Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Autopsia sindical a Raúl Portillo Molina…

Hay instituciones que no solo educan, también deberían inspirar. Pero cuando la podredumbre se asienta en sus cúpulas, lo que se derrumba no es solo un presupuesto, es la confianza, la dignidad y el espíritu mismo del saber. Lo que ocurre en la Universidad de Occidente no es una simple desorganización administrativa. Es una tragedia moral en curso, una descomposición lenta que, a fuerza de cinismo, se está convirtiendo en norma. 

Los 5.3 millones de pesos desaparecidos –más lo que se acumule en investigaciones venideras– no son una cifra fría. Son el sudor no pagado de cientos de docentes. Es el reflejo de una dirigencia sindical corrompida que ha dejado de representar para convertirse en cómplice, cuando no en verdugo.

¿Cómo se explica que un líder sindical como Raúl Portillo Molina, con cuentas tan turbias y señalamientos tan graves, siga operando políticamente como si nada? La respuesta no es jurídica, es cultural: se normalizó la impunidad. Y lo peor, está intentando imponer a su sucesor, Carlos Leal, para que le cubra las espaldas. Una jugada tan burda como inmoral. ¿Es esta la renovación sindical que necesita una universidad pública? ¿O solo otro eslabón en la cadena de simulaciones?

La reciente audiencia que no se realizó en Mazatlán por la casual ausencia del secretario de finanzas imputado no es una anécdota, es una estrategia. Están ganando tiempo. Están jugando con fuego. Mientras tanto, el rector Pedro Flores reconfigura el poder a su medida, ejecutando movimientos administrativos que benefician a los suyos. Los docentes con más de 20 años de experiencia miran con estupor cómo son tratados como obstáculos prescindibles. Y los que aún no tienen base, simplemente no tienen esperanza.

La palabra “ludopatía” como posible telón de fondo para justificar un desfalco millonario por parte del secretario general del sindicato de la Universidad de Occidente suena absurda, pero también tristemente simbólica: la dirigencia está apostando con el futuro de una universidad pública como si fuese una ruleta. Y lo hace sin miedo, sin ética, sin consecuencias.

Hay algo profundamente filosófico –y trágico– en lo que ocurre aquí: cuando el conocimiento es secuestrado por el poder, la universidad deja de ser un faro y se convierte en un naufragio. El rector, el sindicato, los burócratas: todos operan como si la educación fuera una hacienda personal, como si los maestros fueran números, como si la comunidad académica no tuviera memoria. 

Pero la universidad no es suya. Es del pueblo. Es de quienes dedican su vida a enseñar, investigar y formar generaciones. Cada peso desaparecido, cada plaza entregada con favoritismo, cada derecho pisoteado es una traición no solo administrativa, sino ética.

GOTITAS DE AGUA:

No podemos permitirnos callar ante este saqueo disfrazado de gestión. No es solo cuestión de auditorías, es cuestión de principios. La Universidad de Occidente necesita justicia, no complicidades. Y necesita que sus verdaderos actores –los maestros, los estudiantes, la comunidad crítica– despierten antes de que la decadencia se institucionalice del todo.

Porque cuando una universidad deja de ser un espacio de verdad y se convierte en un teatro de simulaciones, no sólo pierde su prestigio… pierde su alma. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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