Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
El Sinaloense: mucho más que un paseo en tren…
En un estado como Sinaloa, donde la geografía es un privilegio y la cultura un tesoro, un proyecto como el tren “El Sinaloense” no es solo una obra de infraestructura: es un eje de integración social, económica y cultural. Recorrer de Mazatlán a Los Mochis en cuatro horas, con paradas estratégicas en El Fuerte, Guasave, Elota y Cosalá, significa conectar la costa, la sierra y los Pueblos Mágicos con una línea férrea que puede convertirse en el corazón palpitante del turismo regional.
Este tren no es únicamente para los visitantes que llegarán con cámaras y curiosidad; es también para los propios sinaloenses que podrán descubrir rincones que, irónicamente, estando cerca, nunca han visitado. Un joven de Mazatlán podría desayunar en casa, almorzar en El Fuerte y regresar a cenar a su puerto. Una familia de Guasave podría pasar un fin de semana en Cosalá sin gastar una fortuna ni perder medio día en carretera. La movilidad es progreso, y el progreso que conecta, transforma.
Pero más allá de lo evidente —el turismo, la derrama económica y la promoción cultural— este proyecto encierra una lección que la política local parece olvidar: las buenas ideas no deberían tener dueño. No todo beneficio colectivo requiere un logotipo partidista para ser celebrado. Que la presidente Claudia Sheinbaum y el gobernador Rubén Rocha Moya respalden este proyecto es positivo, pero más importante aún es que la sociedad lo abrace como propio, sin mezquindades.
El silencio de algunos actores políticos frente a iniciativas como esta no es casual; responde a un cálculo que desprecia lo colectivo cuando no se obtiene rédito personal. Es aquí donde como ciudadanía debemos romper la lógica del aplauso condicionado: no todo avance necesita una bandera para ondear, basta con que lleve consigo un beneficio tangible para la gente.
“El Sinaloense” puede ser mucho más que un tren: puede convertirse en un símbolo de unidad, de desarrollo inclusivo y de orgullo local. Pero para que eso ocurra, debe planearse con visión de largo plazo, garantizando tarifas accesibles, seguridad y una operación sostenible. El reto no termina al cortar el listón; ahí empieza el verdadero viaje.
GOTITAS DE AGUA:
En tiempos donde la política suele dividir más de lo que une, “El Sinaloense” nos recuerda que hay caminos —y vías— que podemos recorrer juntos. Este tren no sólo transportará personas; llevará sueños, historias y oportunidades que, sí sabemos cuidarlas, florecerán en cada estación. No se trata de un proyecto para unos cuantos, sino de un puente en movimiento que conecta realidades distintas bajo un mismo cielo sinaloense. Ojalá la gente lo sienta suyo, no como una obra del gobierno, sino como un regalo colectivo que nos pertenece a todos. Si lo dejamos pasar por la vía del egoísmo, la indiferencia o la politiquería, estaremos cerrando una puerta al futuro que no siempre volverá a abrirse. Hay trenes que solo pasan una vez en la vida de un pueblo, y perderlos es más que un atraso: es renunciar a una parte de nuestro propio destino. “El Sinaloense” puede ser ese tren. La pregunta es: ¿nos atreveremos a subirnos antes de que se pierda en el horizonte? “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes”…
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