Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Perder la palabra es perder el poder…

La política no se trata solo de discursos convincentes, sino de acciones que generen confianza. En Sinaloa, la administración del gobernador Rubén Rocha Moya enfrenta un desafío que no puede ignorarse: la constante necesidad de explicaciones y justificaciones. Cuando un gobierno requiere aclaraciones frecuentes, es señal de que sus decisiones generan incertidumbre en la ciudadanía. En este contexto, la pregunta central es: ¿está fallando el discurso o la acción?

En política, gobernar no es solo ejecutar acciones, sino también construir una narrativa que sostenga esas acciones y las legitime ante la sociedad. Cuando un gobierno permite que la oposición se apropie del relato y moldee la percepción social a su favor, ha cometido un error estratégico que puede costarle caro. No se trata únicamente de tejer alianzas o sumar voluntades en la arena política; si el discurso que prevalece es el del descontento, las alianzas son estructuras sin cimiento.

La historia nos ha mostrado que la opinión pública es un terreno fértil que necesita ser cultivado con mensajes sólidos y coherentes. Cuando un gobierno pierde la capacidad de conectar con el sentir popular, deja espacio para que la oposición lo haga, y esta, con una narrativa bien trabajada, puede convertir los errores o debilidades en símbolos de crisis. Un gobierno no debe menospreciar el poder del relato, pues este no solo influye en la percepción de la ciudadanía, sino que moldea la realidad política misma.

Los problemas que generan dolor en la sociedad —como la inseguridad, la corrupción o la precariedad económica— no pueden ser minimizados con discursos técnicos o con la insistencia en datos que contrastan con el sentir popular. La política no solo se construye con hechos, sino con emociones, y quien logra capitalizar el sentimiento de frustración o desesperanza se convierte en el dueño de la conversación. Si la oposición logra articular un discurso más cercano a la gente, el gobierno pierde su capacidad de liderazgo y se transforma en un simple administrador de crisis.

No basta con responder a la oposición con cifras, planes de desarrollo o estrategias de comunicación institucionales. El verdadero reto es recuperar la narrativa y reinsertarse en el imaginario colectivo como la fuerza que tiene el control y la dirección del país. Si se permite que el dolor de la gente sea usado como una herramienta política por la oposición, el gobierno no solo estará perdiendo terreno en el debate público, sino que estará sentenciando su propia debilidad.

GOTITAS DE AGUA:

En un mundo donde la comunicación es instantánea y la opinión pública se forma en segundos, un gobierno no puede permitirse el lujo de ceder el discurso. Gobernar es también narrar, y quien pierde la narrativa, pierde el poder. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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