Por: Nómada 

Ciudad de México.- Lo que debió ser una sesión solemne en el Senado de la República terminó convertido en un espectáculo de confrontación física. Alejandro “Alito” Moreno, dirigente priista, y Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva, se enfrascaron en una riña que incluyó empujones, gritos y hasta golpes. La escena, vista por millones en transmisión en vivo, evidenció el deterioro del debate político en un espacio que debería ser símbolo de civilidad.

El choque no fue un hecho aislado. Se dio en un contexto de acusaciones cruzadas por “traición a la patria” contra la senadora Lilly Téllez, después de que en una entrevista con una cadena estadounidense pidiera la intervención de actores extranjeros en temas de seguridad nacional. La exconductora, ahora legisladora panista, ha hecho de la estridencia su principal sello político, consolidándose como figura polémica con miras a futuros procesos electorales.

Noroña, por su parte, enfrenta cuestionamientos por la compra de una propiedad valuada en 12 millones de pesos en Tepoztlán. Aunque ha insistido en que la adquisición proviene de recursos legítimos, las críticas apuntan a la contradicción entre ese estilo de vida y su discurso de austeridad. 

Moreno tampoco llega con un expediente limpio: arrastra múltiples acusaciones por enriquecimiento ilícito y corrupción durante su trayectoria como gobernador de Campeche  y dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional, y ahondar en este tema tomaría más nota, por lo tanto obviaremos lo que ya es de dominio público. 

Hablemos también de los jugadores “fuera” del tablero, pues En paralelo, Ricardo Salinas Pliego, empresario y figura mediática, también ha insinuado interés en contender por la presidencia. Sus batallas con el SAT y resoluciones judiciales adversas se mezclan con un discurso de corte libertario y un estilo confrontativo en redes sociales, donde presume su fortuna y ridiculiza a quienes llama “gobiernicolas”.

Aunque distantes en trayectorias, ideologías y estilos, los cuatro personajes comparten un hilo conductor: todos, en mayor o menor medida, se han colocado como aspirantes a la silla presidencial. Y todos han encontrado en el escándalo una vía eficaz para permanecer en la conversación pública.

En el lenguaje del ajedrez, se trata de un tablero donde los peones buscan coronarse a fuerza de ruido mediático, los alfiles atacan en diagonal con denuncias y golpes bajos, y los caballos saltan por encima de reglas y protocolos. Lo preocupante es que, en lugar de estrategias de largo plazo, lo que se juega en el Senado y en las redes es una partida de exhibición donde gana quien provoque más escándalo, aunque ello erosione la confianza en las instituciones.

Lo sucedido ayer en el Senado marca una ruptura simbólica: la política mexicana, en su tramo actual, parece jugar en una modalidad sin árbitros claros, donde el desorden, el escándalo y el espectáculo visibilizan proyectos políticos personales. En un ajedrez institucional donde el valor de la ficha está mediado por la atención pública, estos cuatro personajes parecen haber aprendido a mover piezas no con propuestas, sino con notoriedad. Y en ese contexto, la presidencia se vislumbra como un tablero dispuesto a torbellinos mediáticos más que estratégicos.

Más allá de lo anterior, más allá de quien provocó y quien defendió, la riña entre Moreno y Noroña será recordada como un momento bochornoso, pero también como metáfora del clima político: un país donde la aspiración presidencial parece basarse más en la notoriedad del escándalo que en la solidez de propuestas. En este tablero, los jaques se dan con micrófonos, cámaras y redes sociales, y el jaque mate se busca no en ideas, sino en golpes —físicos o mediáticos— frente al electorado.

Por otra parte no menos vergonzosas encontramos Las declaraciones de Lilly Téllez en un medio extranjero, sugiriendo injerencia externa en asuntos de seguridad nacional, no son solo una salida de tono mediático: resultan inviables y reprobables para cualquier legislador de la República. La Constitución es clara en su artículo 89, que otorga al Ejecutivo la conducción exclusiva de la política exterior bajo los principios de soberanía, autodeterminación y no intervención,  o hablemos tambin del artículo 123 del código penal federal que tipifica la traición a la patria para quienes realicen actos como someterse a un estado extranjero, proporcionar información que comprometa la seguridad nacional o solicite la intervención de gobiernos extranjeros en asuntos internos. Pedir respaldo foráneo equivale a desconocer esos principios básicos y a socavar la propia investidura parlamentaria. Si en verdad aspiramos a un debate serio, el primer paso es exigir que quienes ocupan curules respeten los límites que la Carta Magna les impone, y no conviertan el cargo en tribuna de ocurrencias que lastiman al país.

Al final, la pregunta que deberíamos hacernos no es quién dio el golpe más certero en la tribuna, sino cómo impedir que la política mexicana quede secuestrada por personajes cuyo mayor capital es el escándalo. El país necesita mirar más allá de estas cortinas de humo y dirigir la atención hacia quienes, sin tantos reflectores ni estridencia, trabajan en resolver los problemas reales: seguridad, justicia, desigualdad y futuro económico. Solo así la partida dejará de jugarse con piezas manchadas y empezará a disputarse en el tablero de la dignidad y el bien común.

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