Por Angélica Cruz Rangel / Karina Bernal
En teoría, la pandemia por COVID-19 debió traer consigo la empatía y unión de todos los países para lograr salir de esta pesadilla lo antes posible, sin embargo, los intereses propios de cada nación salen a luz, dejando en claro que a través de las vacunas, lucran con nuestra salud, con nuestra vida.
Lo que se empezó a ver como una carrera hacia el antídoto que lograra contrarrestar la emergencia sanitaria, disminuir los contagios y decesos a causa del virus, terminó en una guerra de vacunas, donde organismos “autónomos” están más que envueltos en determinar quien es el ganador.
Hasta el día de hoy, existe cierta preferencia a las dosis según quien las fabricó, y por consecuencia, un rechazo hacia las desarrolladas por países latinoamericanos, e incluso por los que cuentan con alta tecnológica como Rusia y China, siendo estos dos últimos quienes aún no cuentan con la aprobación de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Cabe resaltar que, esto no significa que sus vacunas no sean seguras ni eficientes, al contrario, sus dosis son las que han presentado un número menor de reacciones al ser aplicadas en diferentes poblaciones del mundo. Y, además, en el caso de la vacuna de Cansino, de las únicas que consta de una sola dosis y con efectividad a los 15 días de su aplicación, logró apaciguar la pandemia en China.
Pero, entonces ¿Cuál es la negativa para darles luz verde universal?
¿Los laboratorios de “izquierda” no valen para el bloque primermundista capitalista? Al parecer la respuesta es afirmativa pues la llamada “guerra farmacéutica” de las vacunas contra la COVID-19 solo invisibilizan a los bloques “no deseados”, aquellos que han sido estigmatizados por el bloque dominante.
Fueron meses agobiantes para los científicos, que día con día se desvelaban para avanzar en encontrar una cura. Por otro lado, las farmacéuticas con cada avance de sus científicos, comenzaban a cotizar mejor en la Bolsa de Valores. La población vislumbraba una esperanza para salir pronto de la pandemia, pero la sorpresa fue diferente: una vez más se vio que el egoísmo ganó terreno sobre la solidaridad.
Chema Vera, director ejecutivo de Oxfam Internacional explicaba: “Hay una batalla abierta y es la batalla de la era. Está en juego que la desigualdad aumente aún más o no sea así. Es un momento crucial. Hay un doble camino: el emprendido por los países ricos, que quieren garantizarse vacunas cuanto antes, y otra vía cierta de movilización global de algunos países de la Unión Europea, la fundación Gates, para asegurar unos fondos que permitan que al tiempo que se accede a esa vacuna nacional al menos pueda alcanzarse al 20 por ciento de la población global” (Alonso, 2020).
Una nueva guerra se hacía presente en el mundo, y los medios de comunicación lo sabían. Estábamos entrando a una nueva guerra fría: la guerra de las vacunas contra COVID-19.
El caso de Cuba, invisibilizada
Poco se ha hablado de la vacuna hecha por científicos cubanos contra la COVID-19. La vacuna de tres dosis recibió el nombre de Abdala, y tiene una eficacia del 92% contra el SARS-CoV-2, así lo hizo saber el presidente de dicha nación, Miguel Díaz-Canel. Días antes de este anuncio, la corporación estatal BioCubaFarma había anunciado que otra de sus vacunas-la Soberana 2- había demostrado una eficacia del 62% en prevenir la infección, dicha institución mencionó que ya se estaba trabajando en maximizar esa eficacia con una tercera dosis.
La desconfianza radicará en que, ¿por ser un país “tercermundista” no se cuenta con reconocimiento mundial?
Recordemos que la industria biotecnológica de Cuba, de propiedad enteramente estatal, tiene un reconocimiento mundial, pues cuenta con un largo historial de producción de medicamentos biológicos, vacunas y del entre el 50 y 70% de los medicamentos que consume su producción.
Pese a estar en una profunda contracción económica y sanciones internacionales, principalmente de Estados Unidos, la isla decidió crear sus propias vacunas contra la COVID-19, en lugar de buscar ayuda en organismos internacionales, como Covax.
Alrededor de 149 mil 364 personas participaron en ensayos clínicos para la vacuna Abdala y la Soberana 2, según informó el Ministerio de Salud Pública.
