Por: Lalo Porras Ortiz.

EL FUERO, una historia, un echo, una realidad, mal usado.

La Impunidad en su esplendor, el brillo del arte de hacerse del dinero del pueblo…

Solo se benefician esos políticos enardecidos de poder, que se esconden en la faldas de los suyos, ejemplos claros Javier Corral, Andrea Chavez, Adan Augusto Lopez.

Existe una historia, registrada en el libro LA OTRA HISTORIA DE MÉJICO, DÍAZ Y MADERO, LA ESPADA Y EL ESPÍRITU, de Armando Fuentes Aguirre, «Catón», y que nos permitimos difundir a continuación, que nos cuenta que, durante una de las innumerables guerras, batallas, revoluciones y contrarrevoluciones que en el siglo XIX disputó ese pueblo para lograr su libertad e independencia, se produjo un episodio que dio origen al uso de esta expresión para dignificar el peso de la palabra empeñada.

En marzo de 1867 el Emperador Maximiliano de Habsburgo quedó sólo defendiendo su imperio de ultramar, en México.

Napoleón III, que lo embarcara en esta aventura, se retiró junto a sus tropas dejando algunos destacamentos de soldados franceses y belgas.

Sumadas a las tropas que le eran leales, el austriaco logró reunir un ejército de 9,000 hombres, con los que, aconsejado por sus generales, se hizo fuerte en Querétaro desde donde pensaba iniciar una ofensiva en contra de las tropas republicanas de Benito Juárez.

Pero Juárez contaba con cuatro veces esa cantidad de soldados y junto a él luchaban algunos norteamericanos fogueados en la Guerra de Secesión.

Además disponía de armamento moderno, especialmente artillería, excedente de esa misma guerra.

Aún así, Maximiliano logró resistir casi tres meses el asedio de los mexicanos hasta que, traicionado por el coronel Miguel López del Ejército de la Emperatriz, que entregó al enemigo las claves para poder entrar, Querétaro cayó.

Junto con perder la ciudad, Maximiliano perdió el trono y un mes después la vida, porque fue fusilado.

A su lado cayó toda su plana mayor, entre los que se contaba el general Severo del Castillo, Jefe del Estado Mayor del Ejército Imperial, que al igual que todos los demás, fue condenado a enfrentar el pelotón de fusilamiento.

A la espera de que se consumara la sentencia, la custodia del general del Castillo le fue encomendada al coronel Carlos Fuero, que había sido alumno del general en la academia militar.

Nos cuenta “Catón” que la noche previa a la ejecución, el condenado pidió hablar con su antiguo alumno, que en ese momento se encontraba durmiendo. Aún así accedió a lo solicitado y se dirigió a la celda del hombre que vivía sus últimos momentos.

─Carlos, disculpa que te haya despertado, pero necesito pedirte un favor.
─Si se puede…
─Como me quedan sólo algunas horas de vida, me gustaría confesarme y hacer mi testamento. ¿Sería posible que enviaras por el Reverendo Montes y el licenciado Vásquez?
─No creo que sea necesario hacerlos venir, mi general.
─¿Por qué? ¿Acaso no me vas a dar la oportunidad de dejar arreglados mis asuntos mundanos y con el Creador? En este momento tan trascendente para mí, me permito recordarte la amistad que nos unía con tu padre ─replicó, molesto, el condenado.
─No se trata de eso mi general, sino que es mucho más simple que usted acuda donde ellos.
─¿Qué me estás proponiendo, Carlos? ─preguntó el general, extrañado.
─Lo que le digo. Usted se va a encontrar a esas personas, mientras yo me quedo en esta celda en su lugar. Ofreceré me vida a cambio de la suya.
─¡Pero lo que dices es una locura!
─Es más sensato que enviar por dos personas a las que habrá que buscar y el tiempo corre en su contra.
─¿Y cómo sabes que regresaré?
─Porque lo conozco y sé que usted me dará su palabra de honor.
─Por supuesto que cuentas con ella, hijo ─le dijo, abrazándolo.
El coronel Fuero dio instrucciones a la guardia para que permitieran la salida del general y les explicó que él ocuparía su lugar en la celda.
Por la mañana, muy temprano, apareció por el cuartel el general Sóstenes Rocha, superior de Fuero, quién de inmediato fue informado por los guardias de lo ocurrido. Rápidamente se dirigió a la celda donde encontró encerrado a su subalterno.
─Entonces es verdad lo que me informaron en la guardia.
─¡Sí, mi general! Si él no regresa, me fusila a mí.
─¡Tú estás loco! Tú no me sirves como ajusticiado. Lo necesito a él, que es el enemigo.
─No se preocupe, mi general. Sé que regresará.
Mientras se desarrollaba este diálogo, se escuchó la voz del centinela gritar:
─¿Quién vive?
La respuesta no tardó en llegar
─¡Un prisionero de guerra!
El general Del Castillo, después de arreglar los asuntos pendientes, regresaba para enfrentar su destino.
Sóstenes Rocha, que hasta ese momento dudaba de la decisión de su subalterno, comprendió en cuánto valoraban ambos soldados la palabra empeñada y se emocionó. Por su boca la historia llegó a su superior y de ahí al mismísimo Benito Juárez, que comprendió tanto el gesto de Fuero como el valor de Del Castillo y perdonó a ambos.
Entonces se entendía como Fuero aquel beneficio que se obtiene a cambio de empeñar la palabra y responder a ella, concepción muy lejana a la que ahora se le da, en que fuero se ha transformado en una licencia para cometer abusos de poder.

