Por Socorro Valdés

¿Basta con condenar. Con manifestar indignación? Tal y como lo hicieron mujeres, sí, mujeres como Claudia Sheinbaum y Olga Sánchez Cordero en el caso de Ingrid y otros tan aberrantes. ¡No! Es más de fondo la solución a la violencia, al feminicidio.

Ambos difíciles de evitar, más de lo que se cree. Por eso, sencillo es condenar o lamentar; es debatir para desaparecer o no de un documento el feminicidio. Es pensar en condenas severas, cuando lo urgente, es prevenir, es atacar eso que desencadena la violencia, el crimen contra la mujer. Es acciones, sí que deben tener rostro y pensamiento de mujer. Porque sólo ellas, sólo nosotras sabemos qué pasa ante la violencia que ejerce un hombre.

Sólo nosotras vivimos, sentimos y estamos muchas veces impotentes y solas ante un violento, que después se convierte en asesino. Ahí, en esa vida de violencia, hay dos rostros, dos pensamientos, uno femenino y otro masculino. Eliminar del Código Penal el feminicidio, agravar las penas contra la violencia masculina, contra el crimen hacia una mujer o una niña no basta. Se debe prevenir, ¡sí prevenir. Reducir esa violencia, y lo que la desencadena.

Sí, antes, mucho antes que sea homicidio, violación o jaloneo, gritoneo e insultos. Debe existir acciones ejemplares que adviertan al violento que no habrá impunidad ni por violencia verbal. Es enseñar al niño, en el hogar, en la escuela que a una mujer no se le pega ni se le mata. Y a ellas, a las niñas a las mujeres, que tampoco se violenta con palabras a un hombre y a él, nunca se le permite ni el insulto.

Todo debe ser antes, mucho antes, y hacia ambos para que ninguna mujer muera. Advertir al violento, que ¡No!, se permitirá dañar a una mujer ni a nadie. Es aceptar y resolver el aumento en el consumo de drogas y alcohol, que disparan la violencia. Es reconocer lo cotidiano de los actos de Ministerios Públicos omisos y negligente. Es aceptar que no escuchan la voz de alerta de una mujer. Es acciones ejemplares contra un centro de mando policial y policía que no atiende con urgencia la llamada de auxilio femenina o anónima sobre violencia. Es promover conciencia. Es que la familia, los vecinos y las mismas mujeres, todas, incluso desde la infancia, entendamos, que por ninguna circunstancia se solapa ni permite la violencia verbal, sicológica o física.

Pero, ¿cómo, cómo no más Ingrid, cómo no más aquellas mujeres sin nombre ni rostro que están muertas y sus verdugos libres? Es estudiar, y actuar para saber qué pasa en nuestra mente de mujer que todavía hay miedo, que dejamos que nos insulten y golpeen, y luego nos condolemos para no denunciar a un violento, para no gritar lo que vivimos en privado, con el padre, con el novio, con el amante, con el esposo, incluso con los hermanos o los tíos.

Es insistir en un programa interdisciplinario que empiece desde el colegio y llegue a las familias, a los policías, a los juzgadores, a las mujeres. Es atención sicológica permanente y social para hombres y mujeres. Es sensibilizar a los mismos médicos que reciben a quien fue golpeada y aún guardan silencio. Es no ver con ojos de espanto o simple condena esa violencia.

Y es castigar a ambos, sí a ambos, a ella, si dispara la violencia y a él si la ejerce. Es no dejarla sola si denuncia, porque después la matan. Lo demás, sin acciones, con condena o estupor, con desgarre de vestiduras, es después olvido de ese horror, es hipocresía de quien nos espantamos de la violencia, y somos también víctimas o cómplices de permitirla y hasta solaparla.

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