Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

El jurisconsulto de la Cuarta Transformación.

En un tiempo donde la política se ha convertido en una feria de egos y frases rimbombantes, la figura de Enrique Inzunza Cázarez emerge como una anomalía digna de estudio. No por su excentricidad o capacidad de espectáculo, sino precisamente por lo contrario: su serena sobriedad, su técnica quirúrgica y su apuesta por el poder desde el derecho, no desde el grito.

En un Senado dominado por discursos, cánticos y batallas simbólicas, la presencia de Inzunza Cázarez no se siente en las notas periodísticas sino en las reformas pulidas, en los dictámenes que pasan sin escándalo pero que reconfiguran las estructuras institucionales del país. Inzunza Cázarez no necesita aplaudidores ni plazas llenas; su espacio natural es la Comisión de Estudios Legislativos, donde los proyectos de ley se desmenuzan como si fueran piezas de relojería suiza.

Quienes han sido formados en el derecho —y más aún en el amparo, esa joya del constitucionalismo mexicano— saben que hay una forma de ejercer el poder sin gritar, sin confrontar, sin desbordarse. El derecho, cuando se comprende en profundidad, se convierte en un instrumento no sólo para contener el poder, sino para dotarlo de sentido, de forma, de límites. Inzunza Cázarez lo entiende, y lo practica.

Su paso como Presidente del Supremo Tribunal de Justicia de Sinaloa no fue un adorno curricular: fue el laboratorio donde maduró su comprensión del Estado. Su rol actual en el Senado no es una butaca de privilegio, sino un escritorio de trabajo constante, donde cada párrafo legal es un ladrillo más en la arquitectura de una república que busca reencontrar su cauce institucional.

Pero aquí hay algo más profundo: Enrique Inzunza encarna un tipo de liderazgo que ha sido marginado en la era de la post – verdad. Un liderazgo que no necesita empatizar para convencer, que no busca viralidad, sino vigencia; que no se mide por encuestas de popularidad, sino por la estabilidad jurídica que deja como legado.

Esta figura, tan extraña como necesaria, representa una virtud republicana olvidada: la sobriedad. En una época en que muchos confunden liderazgo con carisma mediático, Inzunza Cázarez demuestra que también se puede gobernar desde el pensamiento, desde el texto legal bien escrito, desde la comprensión de que la justicia se construye más con normas claras que con discursos grandilocuentes.

Y aún más: su cercanía con el gobernador Rubén Rocha Moya no se da en el plano clientelar, sino desde la colaboración institucional. Ambos, formados en el ámbito académico y jurídico, entienden que el poder no es un espectáculo, sino una responsabilidad que se articula desde el rigor técnico. Ese binomio podría marcar una ruta sólida para Sinaloa… si el momento político no se impone con sus urgencias emocionales.

Porque, sí, Inzunza Cázarez suena para la gubernatura de 2027. Pero el desafío será otro: ¿puede una figura técnica, sobria y jurídicamente orientada ser elegida en un contexto donde lo emocional, lo inmediato y lo mediático suelen arrasar con la reflexión? ¿Está preparado el electorado para elegir al constructor en lugar del encantador?

Este dilema no es solo de él, sino del país. ¿Queremos gobernantes que inspiren con frases o que construyan con leyes? ¿Estamos listos para valorar la virtud del silencio operativo por encima del ruido ensordecedor?

Quizá la mayor enseñanza de Inzunza Cázarez es que el poder no siempre tiene que desbordarse para ser efectivo. A veces, el cambio verdadero llega disfrazado de dictamen técnico, de reforma constitucional sobria o de jurisprudencia que nadie tuitea, pero que cambia el destino legal de millones.

El derecho, en su versión más pura, no necesita reflectores para brillar. Solo necesita mentes capaces de sostenerlo con integridad, constancia y visión de país. Enrique Inzunza es una de esas mentes. No grita. No se exhibe. No seduce. Solo construye. Y eso, en estos tiempos, ya es un acto revolucionario y poco común.

GOTITAS DE AGUA:

La política mexicana se encuentra ante un espejo: puede seguir rindiendo culto al carisma vacío o volver a apostar por la técnica con visión de Estado. Inzunza Cázarez, el jurista que habita las entrañas del poder sin buscar protagonismo. Y tal vez —sólo tal vez— eso es lo que México más necesita: menos ruido, más República. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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