Por Ricardo González Amaro

La historia del México contemporáneo está marcada por crímenes de Estado, tal como el que se llevó a cabo hace 54 años en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para literalmente, aniquilar a sangre y fuego, el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.

La herida sigue y la versión oficial está muy lejos del dolor de las miles de personas perseguidas, encarceladas o hasta los familiares en búsqueda de sus desaparecidos. La arrogancia del poder mexicano parecía tener un sólido fundamento.

Ferrocarrileros, electricistas, maestros, telegrafistas, universitarios, trataban de recuperar plazas perdidas y darle nueva vida al sindicalismo, que estaba por completo en manos de líderes corruptos y al servicio del Estado.

Esa masacre planeada desde la cúspide del poder político-militar no ha sido investigada, ni mucho menos sus responsables llevados ante la justicia, a pesar de que, por su naturaleza, estos crímenes son imprescriptibles. Los autores intelectuales más señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz, su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, los mandos superiores del Estado Mayor Presidencial y de la Secretaría de la Defensa Nacional, así como altos funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal.

Los autores intelectuales más señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz; su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; los mandos superiores del Estado Mayor Presidencial y de la Secretaría de la Defensa Nacional, así como altos funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal.

El Movimiento del 68’ se integró principalmente por estudiantes y profesores de las distintas escuelas y facultades de la UNAM, el Politécnico, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y de igual forma alumnos de educación media y superior de escuelas y universidades de diversas procedencias sociales, e incluyeron a no pocos centros educativos privados incorporados a las brigadas de información y propaganda que recorrían la ciudad y constituyeron un efectivo medio de comunicación que se enfrentó con éxito a los grandes medios controlados por el gobierno.

Este fue un acontecimiento tan histórico, que estremeció a diversos sectores sociales por el activismo de las y los jóvenes estudiantes, quienes como nunca sintieron el cariño popular no sólo en la Ciudad de México y sus alrededores, sino en todos los estados donde el Movimiento se expandió.

Se demandaban mínimas libertades democráticas, la libertad de los presos políticos y el fin de un régimen autoritario por parte de un Estado que nunca estuvo dispuesto a resolver el conflicto. Se llegó hasta el final trágico decidido por el poder, en Tlatelolco, donde se aprendió el significado de la dignidad y de luchas que no claudican, y que fructifican hasta hoy en día. Esa brutal noche nos hizo despertar a millones de mexicanos que decidimos buscar la manera de transformarlo.

A cinco décadas, aún hay muchas interrogantes. México no quedó fuera de los conflictos y las intrigas mundiales en aquellos años. El 2 de octubre no se olvida porque siguen las mismas demandas: que los jóvenes sean escuchados, que sus derechos se respeten, que tengan oportunidades y que puedan alzar la voz sin el temor a represalias o a convertirse en desparecidos.

Si hoy en nuestro amado país tenemos avances como mayor libertad y democracia se debe, entre otras cosas, a esas grandes marchas de protesta que organizaron los estudiantes. La libertad y la democracia nunca aparecen como un obsequio, son el producto de las luchas que llevan a cabo estas personas. Esos muchachos y muchachas, los trabajadores urbanos y campesinos que los apoyaron son también quienes hicieron y a día de hoy hacen factible que exista una prensa con mayor independencia y que los demás manifiesten sin muchas reservas sus posturas ideológicas.

Sin embargo, la matanza del 2 de octubre marcó para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección indeleble: las clases dominantes recurren al uso de la violencia genocida si consideran amenazados sus intereses y privilegios.

Comentarios

Comentarios