Socorro Valdés Guerrero
¡Regresé! Al lugar infranqueable para muchos, sobre todo para la policía.
Un espacio donde el ciudadano aprende a exigir derechos, a emprender juntos, a la solidaridad y a cumplir ¡REGLAS! de convivencia entre mexicanos.
Un lugar de lucha, de camaradería, de empuje para sí, sí, primero los pobres, los necesitados. ¡No! en discursos, en hechos. Sobre todo, en ¡ACCIONES!
Un espacio donde alguna vez transmití ilegalmente por FM 91.1 para darle voz a la lucha y ejercer la libertad de expresión.
Lugar tan parecido a ese barco donde se desarrolla una buena película inspirada en la revolución de la radio, de la pirata en la Inglaterra de 1960. Similar a la cinta que cuenta la historia de un grupo de soñadores, “Los piratas del rock”, que se atreven a romper tabúes.
Yo también lo hice con ellos. Desafiamos las reglas por allá del año 2010 cuando desempleada buscaba seguir en el periodismo, aunque fuera sin paga.
Aunque no, ¡no!, no era ahí la cita, ¡me equivoqué!
Aun así, no olvidé recordarlos.
Aprendí tanto de su lucha. Entendí el porqué de sus manifestaciones, de su caos citadino. Era ese búnker al que de nuevo tuve acceso inmediato y al que no todos entran.
Busqué a “Moy” y a “Ale”, jóvenes combativos, dirigentes de una de las fracciones del FPFV. Busqué y busqué. No pude contactarlos.
Fui a sus diversas zonas de reuniones, a distintas áreas donde hacen eventos y ¡nada! Pasé por el edificio donde una vez estuvo la radio, y ¡me equivoqué!
No era con los Villas Independientes, no era con la UNOPI. Tampoco yo estaba segura, era con aquel grupo que también se fraccionó para hacer otro FPFV.
Sí hubiera sido ahí, lo sabría. “Ely”, su dirigente, con quien más acercamiento de amistad he tenido, me lo habría adelantado.
Era con los otros, también amigos. También de buenos recuerdos. Con Alejandro y José, de los que había escrito y quienes me recordaron nuestros años de universitarios. De compañeros de facultad en la UNAM, incluso de carrera con José.
Ellos también de lucha, y de apoyo a los necesitados. Sí, ahí, donde antes, mucho antes, más de 24 años también ingresé.
Donde ya como reportera de “El Heraldo de México”, un periódico de derecha, llegué a un lugar de izquierda. Y me publicaron una plana de ese grupo, para muchos conflictivo. Entré con apoyo de uno de los líderes a describir la entrada y pernocta del EZLN.
Aquella legendaria marcha triunfal a la capital del país, del comandante Marcos, y de la lucha de la comandanta Ramona. Ellos llegaron enmascarados, no por protegerse de algún virus. En esa ocasión, ¡por cuidarse de una traición!
Permanecía en esos edificios la historia de ese ejército rebelde y otras tantas, todas valiosas e interesantes de la lucha contra la verdadera opresión.
Recordábamos ese gran incendio que arrasó con viviendas villistas. La imponente llegada de la esposa de Cuauhtémoc Cárdenas, doña Amalia con su altruismo, sin uso mediático. Antes pasaba por ese lugar. Una calle de malos recuerdos.
Tristeza de lo funesto de aquel noviembre de 1992, vino a mi mente esa mano que empuñó la escopeta que mató a mi hermano. Había mezcla de historias. Tan opuestas una de otra.
Aquella de muerte, la otra de lucha combativa. De sobrevivencia, de liderazgos.
Llegaba con los del FPFV allá por Cananea, a la “Fortaleza”. ¡En el Molino! ¡En Iztapalapa!
Donde también honran al Che Guevara, a Lenin, a Carlos Marx. Donde siempre hay una bandera activa de lucha en los edificios con imágenes de esos héroes. ¡Donde es un orgullo Francisco Villa!
Y ahí en ese auditorio estaban ellos. Sus dirigentes. Místicos, callados, silenciosos como son. Faltaba él, que por primera vez me dio el acceso para pernoctar en esa ocasión de visita zapatista.
Él, quien me condujo entre militares y marinos, que rodeaban en aquel entonces, el lugar de refugio de insurgentes. En esa zona sobrevolada en ese entonces por helicópteros del Ejército que vigilantes esperaban cualquier orden.
Había una ausencia, la de Adolfo que, como ellos, se le conoció poco, y se habló mucho por sus desmanes en la Ciudad. Su ausencia era la consecuencia de la COVID. Y ahí flotaba su esencia. Ahora sus hijos eran testigos del nuevo encuentro.
También atestigüé ese apoyo a dos personajes actuales que buscaban sentarse en el Congreso.
Y ahí también era testigo con su mirada el “Che Guevara”. Adentro su foto. Afuera su monumento inaugurado en 1997 por el pintor y ex embajador, cubano Robaina.
Estaban todos. A veces tan antagónicos, tan combativos. Estrecharon la mano, hacían acuerdos, ¡cerraron compromisos! Y ellos, los héroes de lucha con sus imágenes exigían en silencio que cumplieran.
Sus miradas fijas también les demandaban:
Si llegan, ¡no olviden al verdadero pueblo bueno y combatan! Erradiquen al que engaña, no se llenen de odio ni lo promuevan. No se embelesen con el poder. ¡No dividan al pueblo! Luchen contra el que traiciona.
¡No sean también corruptos, después de recibir el voto!