“La vida no para, no espera, no avisa”.
Jorge Drexler

Por Latitud Megalópolis/Jafet Rodrigo Cortés Sosa

¿No podías esperar más?, no sé, unas dos o tres temporadas para que las ideas estuvieran mejor acomodadas, menos embriagadas por la duda, menos sombrías, más sobrias. Apareciste como siempre, destrozándolo todo, tirándolo todo; llegaste y rompiste conmigo pegándome en el pecho con una agonía, un agobio que roba de a poco, la poca calma que aún quedaba.

Llegaste furtivo, como siempre lo has hecho; por la puerta de atrás entraste para que nadie te viera, y aunque fui el único que reconocí tus pisadas, no pude hacer nada más que tratar de dormir ocultándome debajo de las cobijas, buscar formas de acallar aquellas voces que se la pasaban recriminando, aquellas ideas arbotantes que estrangulan.

No pudiste esperar más, llegaste y me partiste mientras la luna menguaba sobre nosotros, asomada por la ventana; me rompiste, caí a pedazos, deshecho, pero de cierta forma agradecido de aquel abrazo frío que trajiste contigo, que me hizo sujetar con más fuerza el amor que aún quedaba en mí. Sostuve el amor como se sostienen nuestros más grandes sueños, buscando una luz que me guiara a lo cálido entre tanto gélido insomnio.

OTROS INSOMNIOS

Alguna vez escribí sobre un insomnio en particular, hoy padecí uno de los más graves de los últimos tiempos, mis últimos tiempos. No sé por qué, pero me dolió hasta el alma; tantas ideas dando vueltas por la cabeza; desenlaces que no llegan; respuestas pendientes de pronunciar; tanta estrategia incumplida, entre palabras que no paran de susurrar conclusiones apresuradas y juzgamientos previos al análisis.

Terminé ahogado en un vaso que se convirtió en un torrente tan poderoso que me hundía hasta en el fondo; sumergido en agua salada que curtió la piel, secando la sensatez que pudo darme calma, devolver la cordura, quitarme el vértigo. Éste nuevo insomnio tenía características similares a otros que he vivido, con particularidades de su personalidad.

Construimos nuestros demonios de alcoba a nuestra imagen y semejanza, usando al presente como molde perfecto para trazar lo que somos, para reafirmar lo que nunca dejamos de ser, lo que nunca dejamos de padecer; hay miedos que creíamos muertos en combate, agonías que pensamos domadas, desesperanzas que considerábamos dormidas, que han reavivado su llama, lesionándonos más.

UNA TREGUA

Ciertas ocasiones terminamos negociando con el insomnio, queriendo tregua, suplicándoles que nos deje descansar, argumentando que al día siguiente necesitamos esa energía que nos está quitando para subsistir; pocas veces es sensato y nos deja tranquilos, muchas otras, acentúa su sonrisa, inundándonos de pensamientos que creíamos dormidos.

De a poco se va filtrando, esparciéndose por todo el cuerpo, adentrándose a las profundidades del espíritu, golpeándonos con tanta fuerza que nos deja aturdidos. Sostiene nuestro pecho con tanto desdén, que terminamos corriendo en círculos, buscando entre las sombras una luz que nos guíe a un lugar donde el gélido suplicio no sea tan imponente, permitiéndonos suspender el combate, llegar a un acuerdo sensato en el que conciliar el sueño no implique perder la vida.

A ORILLAS DE LA CAMA

Cuán equivocados estuvimos al verlas entrar acompañadas del insomnio, cuando las vimos sentarse a la orilla de la cama, marcando con su peso su particular figura; cuando las vimos argumentando contra nosotros sus necesidades apremiantes que no podían esperar una noche más, que eran urgentes de atender. Cada uno de aquellos pensamientos cubría su rostro con una máscara engrandecida del rostro de otro más, como un método de confundirme, de ocultar su verdadero yo que invariablemente era yo mismo.

El sueño emprendió la retirada mientras el miedo, la desesperación, la ira, la tristeza tomaban su lugar. Las horas pasaron, la noche se hizo cada vez más pequeña, el tiempo se diluyó y los primeros rayos del sol indicaron que habíamos perdido la batalla, pero esas horas de insomnio que pasamos con nuestros fantasmas, de alguna manera contribuyeron, acomodando piezas que desde hace tiempo permanecían sueltas en nuestro pecho, fragmentos que debíamos con urgencia atender, emociones que teníamos que poner fuera; ayudaron, empujándonos a sanar de una buena vez.

Comentarios

Comentarios