionar ante el éxito o el fracaso”, señaló.

La mente optimista se forma con experiencia

El comentario del académico surge tras la publicación del artículo “El cerebro optimista: los escáneres revelan patrones de pensamiento compartidos por pensadores positivos”, en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, donde se plantea que los cerebros de las personas optimistas comparten ciertos patrones de actividad neuronal.

Sin embargo, Gutiérrez Ospina precisó que esos patrones no son causa, sino resultado de los aprendizajes que cada persona ha tenido. Es decir, los cerebros de quienes ven el futuro con esperanza reflejan su manera de interpretar la vida y las decisiones que han tomado a lo largo del tiempo.

“El optimista formula alternativas, toma decisiones, corrige y vuelve a intentar; no interpreta el fracaso como derrota, sino como una oportunidad para aprender. En cambio, el pesimista se detiene ante los tropiezos y renuncia con facilidad”, explicó.


Ondas cerebrales y emociones

El investigador detalló que el cerebro humano emite distintos tipos de ondas eléctricas —alfa, beta, gamma, delta y teta—, que reflejan los estados mentales.

Durante los momentos de calma y atención controlada predominan las ondas alfa, mientras que en la toma de decisiones o situaciones que exigen concentración aparecen las ondas gamma y beta.

Los cerebros más eficientes, agregó, alternan entre actividad alfa-gamma, lo que les permite mantener la calma sin perder capacidad de análisis ni respuesta.
“Esa sería la electrofisiología del optimismo: un cerebro flexible, atento y en equilibrio constante”, apuntó.

No nacemos optimistas, nos formamos así

Para Gutiérrez Ospina, ser optimista o pesimista no es una cuestión biológica, sino un proceso educativo y emocional que comienza en la infancia.

“El optimista suele haber crecido en un ambiente donde se le reconocieron los logros y se le enseñó que los errores son parte del aprendizaje. En cambio, si desde pequeño se refuerza la idea de que es insuficiente o incapaz, se desarrollan patrones mentales más pesimistas”, explicó.

Modificar esa percepción en la adultez es posible, pero requiere terapia, trabajo emocional y entrenamiento cognitivo. “No basta con decir ‘sé positivo’; se necesita reeducar la mente y las emociones”, señaló el experto.

Implicaciones para la salud mental

El estudio del optimismo y el pesimismo, subrayó, tiene consecuencias directas en la prevención de trastornos como la ansiedad, la depresión o el suicidio.
Si se entiende que el pensamiento positivo se construye y puede modificarse, se abre la posibilidad de intervenir desde la infancia para fomentar la resiliencia y la confianza.

“Si abordamos el optimismo como un sistema dinámico, que cambia con las experiencias, podremos reducir los niveles de ansiedad y depresión de manera significativa”, afirmó.

Más allá del cerebro: el papel del cuerpo y la historia

El investigador de la UNAM advirtió también sobre los riesgos del neurocentrismo y del gene-centrismo, es decir, creer que todo está predeterminado por el cerebro o la genética.
Ambos enfoques, dijo, “son dañinos porque hacen creer que nacemos de una forma y no hay nada qué hacer”.

Recordó que existen mecanismos epigenéticos que pueden modificar la manera en que los genes se expresan a partir de las experiencias.
“El cerebro está dentro de un cuerpo que fue educado de cierta manera; lo que realmente se forman son cuerpos optimistas o pesimistas, moldeados por su historia”, sostuvo.

Los hallazgos recientes confirman que el optimismo no es un don genético ni un rasgo fijo, sino una actitud aprendida que puede fortalecerse o transformarse a lo largo del tiempo.
Comprender este proceso es clave para la salud emocional: cultivar desde la infancia la flexibilidad, la confianza y la capacidad de resolver problemas es la mejor manera de formar mentes y cuerpos más optimistas.

CARACTERÍSTICAS:
Optimistas: eficaces, flexibles y disfrutan del proceso de resolver problemas; no interpretan los fracasos como derrotas.
Pesimistas: muestran incomodidad frente al cambio, poca tolerancia a la incertidumbre y escasa respuesta positiva ante los obstáculos.

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