Por Latitud Megalópolis/Jafet Rodrigo Cortés Sosa

Nescimus quid loquitur

Comenzaste aquel proceso sin darte cuenta; el dolor se fue filtrando por tu cuerpo a una velocidad que no creías posible; mientras tanto, las emociones se mezclaban, enredándose unas con otras, haciendo imposible reconocerles entre sí.

Padeciste la salvaje metamorfosis que te condenó a aullar bajo la luz de la luna, después de que bajaste la guardia dejando que aquello que sentías tomara control de tus acciones, que rompiera toda posibilidad de maniobrar. Por más resistencia que pusiste, las explosiones internas sirvieron de catalizador, para que aquellos impulsos bestiales no cesaran en ningún momento.

Tu piel humana se cayó a pedazos, víctima de una capa gruesa y oscura que brotaba por debajo de ella; tus uñas ensangrentadas buscaron asilo en el piso, dando lugar a terribles, afiladas y punzantes garras. El semblante que tenías, contaminó la mirada, enrojeciéndola, volviéndola el reflejo de terribles e innombrables intenciones.

Cada momento, fuiste tomando forma con aquella transformación que te quitó la voz, dando lugar a sonidos guturales y salvajes gruñidos que amenazaban con morder y destrozar a lo primero que se atravesara en su paso. Te convertiste en victimario de queridos y extraños, no pudiste distinguir rostros, ni aromas, ni siluetas; lastimaste por igual con furia, perdiste el control de tus más profundas emociones, embriagado por la más obscura, penetrante e incontrolable violencia.

VERSIÓN PROPIA

Todos en algún momento nos hemos convertido en nuestra propia versión del monstruo, con las particularidades que la imaginación y nuestros demonios nos permitan construir. Garras curvas, extremidades diversas, tentáculos; pelo afilado como púas, escamas gruesas o carne pútrida cayéndose a pedazos; cientos de ojos juzgándolo todo, o uno solo juzgándonos a nosotros mismos; rojizas tonalidades, nocturnas siluetas o ausencia total de color; detalles de pesadilla que forman parte de aquella criatura que nos atormenta, aquella piel que usamos cuando no podemos controlar lo que sentimos.

El monstruo es moldeado a partir de nuestras emociones, desatando nuestro más terrible frenetismo, traduciéndose en acciones que ejecutamos, importándonos poco o nada las consecuencias que traigan consigo; nos convertimos en víctimas y victimarios dominados por el miedo, la ira y la tristeza; mártires del miedo con ira, de la tristeza con miedo, de la ira con tristeza.

Dejamos que nuestros instintos primitivos dominen nuestras acciones; nos convertimos en la versión más salvaje de nosotros mismos; perdemos la batalla diaria por dominar las emociones que no elegimos sentir; cometemos actos impulsados por el momento, convirtiéndonos en ese monstruo, mostrando la peor versión de nosotros mismos.

SABER LO QUE SENTIMOS

Entre tantas emociones enmarañadas, muchas veces ni siquiera sabemos qué sentimos, sólo permanecemos consternados, erráticos, reaccionando a nuestros instintos, autolesionándonos, dañando a las personas que nos rodean. Caemos en el juego de violencia que nos ciega, volviéndonos armas que punzo cortan, bombas que detonan sin aviso, que hieren y a veces matan.

Por lo anterior, se vuelve indispensable conocernos a nosotros mismos. Ver hacia adentro y entender nuestras emociones, aprender lo que nos hace sentirlas, saber qué es lo que hacemos cuando las vivimos; trabajando después en aquellas formas que podemos externarlas, decidiendo mejor cómo hacerlo.

Conocer lo que sentimos sirve para poder validarlo, tener bien claro que es un proceso normal vivir emociones, que todo el tiempo estamos sintiendo; haciéndonos responsables de nuestras acciones; siendo conscientes de lo que sienten los demás, validándoles sin dejar que nos contaminen cuando sus emociones sean negativas; transformando aquello que sienten o encausándolo de una mejor forma.

Todo comienza por el aprendizaje, saber qué sentimos, qué sienten los demás; qué hacen y qué hacemos cuando somos asaltados por nuestras emociones. Trabajar para que en vez de dejarnos llevar por aquel monstruo que desde nuestro interior nos llama, podamos dominarle, volviéndole alguien más dócil, que externe lo que siente de una mejor manera.

Comentarios

Comentarios