Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Gabriel Ballardo Valdez:

El Dios del STASE…

Hay silencios que duelen más que un grito de injusticia. Hay costumbres que matan más que la violencia física. En Sinaloa, como en muchos rincones de México, el sindicalismo ha dejado de ser la trinchera del trabajador para convertirse en un palacio de cristal donde los caudillos sindicales viven entre lujos y simulaciones, a costa de quienes sudan de lunes a viernes para sostener el aparato público.

El Sindicato de Trabajadores al Servicio del Estado (STASE) es hoy un espejo roto del sindicalismo verdadero. Michel Benitez, su actual líder, ha logrado extender su mandato un año más. ¿Democracia sindical? No. Esto huele a ambición, a estrategia personal, a cálculo político. Todos lo saben, nadie lo dice. Porque en STASE ya nadie dice nada. El silencio se ha institucionalizado. El aplauso se ha vuelto doctrina. El servilismo, religión.

Michel Benitez no busca defender a los trabajadores. Busca escalar, brincar, trepar a un cargo de elección popular en 2027, usando como peldaño los recursos y la estructura sindical. ¿Y los sindicalizados? Ellos pagan la cuenta. Cada quincena, cada mes, cada año.

Pero lo más obsceno no es eso. Lo que verdaderamente revuelve el estómago es que ya se cocina la sucesión. Dos mujeres, Hilda García Ibarra y Margarita Arvizu Rodríguez, han comenzado la carrera. No lo hacen en silencio ni con pudor. Lo hacen con la bendición del verdadero titiritero: Gabriel Ballardo Valdez, el eterno “líder moral”, ese fantasma que nunca se va, que todo lo manipula, que todo lo ve.

¿Y por qué él decide? Porque él ha convertido el STASE en una empresa personal. Porque los gobiernos —pasados y el actual— han sido cómplices. Han permitido que el sindicato se convierta en un botín político, un cajero automático donde cada líder toma lo que quiere, y deja promesas huecas a los trabajadores.

El problema no es solo la ambición de los líderes. El problema somos todos. Es el sistema. Es esa cultura del “no te metas”, del “más vale callar”, del “algo me toca”. Es la costumbre de aplaudir, aunque el escenario se esté incendiando. Porque mientras MichelHilda o Margarita hacen campaña con fondos que no les pertenecen, el trabajador se conforma con una plaza congelada, un préstamo negado, una pensión raquítica. Y lo peor: con aplaudir.

Gabriel Ballardo Valdez juega ajedrez político con piezas humanas. Su intención no es solo perpetuar su influencia, sino asegurar su legado económico. Pero como todo poder artificial, esto también tiene fecha de caducidad. Cuando el aplauso se apague, cuando el silencio se rompa, cuando el trabajador se canse de ser vasallo, vendrá el colapso. Y no será por la mano de un gobierno. Será por dignidad.

Lo que urge en STASE —y en tantos otros sindicatos— no es una nueva cara, es una revolución ética. Un despertar. Una refundación. Una limpieza profunda que devuelva el sindicato a su origen: el bienestar de sus trabajadores, no de sus líderes. Porque si no lo hacemos, seremos cómplices. Y no hay nada más triste que ser esclavo con la sonrisa puesta. ¿A poco no?

GOTITAS DE AGUA:

¿Hasta cuándo permitirán los sindicalizados pertenecientes al STASE, se conviertan en templos donde se adore a dioses de barro? El tiempo lo dirá. Pero también lo dirán los valientes que, hartos de este teatro, decidan escribir otro guión. Porque el verdadero poder no está en la dirigencia, sino en la base. Y cuando la base despierte, caerán los ídolos. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

Comentarios

Comentarios