Las “franquicias y privilegios del fuero” se refieren a dos conceptos distintos pero relacionados históricamente: el fuero como un conjunto de leyes y privilegios locales en la Edad Media, y el término moderno de franquicia como un modelo de negocio.

En la Edad Media, los fueros concedían privilegios como la exención de impuestos a comunidades, el derecho a gobernarse localmente o fueros especiales a ciertas personas como el clero y embajadores.

En el contexto empresarial moderno, la franquicia implica el derecho a usar una marca y modelo de negocio, recibiendo capacitación y asistencia a cambio del pago de regalías.

El fuero tiene un origen doble: por un lado, se remonta a la Edad Media en Europa, cuando los señores feudales concedían franquicias y privilegios (fueros) a las ciudades, Por otro lado, el concepto moderno de fuero, como inmunidad de los servidores públicos, nace de la necesidad histórica de proteger a los legisladores frente al poder ejecutivo, surgiendo en el contexto de la separación de poderes.

  • La idea de inmunidad parlamentaria, que es el antecedente del fuero moderno en muchos países, surgió históricamente para proteger al poder legislativo de posibles represalias del ejecutivo. 


  • Inmunidad parlamentaria: Se desarrolló como un mecanismo de protección para los representantes del pueblo durante el ejercicio de sus funciones. 


  • Implementación en México: En México, el fuero constitucional se adoptó formalmente a través de la Constitución de Cádiz en 1812 y evolucionó hasta su forma actual, aunque la reforma de 1982 reemplazó el fuero con el mecanismo de la declaración de procedencia, que permite investigar a los legisladores. 


    Tal distinción del fuero fue diseñada por el historiador Toribio Esquivel Obregón en su egregio estudio denominado: Apuntes para la Historia del Derecho en México.

Así pues, el fuero es un instrumento legal que confiere inmunidad procesal a determinados actores políticos, concebido para evitar abusos entre esferas de poder; no obstante, en los últimos años este instrumento ha sido considerado un sinónimo de impunidad. Para explorar la relación entre fuero e impunidad, analizamos el marco legal de esta inmunidad en México y otros 30 países, para detectar sus diversas modalidades, así como a qué funcionarios protege, contra qué delitos y en qué consiste el proceso para retirarlo. Encontramos que México otorga una de las inmunidades más amplias a un número relativamente alto de funcionarios y que únicamente ha sido retirado en ocho ocasiones de 1917 a la fecha.

Palabras clave: fuero; inmunidad parlamentaria; legisladores; pesos y contrapesos; estudio internacional.

La igualdad es uno de los pilares fundamentales de la democracia, al asegurar que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y vivan en un Estado de derecho, entendido como “un principio de gobierno según el cual todas las personas, instituciones y entidades, públicas y privadas, incluido el propio Estado, están sometidas a unas leyes que se promulgan públicamente”.

En México, a pesar de los avances logrados en la construcción de una democracia, y que la Constitución, en su artículo 13, reconoce que “ninguna persona o corporación puede tener fuero, ni gozar más emolumentos que los que […] estén fijados por la ley”, ésta sigue sin aplicar a todos por igual: existen privilegios como la protección que el Estado mexicano otorga a un grupo de funcionarios contra los que no se puede proceder penalmente sin el consentimiento previo de la Cámara de Diputados.

Si bien, en sus orígenes, el objetivo principal de la inmunidad parlamentaria o fuero (como se le conoce popularmente en México) era el de proteger al recinto legislativo y su funcionamiento de los caprichos del Ejecutivo o de los órganos judiciales; en la práctica, ha implicado que los legisladores, como individuos, adquieran una protección a la que el resto de los ciudadanos no tienen acceso. Potencialmente, el fuero podría considerarse como un instrumento de impunidad si entendemos ésta como “la inexistencia, de hecho o de derecho, de responsabilidad penal por parte de los autores de violaciones, así como de responsabilidad civil, administrativa o disciplinaria”.

El fuero ha estado en el centro de una discusión nacional intensa en los últimos años: a la fecha, 15 entidades federativas han eliminado esta figura de sus marcos legales (Instituto Belisario Domínguez, 2017: 9-11) y 90 por ciento de las personas encuestadas por el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados señaló que aprueba mucho o algo que “se elimine el fuero constitucional para sancionar a servidores públicos responsables de actos de corrupción” (CESOP, 2018: 48).

Espero le haya agradado, (algo larga pero ilustrativa).
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