Por.– Benjamín Bojórquez Olea
Castillos en el aire: Infladas en campaña, explotadas en gobierno…
En la política, prometer mucho no empobrece, pero claro que envilece. La historia nos ha demostrado que los grandes líderes no se construyen a base de discursos adornados con falsas ilusiones, sino con franqueza, responsabilidad y visión de futuro. Winston Churchill, en 1940, asumió el cargo de primer ministro del Reino Unido en medio de la Segunda Guerra Mundial. Su primer discurso no fue una retahíla de promesas imposibles ni un canto de sirena para ganarse la simpatía de las masas. Fue una declaración dura, pero realista: solo podía ofrecer “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Esa franqueza es la que construye liderazgos sólidos y perdurables.
Sin embargo, en nuestra realidad actual, la política parece haber olvidado esta lección. Los líderes de hoy han hecho de la promesa vacía una moneda de cambio. En lugar de ofrecer soluciones concretas y alcanzables, muchos se dedican a vender proyectos faraónicos, metas irreales y cambios inmediatos que, en el fondo, son inalcanzables en el corto plazo. Prometer sin medida genera ilusión en el inicio, pero, tarde o temprano, desemboca en la decepción. Cuando un gobierno se fija objetivos excesivos sin contar con los recursos o la infraestructura adecuada, lo más probable es que caiga en la ineficacia o, peor aún, en la corrupción.
Los gobiernos locales, en especial, enfrentan enormes dificultades para cumplir las expectativas que ellos mismos han inflado. Entregar resultados inmediatos muchas veces implica tomar atajos que comprometen la transparencia. ¿De dónde surgen esas obras inauguradas en la primera semana de gobierno? O bien ya estaban planeadas desde la administración anterior o, en el peor de los casos, han sido ejecutadas de manera deficiente y apresurada. La urgencia de mostrar logros a corto plazo suele dar lugar a irregularidades que difícilmente soportarían una auditoría rigurosa. Hay sus excepciones, claro.
Hoy, no es necesario repetir las palabras de Churchill, pero sí recuperar su esencia. En lugar de vender espejismos, los políticos deberían comprometerse con sacrificio, pasión y esfuerzo. Porque todo logro real en la vida requiere dedicación y trabajo arduo. Lo que se obtiene sin esfuerzo suele ser efímero o, en muchos casos, mal aprovechado. La ciudadanía necesita líderes honestos que, en vez de endulzar los oídos con promesas grandilocuentes, les hablen con la verdad y los preparen para construir un futuro basado en realidades alcanzables.
GOTITAS DE AGUA:
No se trata de no prometer, sino de prometer con responsabilidad. Porque, en política y en la vida, las palabras vacías pueden no costar nada, pero sí lo envilecen todo. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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