Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Cuando el rector juega y el maestro pierde…
Hay quienes aún caminan por los pasillos universitarios buscando el eco de una promesa, el susurro de una utopía que alguna vez llamó a la educación “la gran igualadora social”. Pero en la Universidad Autónoma de Occidente, lo que se respira no es esperanza, sino el moho espeso del desencanto. El aire está cargado de simulaciones, de sonrisas políticas, de discursos huecos y de una burocracia que ha convertido la academia en un territorio baldío donde florece la mentira institucional.
No se trata solo del sindicato, ese aparato que alguna vez prometió ser voz colectiva y terminó como eco servil del poder. El cáncer va más profundo, hasta la médula de la rectoría, ese trono itinerante desde donde se reparten migajas a cambio de aplausos, donde se dictan plazos que no se cumplen, y donde cada nuevo rostro que promete justicia termina por repetir el libreto del olvido.
Pedro Flores Leal ascendió a la rectoría con el hedor de una elección amañada, pero con la gracia estudiada del que sabe vender esperanzas. Prometió bases, dignidad, justicia laboral. Y como sucede siempre que el hambre es mucha, el pan imaginario pareció suficiente. Pero llegó marzo, se esfumaron las convocatorias, y lo único que quedó fue el silencio. El silencio de quien, desde su torre de marfil, ya no escucha porque no necesita hacerlo.
La miseria académica no es un accidente, es una política. Mientras en la UNAM se paga 42% más, en la UAdeO el docente se ve obligado a mendigar trabajos paralelos para sobrevivir. Hay quienes llevan más de una década sin base, firmando contratos que deliberadamente omiten vacaciones, aunque se les obligue a asistir a reuniones, cursos y actividades no remuneradas. No es precariedad: es explotación con disfraz legal. Es una esclavitud moderna, estructurada con reglamentos, sellada con firmas, legitimada por la indiferencia.
Y mientras tanto, la figura de Raúl Portillo se asoma como caricatura trágica en este teatro de lo absurdo. Un hombre que utiliza las demandas legítimas del sindicato como escudo para evadir la justicia penal. ¿En qué momento la defensa de los derechos laborales se convirtió en estrategia jurídica personal? ¿Cuándo el movimiento social fue secuestrado por intereses mezquinos?
La universidad está en terapia intensiva. Pero no de falta de recursos, sino de falta de ética. Porque cuando el rector juega a ser político, cuando el sindicalista sueña con ser rector, y cuando el docente es tratado como peón descartable, lo que se derrumba no es solo una institución, sino una idea. La idea de que desde la universidad se construye el futuro de una nación. Hoy, ese futuro se redacta con faltas de ortografía institucionales y se imprime con tinta invisible.
El problema no es solo económico. Es moral. Es filosófico. ¿Cómo se puede enseñar a pensar en un espacio donde se castiga el pensamiento crítico? ¿Cómo se puede predicar la justicia social desde estructuras profundamente injustas? La universidad ha dejado de ser un faro y se ha convertido en una caverna donde se repite la sombra de un sistema corrupto, mientras el fuego de la conciencia crítica se apaga lentamente.
GOTITAS DE AGUA:
Quizá lo más desgarrador no es la traición, sino la normalización de esa traición. “Nos vemos el próximo lunes”, dice el profesor, con la dignidad hecha trizas, con la vocación convertida en carga. Pero cada lunes que pasa sin justicia, sin respuesta, sin cambio, es un clavo más en el ataúd de una universidad que ya no enseña a vivir, sino a sobrevivir. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”.
Comentarios