Socorro Valdez Guerrero

El ingrediente debía ser el ¡Cáncer! El cáncer de mama, y no lo es, porque no es así de sencillo hablar sólo de una enfermedad.
Y no, no quiero referirme sólo a ese que me arrancó a mi madre y a mi padre de tajo, que dañó a mi familia.

Que apagó en mi madre el azul de sus ojos poco a poco y el rosado de sus mejillas. Que opacó su blanca piel.
No, no quiero que sea repetir lo que causó una enfermedad en ella, que mata y sigue matando a mujeres, incluso a hombres, aunque no lo ven.
Quiero alertarte a ti para que te prevengas, a ella que tiene cáncer, incluso a él, para que exija revisen más allá de los senos dañados.

A ellos que diagnostican. A esos médicos familiares que te reciben y a veces ni te voltean a ver cuando vas a consulta al IMSS, al ISSSTE o a un centro de salud.

A aquellos que te otorgan citas tan lejanas, que a veces mueres y nunca supiste o supieron que tenías cáncer.
Sí, no quiero que entiendas que es un mal de ¡Muerte!, porque lo sabes, conoces que además de dolor, es calvario familiar.

Quiero que se entienda que también es mala atención integral, mal manejo de sus consecuencias y hasta mal diagnóstico.
Por eso no quiero referirme como todos a esa letalidad del ¡Cáncer!, que no debiera involucrar sólo a su víctima, que tampoco, únicamente es mujer, también es de hombres.

No, no, necesito hablar más de sus síntomas, de su prevención, sino de esa necesidad de atacar el mal a fondo, erradicar las deficiencias en su atención.

Sí, atender en sus consecuencias, para ir
más allá, porque esa enfermedad, no la hace padecer sólo a ella que la dejó mutilada, también a ellos, a ¡Todos!..
Quiero que se entienda que no es un mal sólo por descuido femenino, sino también por ellos, que no ofrecen eficiente revisión o esperas meses una cita, nunca llega o mueres antes obtenerla.

Deseo que se entienda que esa enfermedad no la frenan ni reducen su incidencia, a falta oportuna de tratamiento, por escasez de medicamentos o de plano, porque no se tiene seguridad social para enfrentarla.

Es un mal que aún con medicamentos, con tratamiento y atención, sólo atacaron lo que afectó, sí, tus senos y no todo tu cuerpo.
Un mal, que empuja a fracturar todo, no sólo el ánimo de esa mujer alegre que disfrutaba escuchar a Bienvenido Granda, a Olimpo Cárdenas o a Beny More.

Un cáncer que además que vuelve agrio el carácter de la víctima, no se ataca en forma integral, aunque afecte a todos.
Un cáncer que no sólo reduce a la tristeza de quien lo padece, sino también la economía de la familia.

Un cáncer que no sólo es el que daña a tu cuerpo y lo deja mutilado, sino que avanza y ni el médico lo nota, por deficiencias o indolencia en la atención.
No es sólo el ¡Cáncer! Que me arrebató de tajo a mi madre hace 12 años, cuando ella, cuando los médicos, decían: “Está ¡Curada!”
Es un cáncer que viajó y aún con consultas cotidianas, atacó el pulmón y no lo detectaron.

Es un cáncer, que recorre otros órganos, y no te lo dicen, hasta que tarde, muy tarde, sabes que las constantes recaídas, las gripas, la tos crónica, los labios y uñas moradas, no era normal, era ¡Cáncer de pulmón!
Es un cáncer más letal que no sólo es de seno, porque después puede ser de otro y mata poco a poco, sin esa atención integral.

Un cáncer que aún no saben, no sabemos cómo enfrentar para erradicar miedos, daños a otros y deficiencias en su atención.
Un cáncer del que se habla mucho, del que se dice mucho, del que se trata mucho, y se abandona en su integralidad.

Un mal del que no se reduce su incidencia, no sólo por ellas, si no por todos.
Por un sistema de salud que olvida cómo frenar a tiempo o un médico que no revisó a fondo el cuerpo.

Por eso a ella que le dio, se le veía rezar, rogar a Dios, entristecerse día a día, mientras su cuerpo sabía que la muerte rondaba y amenazaba cotidianamente.

Una muerte que se lo recordaba cada que se desnudaba y se veía incompleta, ¡sin seno!
¡Mutilada! Por ese maldito cáncer que la hizo su víctima.
Un cáncer que la hizo sentir vacía, que la deprimió con cada quimioterapia.
Que la hizo vomitar, y aunque no perder su rubia cabellera, su cuerpo y su vida de familia resentían los estragos del “veneno”, que no mataba su células enfermas, invadía otras y dejaba metástasis.

Metástasis que ahora estaba en el pulmón y sólo revisaban el seno.
Con unas consultas cada vez más espaciadas, por supuesto daño cesado, aún con estragos evidentes de cansancio, falta de aire, dolor en el pecho y los médicos, no, no le daban importancia.

Con un mal que seguía ahí, y nadie notó hasta que fue necesaria la asistencia artificial de oxígeno, porque anidó en otro órgano.
Un cáncer que creció tanto, aunque los médicos generales ni especialistas revisaron ni hurgaron más allá del único seno supuestamente sano, de sus ganglios y axilas.

Un cáncer que fue de mama, que la mutiló, y que ahora la vencía el de pulmón, porque ni ellos y menos ella, se enteraba que le había ganado la batalla el mal.

Que no había triunfado ante el cáncer de mama, aunque volvían a brillar sus ojos azules, su piel, su ánimo.
Que ahora, la mataba el cáncer de pulmón, aún sin fumar y por mal diagnóstico.

Por una mediocre revisión, por una consulta que nunca llegó del ISSSTE.
Por unos médicos de una institución que la dejaban morir, y se iba a otro, y después a otros, hasta llegar con los especialistas del INER, que después, después, confirmaba, el cáncer viajó.

Recorrió de un seno y enfermó al pulmón. Y ahora sólo dos meses de vida.
Su muerte se acercaba por esa mala práctica médica que después, sí, después de muerta, te alerta…Ah, también a quien tuvo cáncer de mama, con el tiempo, le ataca el ¡Pulmón!

Y tú, no lo supiste, no exigiste revisarán todo, no alertaron para demandar, que también, también te vieran otras partes de tu cuerpo para que no te matara el cáncer aún con tantas ganas de vivir.

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