Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

La caída elegante de Liliana…

En la política, como en la vida, las deudas se pagan. Estuvo en sueños, pero regresa como toda una masona de grado 33. Su historial político no solo se salda con dinero, algunas se arrastran como cadenas invisibles que se oxidan con el tiempo y van dejando cicatrices en la memoria colectiva. La reaparición de Liliana Angélica Cárdenas Valenzuela en la escena política sinaloense, no como una voz renovada, sino como un espectro del pasado, plantea una pregunta incómoda: ¿cuánto más puede el PRI permitirse el lujo de cavar su propia tumba?

Acomodarse en el número 2 incluso número 1 de la lista plurinominal en el proceso electoral que viene no es solo un movimiento político, es una declaración. Una que evidencia no solo el poder de su padrino, David López Gutiérrez (Pecuny) a través de la senadora Paloma Sánchez que tanta gratitud le debe en el pasado al Guamuchilense distinguido, sino la persistente costumbre de reciclar nombres y favores en un partido que parece más interesado en sobrevivir entre ruinas que en reconstruirse desde los cimientos.

Los tiempos del peñanietismo ya son una postal marchita. Sin embargo, hay quienes se empeñan en embalsamar su legado, creyendo que las viejas fórmulas todavía funcionan en un presente que exige transparencia, decencia y renovación. Liliana Cárdenas se presenta como estandarte de las “buenas causas”, pero arrastra consigo un historial que contradice ese discurso que día a día se empeña a replicar en defender lo indefendible. Su paso por la alcaldía de Salvador Alvarado no fue precisamente el de una líder empática o transformadora, sino el de una figura autoritaria que confundió poder con propiedad y liderazgo con vanidad.

¿Se puede aspirar a representar a un pueblo cuando se le ha humillado? ¿Se puede ondear la bandera de lo nuevo cuando tu estela huele a lo rancio? Liliana no regresa a la política desde la autocrítica o el arrepentimiento, sino desde la arrogancia del que cree que el cargo le pertenece por linaje, por favores, por derecho divino.

Y esa es la tragedia del PRI: pagar viejas deudas políticas con el crédito de una ciudadanía que ya no cree. Porque cada vez que un partido político decide premiar la soberbia y la desmemoria, se condena a la irrelevancia. El joven líder tricolor, César Emiliano Gerardo, parece tener buenas intenciones, pero de poco servirán si se le pasa por encima con la fuerza de los viejos vicios. A mi juicio, le falta gallardía y temple para poner en su lugar a la ex alcaldesa de Salvador Alvarado..

La política no puede seguir siendo un feudo de herencias ni una novela de ciencia ficción donde los fantasmas del pasado regresan a repetir errores en bucle. Si se pide poder, se debe devolver con gratitud. Si se promete representar, se debe servir con humildad. Y si se pretende liderar, se debe empezar por escuchar.

GOTITAS DE AGUA:

Liliana Cárdenas Valenzuela tiene derecho a buscar una curul, sí. Pero la ciudadanía también tiene el derecho –y el deber– de cuestionar: ¿a quién le debe lealtad? ¿A su gente o a su padrino? ¿A su historia o a su ambición?

Porque las deudas políticas, cuando no se pagan con honor, se cobran con olvido. Y ese, tarde o temprano, es el único juicio inapelable en la democracia. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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