LATITUD MEGALOPOLIS | ARMANDO RÍOS RUIZ

Por si alguien dudaba de la necedad extrema del Presidente y del pésimo trato que ha dado al coronavirus, desde su aparición, a principios de 2020, o desde que los mexicanos comenzamos a tomar conciencia más o menos clara de su peligrosidad, hace poco anunció que “habrá regreso a clases llueva o relampaguee”. Es otra muestra clara de que la vida de los mexicanos le importa menos que al Guanajuato de José Alfredo Jiménez.

Ahora, mucha gente en el planeta ha comenzado a preocuparse de nueva cuenta y a tomar providencias, con la aparición de la nueva cepa, conocida como Delta, de la que se sabe, es más peligrosa que la primera, además de que su contagio es casi invisible. Pero arremete con fuerzas cuando el infectado está confiado. Cuando no espera su acción por ignorar que está contagiado.

No es posible pensar siquiera que la necedad de nuestro mandatario sea tanta, que pretenda hacer regresar a los niños a clases presenciales contra viento y marea. Aunque los padres de familia ya han reaccionado y sentenciado también, que por nada del mundo permitirán que sus hijos regresen. Principalmente en momentos en que jóvenes y niños han resultado contagiados.

Cuando hubo conciencia de la peligrosidad del virus, los conocedores afirmaban que los niños no se contagiaban. Con el paso del tiempo, comenzaron a darse cuenta de que cualquiera es sujeto de contagio y ahora no hay más duda. Los casos de contaminación han comenzado a menudear en gente de todas las edades, desde finales del primer tercio de este año.

En lugares en donde hay aglomeración de niños, como acaba de ocurrir en un campamento de Avándaro, estado de México, al que acudieron menores, en donde una treintena resultó contagiada y hoy permanece encerrada en las habitaciones de sus casas e inclusive en hospitales, en observación de las normas médicas para su recuperación, han ocurrido casos de infecciones.

Por el forzoso respeto a la vida y a la salud de sus semejantes, el Presidente debería evitar esa clase de declaraciones, que provocan temor y la crítica inmediata de sus “adversarios”. Obviamente, por la sencilla razón de que resultan a todas luces descabelladas, por invitar a la exposición de los contagios.

El simple sentido común indica que la mejor recomendación es que continúe la abstención hasta que la situación realmente permita el reinicio de clases.

Inclusive, al realizar ese anuncio absurdo, volvió a recordar: “nuestros adversarios siempre dicen no, en vez de despertar en sí, despiertan en no, vamos a prepararnos para regresar a las clases, porque nada sustituye a las clases presenciales”.  Habla por hablar. Porque lo más significativo, lo más importante es que  nadie sustituye a un ser humano que se va para siempre.

Datos de la Secretaría de Salud revelan que la segunda semana de junio aumentaron 0.7 por ciento los casos positivos de Sars-Co-V2, en el grupo de 0 a 5 años; 0.7 en el grupo de 6 a 11 años y o.8, en el grupo de 12 a 17 años. Es decir, la aparición del nuevo virus vuelve a ser motivo de alarma mundial y razón de que se adopten medidas para evitar al máximo su contagio.

Sin embargo, el Presidente vuelve a dar muestras de lo poco que le importan las vidas de otros. Al principio de la pandemia se burló de la inteligencia de todos, al recomendar la portación de amuletos y frases para ahuyentar el coronavirus. Ha rehusado hasta hoy el uso del cubre boca y no ha dejado de observar el rechazo a las mínimas normas de distancia e higiene en sus giras.

Parece que lo persigue el prurito de deshacerse de los mexicanos, principalmente de los niños. Tal vez porque no votan. Hasta hoy no ha dado la mínima muestra de congoja, de preocupación, por la suerte que han corrido cientos de miles de menores, por falta de medicinas para curar el cáncer.

Ahí están los padres en constante súplica. En protestas. En demandas de medicamentos para sus infantes. Pero hoy es más importante que le digan sí a su insensata propuesta, que la preservación de las vidas humanas.

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