María Elena Maldonado

Es difícil hablar de la muerte, una realidad que ahora nos acecha más que nunca, qué las pérdidas de seres queridos son el pan de cada día. Al decir queridos, no hablo solamente de familia, amigos, familiares de amigos; hablo de personas que son parte de nuestro diario acontecer: en el trabajo, los grupos a los que acudimos, el zapatero, el sastre, la señora que nos vende productos de limpieza, el policía que saludamos diariamente al pasar por la calle, el señor de la basura, el cartero, el mesero, los artistas que sentimos nuestros, sabemos su vida, cantamos sus canciones, conocemos sus actuaciones, su obra, sus libros.

Los filántropos, los médicos, enfermeras, los del servicio de limpieza, administradores, hombres de ciencia que hacen avanzar los descubrimientos para la salud, la vida, el medio ambiente, la agricultura, la cultura, la justicia, la religión a todos aquellos que aplaudimos por su talento. Incluidos los que no eran del todo compatibles, formaban parte del elenco en el desarrollo de la obra que es la vida de cada quien, y nos vamos quedando sin muchos de sus actores.

     He tenido pérdidas enormes, no necesariamente producto de la pandemia, también por vejez, cáncer, infartos y otros males que se han llevado varios seres que complementaban mi vida. Si tuviera una de esas fotos de grupo con ellos, habría un exceso de vacíos por los que hoy faltan.

     Uno no sólo es huérfano de padres, tejemos lazos con los que coincidimos en el tiempo y el espacio. Cuando se van con ellos se va un Buenos Días al pasar por la puerta del edifico, la plática amable del que nos atiende en la tienda, el restaurante y los vacíos crecen cuando se acercan a nuestra convivencia, el amigo, la amiga, las conversaciones, los viajes, las largas comidas, las complicidades, los apoyos, la escucha, la mano tendida, la recomendación del libro, la película, caminar, ir de compras, criticar al político, los chismes, las discusiones tontas, las profundas. Lo trascendente, importante, frívolo, fútil y todos los calificativos que acompañan lo que sucede en una vida en la que hay buenos, malos, mejores, peores y muy “piores” y muy mejores, mientras más larga, más experiencias.

     No sólo estoy triste, estoy huérfana, también estoy muy enojada, se imaginan la cantidad de talento  que se ha ido con un Eduardo Molina, Héctor Suárez. Luis Eduardo Aute, Armando Manzanero, Oscar Chavez, Pilar Pellicer, Quino, el Loco Váldez, José Luis Ibañez, Jaime Humberto Hermosillo… algunos por edad, nos resignamos pensando que después de los 90 ya habían cumplido su ciclo –igual causan vacío- Olivia de Haviland, Chamin Correa, Sean Connery, Kirk Douglas las lista es interminable.

     Incluso faltan personas que no conocía y que al morirse me enteré de su existencia. Sucedió con el astrobiologo  Rafael Navarro González (1959-2021)  de quién les comenté la semana pasada,  de quien hace quince días no sabía de su existencia. No es pose, verdaderamente me causa desconsuelo. Siempre sucede cuando se va alguien que usa su tiempo, sus talentos para el avance del conocimiento, para mejorar en algo o mucho el acontecer humano, es un quebranto para nuestra evolución, muchos tienen discípulos, son maestros que abren puertas de conocimiento a los que vienen detrás, es una ventaja que dejen caminos que seguirán construyendo los herederos de su legado. No sólo en el área de la ciencia, hay que incluir a todos los creadores, los que nos hacen cuestionarnos, los que nos entretienen, los que rodean de belleza los ojos, los oídos, el gusto, los que nos erizan la piel y llenan de aromas nuestro olfato, sea un perfume, un platillo, un delicioso postre. Espero que todas las sabidurías hayan entregado antes de irse la estafeta a uno o más dignos sucesores.

     Cuando uno pierde a alguien querido, muy cercano no entiende cómo es que el mundo sigue su curso como si nada pasara. Quisiera que todo y todos se detuvieran, dicen que la perdida de una hija, hijo, rompe todos los esquemas, incomprensible  y devastador para los padres. Viviendo esta terrible experiencia al lado de un amigo, entendí que sería un dolor permanente, creo que todos aprendemos en mayor o menor medida  a continuar viviendo con el dolor de la presencia de las ausencias.

    Se acentúa cuando son muertes sorpresivas, cuando no hemos tenido tiempo para hacernos a la idea de la separación, de despedirnos y quizá arreglar mal entendidos, reconciliar querellas, hablar de los verdaderos sentimientos que la convivencia diaria, los lejanos mal entendidos, los otros que opinan, hacen chismes y se llena de cochambre una relación. Cuando uno tiene tiempo para hablar, tomarse las manos, mirarse a los ojos, pedir perdón, disculparse, encontrarse, limpiar y pulir esa relación, para quedarse en paz.

     Los suicidios son terribles, uno cercano e incluso los lejanos de personas que conocía me dejaron una culpa, por sentir que algo podía haber hecho por esa existencia que no encontró de que asirse para continuar.

   Las enfermedades prolongadas nos dan tiempo para procesar el suceso, para ir acomodando el hecho, a veces son padecimientos dolorosos que desgastan a todos los implicados, el enfermo que sufre y los que lo rodean lo ven consumirse y es doloroso. La parte económica que casi siempre es un punto difícil, obvio cuando falta el dinero. Según sus posibilidades lo atenderán personalmente o contratarán a alguien para alimentarlo, bañarlo y acompañarlo. No todos tienen la suerte de ser cuidados, mucho menos amorosamente.

     En estos terribles tiempos que vivimos, es impresionante la cantidad de fallecimientos que suceden y se entera uno que no hay misericordia, hospitales donde no reciben a los enfermos y fallecen en la puerta, en la calle. Falta oxígeno, la delincuencia trafica con hasta con las actas de defunción, los cadáveres hacen largas filas en los crematorios, Esto da para varias hojas de análisis sobre el manejo de la pandemia, cabe decir que hay varios países en donde está totalmente bajo control. Aquí se ha dejado de atender a todas las demás enfermedades por mal atender a los contagiados de covid, y el hombre que muchos escuchan se niega a usar tapabocas y recomendar su uso, lo acuso de negligencia criminal, amén de que vivimos en un mundo de “lideres idiotas” Insisto en que al primer aviso de la aparición del covid-19 hubieran cerrado fronteras veinte días, un mes no tendríamos un año de vivir está pesadilla.   

     No quedo espacio para hablar de tanatología, el tratado que estudia y ayuda a enfrentar la muerte, al que se va y al que se queda, aconseja comunicar eso que se vive y siente.

emaldonadoballesteros@yahoo.es

Comentarios

Comentarios