Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Culiacán, me muero por escucharte…
¿Muero por saber, qué piensas Culiacán? A lo mejor porque estamos hechos de sol y por el sol es que, en general, los culiacanenses extrañamos la luminosidad del día a día, la vista de nuestra penumbra que nos garantiza que existimos y que vivimos y que nos movemos y que andamos por el mundo como pata de perro, en busca de un fin universal: la felicidad.
La inseguridad ha llegado a escala monumental, no me espanto, pero existe un maremágnum de emociones que oscila en lo más profundo de nuestros huesos. La violencia se ha apropiado de la tranquilidad de la capital sinaloense, pero también existen otros días grises, nublados, cargados de lluvia, humedad y de agobio. Sí se sabe que a muchos les gustan estos días grises, casi oscuros durante el día, acaso con un buen chipi-chipi que humedece el pensamiento y las ideas de un pueblo sumiso y omnipotente.
Y precisamente, durante los días de huracanes, lluvias tormentosas, días cerrados, que se dice, comentaba con amigos de Culiacán lo opresivo que resultaba ver a esta ciudad –siempre resplandeciente–, en modo opaco, ensimismado…
Y sí, en general todos los días hay balaceras, levantones, narco bloqueos y quemas de vehículos en la capital de los “Once Ríos”. Claro, dependiendo de sus regiones, de sus lugares, de sus espacios, de la geografía. Pero si, en general tenemos, desgraciadamente las manos atadas.
Y sin embargo de tiempo en tiempo tenemos esos días grises, nublados, húmedos, llorosos, de agobio, de tristeza, de mirar no tan lejos.
Son días en los que salimos a trabajar con la responsabilidad que exige el hecho, pero en los que preferimos quedarnos en casa, como estatua de marfil, quietecitos, pensativos, mirando hacia nuestra propia conciencia y hacia nuestros más profundos pensamientos vitales, vestidos con nuestros trapitos dependiendo la ocasión, nuestros chalequitos del abuelito mandarín, nuestro gorrito de lana y una buena taza de chocolate abuelita.
Una niebla que se asocia a la confusión, malestar, tristeza, soledad, burla, humillación y dudas sobre la conducta del gobierno, un punto en el que el amor, el dolor y la desilusión parecen tomar vida en la vida del personaje que, en contraposición, adquiere así conciencia de sí mismo.
Mi vida mansa, rutinaria, humilde, es una oda pindárica tejida con las mil pequeñeces de lo cotidiano. (…) Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes que trastocan una nueva cultura del crimen organizado. Y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa.
En Sinaloa, hay opresión, dolor y soledad en las calles, intermitencia y melancolía, un relato deAntón P. Chéjov: “La tristeza”. Es uno de sus mejores cuentos:
Relata la historia de Yona, un viejo cochero cuyo hijo ha muerto. Agobiado por la tristeza, intenta desesperada e infructuosamente hablar con las personas que va conociendo en el camino, para encontrar en ellas desahogo. Sin embargo, nadie está dispuesto a escucharlo. Y mi pregunta es, ¿quién escucha a Sinaloa?
El cuento comienza describiendo el ambiente en el que se encuentra el personaje en su ciudad: es una calle solitaria, húmeda, helada; está nublado, hay bruma, soledad y aislamiento, a pesar de que parece que hay gente caminando cerca.
Esta atmósfera refleja la soledad del protagonista, que lleva a distintos pasajeros y quienes no le quieren escuchar. Al final, Yona, luego de infructuosos intentos queda solo con su caballo, al que acaricia y al que relata su enorme tristeza, es el único que lo escucha atento y silencioso.
GOTITAS DE AGUA:
Por lo pronto, el silencio, la obscuridad y el terror a la luz del día y la noche, se apropian de la nobleza del pueblo, de la gente que añora paz y tranquilidad.
Pero nada, nada de terror, nada de nostalgias o tristezas; lejos de agobios y quebrantos; nada. Ya está dicho: (mañana el sol saldrá de nuevo) volverá la alegría, la luz, el color y la carcajada y la rebanada de sandía.
Y todo volverá a ser como siempre y entonces se justificará el dicho aquel del padre Jeringas quien, al conocer Culiacán de pies a cabeza, durante la catequización, escribió a sus superiores: “Aquí hay una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos, aunque te encuentres en dos lugares diferentes al mismo tiempo”.
Golpes de bala que son como ráfagas, como truenos, como martillos que dan en el pecho, en la cara, en el estómago, en el hígado de cada culiacanense. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…
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