La Soberana y su tecnología
Hablando de la vacuna Soberana 2, descrita en una prepublicación, usa una tecnología conjugada de subunidades- dicha tecnología no es empleada por ningún otro fabricante de vacunas en el mundo- en la que los científicos aíslan la proteína S de la espiga y la combinan con una forma inactiva de tétanos.
La Soberana 1 es una vacuna no conjugada que contiene pares de fragmentos de proteína de la espiga, mezcladas con componentes de las capas externas de la bacteria meningococo.
Ustedes se preguntarán el porqué incluir dos agentes “externos” al SARS-CoV-2, la respuesta es sencilla (al menos para la comunidad científica especializada), pues las partículas de tétanos y meningococo actúan como potenciadores de la respuesta inmunitaria.
¿Por qué se da esto? En una breve entrevista con Primero Editores, la Química Farmacéutica Bióloga, egresada de la Universidad Autónoma del Estado de México, Aura Isabel Cruz Rangel, nos explicó a grandes rasgos de lo que va dicho experimento.
“Se trata de asemejar lo más posible la secuencia genética de diferentes microorganismos con las nuevas mutaciones de la COVID-19. Esa variación que se hace en la experimentación, ayuda a que se maximice la efectividad de la vacuna”, indicó.
Por otro lado, la Soberana 3 solo usa proteína S de la espiga y ha sido probada en 450 voluntarios que ya sufrieron la enfermedad, como un potenciados de la inmunidad en personas convalecientes.
De acuerdo con los científicos cubanos, el Instituto Finlay tiene una experiencia de décadas en esa tecnología de subunidades, la que es además muy barata y ya ha dado origen a la vacuna Cheimi-Hib, la primera de su tipo en ser aprobada en América Latina y la segunda en el mundo, contra “Haemophilus influenzae” tipo b, cocobacilo responsable de enfermedades como meningitis, neumonía y epiglotitis.
Recientemente, la Academia Nacional de Medicina de Venezuela anunció su preocupación por el anuncio del régimen liderado por Nicolás Maduro de vacunar contra la COVID-19 con la vacuna Abdala, pues se encuentra en “desarrollo experimental”.
La Academia criticó que los resultados preliminares de Abdala fuesen publicados en medios estatales y mencionó que para que una vacuna tenga credibilidad, los datos de su eficacia deber ser publicados “en revistas científicas de RECONOCIDO PRESTIGIO”. Además, por supuesto, de contar con la “autorización por un organismo regulatorio independiente y creíble, tales como la FDA de los Estados Unidos o la Agencia Europea de Medicamentos”, aunque agregó que “dichos organismos no serán consultados con respecto a los productos cubanos”.
Ante esto, señalaron que “la opinión de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización Panamericana de la Salud”, sobre la eficacia de la vacuna sería sumamente importante.
El contraste en los argumentos
Sin embargo, el representante en Cuba de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), José Moya, mencionó en una entrevista con DW que esta noticia “llenó de alegría y optimismo a todos los cubanos”, añadiendo que no duda de los resultados, gracias a la amplia trayectoria de la medicina de la isla.
“El instituto Finlay y el CIGB tienen 30 años de experiencia en investigación de vacunas. Una prueba de eso es que el 80% de las vacunas que tiene el Programa Nacional de Inmunizaciones se producen en el país”.
Amilcar Pérez Riverol, virólogo cubano radicado en Brasil, se dijo confiado en los datos publicados por los institutos, dado que se trata de estudios que cumplen con estándares internacionales.
“Son estudios multicéntricos, aleatorizados, controlados con placebo y a doble riesgo. Cuba tiene un historial de varias vacunas con certificados de excelencia de la OMS”.
Con el historial que caracteriza a Cuba y los reconocimientos por parte de la OMS, la pregunta que salta al aire es el porqué no han aprobado su vacuna, ¿será acaso que las empresas farmacéuticas internacionales controlan internamente la Organización Mundial de la Salud? Probablemente, la respuesta sea afirmativa, y el dinero mueve mucho más que la convicción de salir adelante como especie humana ante una situación como la que llevamos atravesando desde hace más de un año, pero no podemos asegurar nada.
Solo recordemos que la jerarquización en el mundo juega un papel importante dentro de la “guerra de las vacunas”, pues si un organismo anglosajón capitalista no regula los medicamentos, no tienen validez alguna.